martes

ALBERT HOFMANN - LSD: CÓMO DESCUBRÍ EL ÁCIDO Y QUÉ PASÓ DESPUÉS EN EL MUNDO (74)

 

 Otra experiencia con LSD

 

La siguiente y última irrupción en el cosmos interior en compañía de Ernst Jünger, esta vez de nuevo con LSD, nos alejó mucho de la conciencia cotidiana. Se convirtió en una “aproximación” significativa a la última puerta. Según Ernst Jünger, esta sólo se nos abrirá en el Gran Tránsito de la vida a las regiones del más allá.

 

Este último ensayo común tuvo nuevamente por escenario la superintendencia de bosques de Wilflingen en febrero de 1970. Esta vez sólo estábamos él y yo. Jünger tomó 0,5 y yo 0,10 miligramos de LSD. Luego publicó el “diario de navegación”, las notas que tomó durante el experimento, sin comentario en Annäherungen. Son escasas e, igual que las mías, le dicen muy poco al lector.

 

El ensayo duró desde la mañana, después del desayuno, hasta el anochecer. El concierto para flauta y arpa de Mozart, que siempre me hace muy feliz y que resonó al comienzo del ensayo, esta vez lo viví extrañamente como “el mero girar de figuras de porcelana”. Luego la embriaguez condujo rápidamente a almas silenciosas. Cuando quise describirle a Jünger las desconcertantes modificaciones que había experimentado mi conciencia, no logré avanzar más de dos o tres palabras, por lo falsas e inadecuadas a la vivencia que me parecían. Sentí que venían de un mundo infinitamente lejano que se había vuelto extraño, por lo cual renuncié a mi propósito sonriendo sin esperanzas. Evidentemente, a Jünger le sucedía lo mismo; pero no necesitábamos del lenguaje; bastaba una mirada para obtener un entendimiento sin palabras. Sin embargo, pude verter en el papel algunos fragmentos de oraciones. Muy al comienzo: “nuestra barca se mueve mucho”. Luego, al contemplar los libros de lujosa encuadernación en la biblioteca: “como el oro rojo empuja de dentro hacia fuera – transpirando áureo resplandor”. Afuera comenzaba a nevar. En la calle pasaban niños con máscaras y carros de carnaval tirados por tractores. Al mirar a través de la ventana al jardín, en el que había copos de nieve, sobre el alto muro de circunvalación aparecieron máscaras de colores embutidas en un tono azul que daba una dicha infinita: “un jardín de Breughel – vivo con y en las cosas”. Más tarde: “Este tiempo – no hay conexión con el mundo vivido”. Hacia el final, el reconocimiento consolador: “Hasta ahora, confirmado en mi camino”. Esta vez, el LSD había llevado a una aproximación feliz.

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