domingo

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (130) - M. BAJTIN

 TIEMPO Y ESPACIO EN LAS NOVELAS DE GOETHE (12)

 

Para Goethe, la actividad creadora de los pueblos de la antigüedad clásica tiene un carácter igualmente necesario. “He subido hasta Espoleto y estuve en un acueducto que al mismo tiempo sirve de puente entre dos montes… Es la tercera obra de los antiguos que estoy viendo, y en todas partes existe la misma gran idea. Su arquitectura es la segunda naturaleza sometida a los fines cívicos; así son el anfiteatro, el templo, el acueducto. Apenas ahora siento lo justo que ha sido el odio que me inspira todo lo arbitrario, por ejemplo, la caja de invierno en Weissenstein, la nulidad absoluta, un gran adorno para dulces, y así con miles de objetos semejantes. Todo esto nace muerto, pues no posee una existencia interna auténtica, carece de vida, no puede ser, ni llegar a ser grande” (XI, p. 133).

 

La creación humana posee un carácter de ley interior, debe ser humana (y cívicamente útil), pero también debe ser necesaria, consecuente y auténtica como la naturaleza. Cualquier arbitrariedad, invención, fantasía abstracta, a Goethe le repugna.

 

Lo que le importaba a Goethe no era una razón moral abstracta (una justicia abstracta, un contenido ideológico), sino la necesariedad de la creación y de todo quehacer histórico. Es lo que marca una línea divisoria entre él y Schiller, entre él y la mayor parte de los ilustradores, con sus criterios moralmente abstractos o abstractamente razonables.

 

La necesariedad, como ya lo hemos señalado, llegó a ser el centro organizador en la percepción del tiempo por Goethe, Goethe quería juntar y ligar el presente, el pasado y el futuro en un círculo de la necesidad. La necesariedad de Goethe, sin embargo, estaba muy lejos tanto de la necesariedad del destino como de la necesariedad natural mecanicista (en el sentido naturalista). La necesariedad de Goethe era visible, concreta, material, pero materialmente creadora, era una necesidad histórica.

 

Una verdadera huella es indicio de la historia y es humana y necesaria, en ella el espacio y el tiempo están unidos en un nudo indisoluble. El espacio terrestre y la historia humana son inseparables uno del otro dentro de la visión total y concreta de Goethe. Lo cual convierte el tiempo histórico de su obra en algo muy denso y materializado, y el espacio en algo tan humanamente razonado e intenso.

 

Así es la necesariedad en la creación artística. Goethe dice lo siguiente en relación con las cartas italianas de Winckelmann: “Aparte de las criaturas de la naturaleza, que es verdadera y consecuente en todas sus partes, no hay nada que hable tan convincentemente como la herencia de un hombre bueno y razonable, como el arte auténtico, que no es menos consecuente que la naturaleza. Aquí, en Roma, donde había reinado la arbitrariedad más encarnizada, donde el poder y el dinero eternizaron tantos disparates, esto se siente con una claridad especial” (XI, p. 161).

 

Es precisamente en Roma donde Goethe percibe tan agudamente esta extraordinaria densidad del tiempo histórico, su unión con el espacio terrestre:

 

Es sobre todo la historia la que se lee aquí de un modo muy diferente en comparación con cualquier otro lugar del globo. En otros lugares llega uno hacia lo leído como desde afuera: aquí parece que se lee desde adentro: todo esto se extiende en torno de nosotros y al mismo tiempo parece que proviene de nosotros mismos. Y esto no tan sólo se refiere a la historia romana, sino también a la historia universal. Porque desde aquí yo puedo acompañar a los conquistadores hasta el Weser y hasta el Eufrates… (XI, p. 166).

 

U observa lo siguiente: “Me pasa lo mismo que había sucedido en relación con las ciencias naturales, porque con este lugar se vincula toda la historia universal, y el día que yo entré a Roma lo considero como ni nuevo cumpleaños, como un verdadero renacimiento” (XI, p. 160).

 

En otro lugar, al justificar la intención de visitar Sicilia, dice: “Sicilia me señala el Asia y el África; no es bagatela la posibilidad de estar en el punto mágico sobre el cual convergen tantos radios de la historia universal” (XI, p. 239.

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