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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (75) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

LAS DOS CARAS DE LA TRANSGRESIÓN

  

EL SUEÑO

 

1. LA PRIMACÍA DEL SUEÑO (3) 

 

Todos estos sueños diurnos desembocan en construcciones imaginarias tan complejas que terminan por constituirse en verdaderas tramas. El posible Baldi ofrece un ejemplo particularmente convincente: a partir de las primeras palabras de la desconocida, “histérica y literata”, Baldi se siente progresivamente dominado por la necesidad de representar la comedia de la virilidad que entrevé en él la enigmática extranjera:

 

Sí, no importa que se ría. Yo, desde que lo vi esperando para cruzar la calle, comprendí que usted no era un hombre como todos. Hay algo raro en usted, tanta fuerza, algo quemante… Y esa barba, que lo hace tan orgulloso… (10)

 

Después de algunas fracasadas tentativas, el héroe renuncia a desembarazarse de ella y duda interiormente en elegir un relato ficticio de su pasado. Luego de descartar una versión considerada demasiado libresca y pueril (11), se decide por una historia concisa pero eficaz, donde se mezclan sabiamente todos los ingredientes tradicionales de las novelas de aventuras: exotismo, suspenso, violencia y codicia, a los que se agregan unas pizcas de racismo y sadismo destinadas a realzar el sabor del relato. Así surge el Baldi “de las mil caras feroces”, firmemente dispuesto a deslumbrar a su demasiado crédula admiradora. Como podemos ver, entonces, los despliegues imaginativos no carecen de coherencia ni de rigor. Ni de amplitud. Porque si bien Baldi no manifiesta más que una sola vez sus deseos reprimidos, Eladio Linacero en El pozo, y Aránzuru y Nené en Tierra de nadie, se expresarán totalmente a su gusto: a través del sueño nocturno en el caso de los dos últimos, o de la ensoñación diurna, esencialmente, en el caso del primero. Todos se conmoverán con la misma soltura en el mundo móvil de la imagen, trasladándose sin tropiezos de la actividad onírica a la hipnagógica. Porque lo único que cuenta en última instancia, realmente, es la función compensadora de lo imaginario.

 

La actividad “imaginante” se afirmará, en efecto, cada vez con más fuerza, a lo largo de las diversas obras, como una experiencia fundamental e ineludible. Será una experiencia riesgosa pero exaltante y llegará a constituirse, en la mayoría de los textos, en la aventura por excelencia. Por otra parte, desde 1939, Juan Carlos Onetti ya sugiere en El pozo la posibilidad de una interrelación enriquecedora entre “sueño, “ensueño” y “aventura”:

 

Si hoy quiero hablar de los sueños, no es porque no tenga otra cosa que contar. Es porque se me da la gana, simplemente. Y si elijo el sueño de la cabaña de troncos, no es porque tenga alguna razón especial. Hay otras aventuras más completas, más interesantes, mejor ordenadas (12)

 

Sin embargo, el status preciso de la “aventura” no aparece desprovisto de cierta ambigüedad. En un primer momento, aquella parecería poder ser definida en radical oposición con los “sucesos” de la vida cotidiana: el mundo exterior, vulgar, mediocre y percibido como un obstáculo, debe ser mantenido a distancia de las representaciones imaginarias (13). Pero ciertos pasajes de El pozo nos permiten dudar de esta interpretación esquemática. El status de la aventura, fundado en la secuencia 1 sobre la teoría explícita de la separación y hasta el antagonismo entre lo real y lo imaginario, se flexibiliza. En adelante -tal como lo da a entender una breve pero significativa observación de Eladio Linacero- ya no existirá una oposición marcada entre los “sueños” y los “sucesos”, esbozándose ciertas reconciliación o síntesis entre el mundo exterior y la vida interior:

 

Por aquel tiempo no venían sucesos a visitarme a la cama antes del sueño; las pocas imágenes que llegaban eran idiotas (13 bis).

 

Los “sucesos”, modalidad particular de la ensoñación diurna y producto directo de la vigilia, también formarán parte del mundo imaginario del personaje. Claro que no podemos pasa por alto la ambivalencia del término, que nos remite tanto a los pequeños hechos de la vida cotidiana como a los productos de la imaginación. Pero lo que se reconoce implícitamente en el pasaje citado es cierta dependencia de la “aventura” con respecto a ese proveedor inmediato de impresiones de todo tipo que es lo real. Sueño y realidad exterior conservarán su especificidad pero la oposición inicial que parecía hacerlos irreconciliables así como el desprecio que pesaba sobre el término “sucesos”, desaparecerán. En adelante, asistiremos a una complementariedad confirmada ampliamente por el conjunto de la obra onettiana.

 

Notas 

(10) El posible Baldi, p. 22.

(11) Ibíd., pp. 23-24: “Una verja de madera rodeando máquinas, ladrillos, pilas de bolsas. Se acodó en la empalizada. La mujer se detuvo indecisa, dio unos pasos cortos, las manos en los bolsillos del perramus, mirando con atención la cara endurecida que Baldi inclinaba sobre el empedrado roto. Luego se acercó, recostada a él, mirando con forzado interés las herramientas abandonadas bajo el toldo de lona.

Evidente que la empalizada rodeaba el Fuerte Coronel Rich, sobre el Colorado, a equis millas de la frontera de Nevada. Pero él ¿era Wenonga, el de la pluma solitaria sobre el cráneo aceitado, o Mano Sangrienta, o Caballo Blanco, jefe de los Sioux? Porque si estuviera del otro lado de los listones con punta flordelisada -¿qué cara pondría la mujer si él saltara sobre las maderas?- si estuviera rodeado por la valla, sería un blanco defensor del fuerte, Búiffalo Bill de altas botas, guantes de mosquetero y mostachos desafiantes. Claro que no servía, que no pensaba asustar a la mujer con historias para niños.

(12) El pozo, p. 9.

(13) Ibíd., p. 9: “Pero ahora quiero hacer algo distinto. Algo mejor que la historia de las cosas que me sucedieron. Me gustaría escribir la historia de un alma, de ella sola, sin los sucesos en que tuvo que mezclarse, queriendo o no. O los sueños.

(13 bis) Ibíd., p. 28.

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