TIEMPO Y ESPACIO EN LAS NOVELAS DE GOETHE (13)
La esencia del tiempo
histórico en un pequeño terreno de Roma, la coexistencia visible de
diferentes épocas convierte al espectador en una especie de participante de los
destinos universales. Roma es el cronotopo de la historia humana: “Cuando ves
frente a ti la vida que continúa ya más de dos mil años y que durante los
cambios de épocas muchas veces ha cambiado fundamentalmente, resulta, sin
embargo, que hasta ahora tenemos enfrente el mismo suelo, el mismo monte, a
menudo el mismo muro o la misma columna, y en el pueblo como antes se conservan
las huellas de su antiguo carácter; entonces llegamos a ser participantes de
grandes decisiones del destino y, al principio, al observador le resulta
difícil discernir de qué manea una Roma sustituye a otra Roma, y no solamente
la nueva tras la antigua, sino cómo se relacionan las diversas épocas de la
nueva y de la antigua una tras otra” (XI, p. 143).
La sincronía, la
coexistencia de los tiempos en un solo punto del espacio descubre para Goethe
la “plenitud del tiempo” tal como la percibía él durante su período clásico (el
viaje a Italia es el punto culminante de este período):
Sea como sea, cada quien
ha de tener una libertad completa para percibir a su modo las obras de arte.
Durante nuestro trayecto me llegó un sentimiento, una noción, una concepción
concreta acerca de aquello que podría ser llamado, en un sentido superior, la
presencia del suelo clásico. Yo lo llamo convicción sensorial
y suprasensorial de que aquí hubo, hay y habrá cosas grandes. El
hecho de que lo más grande y lo más bello sea perecedero está en la naturaleza
del tiempo y de los elementos morales y físicos permanentemente antagónicos.
Durante nuestra breve revista no experimentamos sentimiento de tristeza al
pasar cerca de las ruinas, más bien nos daba alegría al pensar que tanto se ha
conservado, tanto se ha reconstruido en forma aun más lujosa y grandiosa de lo
que había sido antaño.
La idea realizada en la
catedral de San Pedro ha sido, sin lugar a dudas, de esta envergadura grandiosa,
más majestuosa y atrevida que todos los templos de la antigüedad, y frente a
nuestros ojos estaba no solamente aquello que había sido aniquilado por dos
milenios, sino que aparecía al mismo tiempo aquello que pudo haber hecho surgir
una cultura más elevada.
La misma oscilación del
gusto artístico, la búsqueda de una sencillez majestuosa, el regreso a una
mezquindad exagerada; todo aquello señalaba a la vida y al movimiento; la
historia del arte y de la humanidad se encontraba sincrónicamente delante de
nuestros ojos.
No nos debe entristecer
la inevitable deducción de que todo lo grande es perecedero; por el contrario,
si consideramos que el pasado fue majestuoso, esto nos debe incitar a la creación
de algo significativo, algo que posteriormente, incluso convertido en ruinas,
aun seguiría incitando a nuestros descendientes a una actividad generosa, igual
como lo supieron hacer en su tiempo nuestros antepasados (XI,
pp. 481-482).
Hemos transcrito una
larga cita para concluir con ella toda una serie de pasajes. Lamentablemente,
en este resumen de las impresiones romanas Goethe no repitió el motivo de la
necesariedad que funcionó para él como un verdadero eslabón de enlace en la
cadena del tiempo. Por eso el pasaje conclusivo de la cita que introduce el
motivo de las generaciones históricas (el cual encontraremos tratado profundamente
en Wilhelm Meister) simplifica y baja la visión histórica de Goethe (al
estilo de Ideas (*) de Herder).
Notas
(*) Goethe conoce sus partes correspondientes precisamente en Italia.
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