Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la
Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
LAS DOS CARAS DE LA TRANSGRESIÓN
EL SUEÑO
1. LA PRIMACÍA DEL SUEÑO
(3)
Todos estos sueños diurnos
desembocan en construcciones imaginarias tan complejas que terminan por
constituirse en verdaderas tramas. El posible Baldi ofrece un ejemplo
particularmente convincente: a partir de las primeras palabras de la
desconocida, “histérica y literata”, Baldi se siente progresivamente dominado
por la necesidad de representar la comedia de la virilidad que entrevé en él la
enigmática extranjera:
Sí, no importa que se
ría. Yo, desde que lo vi esperando para cruzar la calle, comprendí que usted no
era un hombre como todos. Hay algo raro en usted, tanta fuerza, algo quemante…
Y esa barba, que lo hace tan orgulloso… (10)
Después de algunas
fracasadas tentativas, el héroe renuncia a desembarazarse de ella y duda
interiormente en elegir un relato ficticio de su pasado. Luego de descartar una
versión considerada demasiado libresca y pueril (11), se decide por una
historia concisa pero eficaz, donde se mezclan sabiamente todos los
ingredientes tradicionales de las novelas de aventuras: exotismo, suspenso, violencia
y codicia, a los que se agregan unas pizcas de racismo y sadismo destinadas a
realzar el sabor del relato. Así surge el Baldi “de las mil caras feroces”,
firmemente dispuesto a deslumbrar a su demasiado crédula admiradora. Como
podemos ver, entonces, los despliegues imaginativos no carecen de coherencia ni
de rigor. Ni de amplitud. Porque si bien Baldi no manifiesta más que una sola
vez sus deseos reprimidos, Eladio Linacero en El pozo, y Aránzuru y Nené
en Tierra de nadie, se expresarán totalmente a su gusto: a través del
sueño nocturno en el caso de los dos últimos, o de la ensoñación diurna,
esencialmente, en el caso del primero. Todos se conmoverán con la misma soltura
en el mundo móvil de la imagen, trasladándose sin tropiezos de la actividad onírica
a la hipnagógica. Porque lo único que cuenta en última instancia, realmente, es
la función compensadora de lo imaginario.
La actividad “imaginante”
se afirmará, en efecto, cada vez con más fuerza, a lo largo de las diversas
obras, como una experiencia fundamental e ineludible. Será una experiencia
riesgosa pero exaltante y llegará a constituirse, en la mayoría de los textos,
en la aventura por excelencia. Por otra parte, desde 1939, Juan Carlos Onetti
ya sugiere en El pozo la posibilidad de una interrelación enriquecedora
entre “sueño, “ensueño” y “aventura”:
Si hoy quiero hablar de
los sueños, no es porque no tenga otra cosa que contar. Es porque se me da la
gana, simplemente. Y si elijo el sueño de la cabaña de troncos, no es porque
tenga alguna razón especial. Hay otras aventuras más completas, más
interesantes, mejor ordenadas (12)
Sin embargo, el status
preciso de la “aventura” no aparece desprovisto de cierta ambigüedad. En un
primer momento, aquella parecería poder ser definida en radical oposición con
los “sucesos” de la vida cotidiana: el mundo exterior, vulgar, mediocre y
percibido como un obstáculo, debe ser mantenido a distancia de las
representaciones imaginarias (13). Pero ciertos pasajes de El pozo nos permiten
dudar de esta interpretación esquemática. El status de la aventura, fundado en
la secuencia 1 sobre la teoría explícita de la separación y hasta el
antagonismo entre lo real y lo imaginario, se flexibiliza. En adelante -tal
como lo da a entender una breve pero significativa observación de Eladio
Linacero- ya no existirá una oposición marcada entre los “sueños” y los “sucesos”,
esbozándose ciertas reconciliación o síntesis entre el mundo exterior y la vida
interior:
Por aquel tiempo no
venían sucesos a visitarme a la cama antes del sueño; las pocas imágenes que
llegaban eran idiotas (13 bis).
Los “sucesos”, modalidad
particular de la ensoñación diurna y producto directo de la vigilia, también
formarán parte del mundo imaginario del personaje. Claro que no podemos pasa
por alto la ambivalencia del término, que nos remite tanto a los pequeños
hechos de la vida cotidiana como a los productos de la imaginación. Pero lo que
se reconoce implícitamente en el pasaje citado es cierta dependencia de la “aventura”
con respecto a ese proveedor inmediato de impresiones de todo tipo que es lo
real. Sueño y realidad exterior conservarán su especificidad pero la oposición inicial
que parecía hacerlos irreconciliables así como el desprecio que pesaba sobre el
término “sucesos”, desaparecerán. En adelante, asistiremos a una
complementariedad confirmada ampliamente por el conjunto de la obra onettiana.
Notas
(10) El posible Baldi,
p. 22.
(11) Ibíd., pp. 23-24: “Una
verja de madera rodeando máquinas, ladrillos, pilas de bolsas. Se acodó en la
empalizada. La mujer se detuvo indecisa, dio unos pasos cortos, las manos en
los bolsillos del perramus, mirando con atención la cara endurecida que Baldi
inclinaba sobre el empedrado roto. Luego se acercó, recostada a él, mirando con
forzado interés las herramientas abandonadas bajo el toldo de lona.
Evidente que la
empalizada rodeaba el Fuerte Coronel Rich, sobre el Colorado, a equis millas de
la frontera de Nevada. Pero él ¿era Wenonga, el de la pluma solitaria sobre el
cráneo aceitado, o Mano Sangrienta, o Caballo Blanco, jefe de los Sioux? Porque
si estuviera del otro lado de los listones con punta flordelisada -¿qué cara
pondría la mujer si él saltara sobre las maderas?- si estuviera rodeado por la
valla, sería un blanco defensor del fuerte, Búiffalo Bill de altas botas,
guantes de mosquetero y mostachos desafiantes. Claro que no servía, que no
pensaba asustar a la mujer con historias para niños.
(12) El pozo, p.
9.
(13) Ibíd., p. 9: “Pero
ahora quiero hacer algo distinto. Algo mejor que la historia de las cosas que
me sucedieron. Me gustaría escribir la historia de un alma, de ella sola, sin
los sucesos en que tuvo que mezclarse, queriendo o no. O los sueños.
(13 bis) Ibíd., p. 28.
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