Apéndice III
Comentarios del autor (1)
(Los tres textos que
siguen corresponden a originales manuscritos del autor y fueron hallados en un
sobre en el que figura, manuscrita por el autor, asimismo, esta leyenda: “Algo
de lo que se dijo en el SODRE con motivo de la lectura de “Don Juan”).
Primer comentario. (1)
Para la lectura en
viernes sucesivos de algunos fragmentos de este Don Juan sin terminar,
escogí partes que, por su tema o por las características de su composición,
perdieran menos al darse aislados. Hubiera querido, previamente, hacer algunas
consideraciones generales. Explicar, por ejemplo, porqué son animales los
personajes; porqué la resurrección de la comparación narrativa de la épica
clásica; porqué, no ya en los diálogos, sino cuando debo expresarme yo mismo,
empleo giros más vulgares así como modos de organizar la frase que, por toscos,
rechaza la literatura. No resisto a dar
un ejemplo de esto, tomado de lo que se leerá esta noche en que soldados persiguiendo
frenéticos a un prófugo son intempestivamente detenidos desde lejos por la
orden furibunda del Comisario. En vez de emplear el término propio, inercia, y
nada más, adviertan cuántas palabras puse y con qué desaprensión plebeya de
forma: Dice el texto: “Ellos quisieron sujetarse. Y hasta se echaron para atrás.
Pero botas y alpargatas siguieron corriendo un trecho por su cuenta”. Convendrán
ustedes conmigo que esta forma bárbara la emplearía, sí, un hombre nuestro
culturalmente inocente, pero nunca un principiante en literatura por más mal
dotado que esté. Pero creo que convendrán, también, en que tal como está
escrita se sugiere más, mucho más la sensación del efecto de la inercia que
con la palabra exacta. Y en que procediendo así, lógranse dos objetivos: se
consigue dar insólita veracidad de participación y se hace nacer una pincelada
más para la presentación de un grupo social, el criollo, cuya pintura
constituye una de las aspiraciones profundas que me movieron a emprender la
novela.
Otro ejemplo de escribir
mal para que la escritura resulte muy bien. Dentro de los cajones del
escritorio de la Comisaría que enseguida van a ver, hay un retrato. Al
mencionarlo yo digo, no uno de los incultos personajes: “…un retrato a lápiz
y con marco dorado, que nunca se supo quien era”. La frase es,
gramaticalmente, brutal. Hay que decir, más aun cuando se escribe: “de quien”
es un retrato y no “quien es” el retrato. Pero para el hombre de
campo, y más en la remota época de la novela, el retrato, por las pocas
oportunidades de los retratos, es casi, y sin casi, la persona misma.
(Y no hay que sonreír. En
mayor o menor grado, a nosotros mismos, hoy, nos sucede algo semejante. El
retrato de un ser querido -tanto más cuanto más querido y más, todavía, si lo
hemos perdido- es ese ser, el mismo, en carne y alma, no su retrato; que
este desaparece, deja de existir para darle su sitio al ausente y darle su
existencia otra vez entre nosotros).
Ya ven qué cosas se
consiguen sólo con no tener miedo a suprimir un simple nexo; en este caso, la
preposición de.
Procedimientos de esta naturaleza, perturbadores de normas gramaticales, se emplean en “Don Juan” -claro que con todo el tino de que soy capaz- para ir situando insólitos toques de pincel destinados a ayudar a aquellos trazos francos que directamente -escenas, situaciones, personajes- van configurando la imagen espiritual si no de un pueblo entero, de una parte de él y aun latente: la originaria y anónima y poco amada por demasiado exaltada y poco conocida.
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