Experimentos con psilocybina (1)
Estas discusiones teóricas sobre las drogas mágicas se completaron con experiencias
trágicas. Una de ellas, que sirvió para comprar el LSD con la psilocybina, tuvo
lugar en la primavera de 1962. La ocasión propicia se presentó en la casa de
los Jünger, en la antigua superintendencia de montes y plantíos del castillo de
Stauffenberg en Wilflingen. En este simposio de setas participaron también mis
ya mencionados amigos Konzett y Gelpke.
En las antiguas crónicas se describe que los aztecas bebían chocolatl antes
de comer el teonanancatl. Del mismo modo y para animarnos, la señora Liselotte
Jünger nos sirvió chocolate caliente. Luego abandonó a los cuatro hombres a su
suerte.
Nos hallábamos en un cuarto aristocrático con un techo de madera oscura,
una estufa de cerámica blanca y muebles de estilo. En las paredes había viejos
grabados franceses, y un hermoso ramo de tulipanes engalanaba la mesa. Jünger
vestía un traje largo, amplio, a rayas azules y semejante a un caftán, que
había traído de Egipto; Konzett ostentaba un vestido mandarín con bordaduras de
colores; Gelpke y yo nos habíamos puesto batas de casa. Lo cotidiano debía
quedar de lado también en las exterioridades.
Tomamos la droga poco antes de la puesta del sol, no las setas, sino su
principio activo, veinte miligramos de psilocybina por persona. Ello equivalía
a unas dos terceras partes de la dosis muy fuerte que solía ingerir la
curandera Sabina en forma de setas.
Una hora después yo todavía no sentía ningún efecto, mientras que mis
colegas ya habían iniciado un vigoroso viaje a la profundidad. Tenía la
esperanza de que pudiera revivir en la embriaguez de las setas ciertas imágenes
de mi niñez que me han quedado en la memoria como experiencias dichosas: el
prado con margaritas, levemente onduladas por el viento de comienzos del
verano, el rosal en la hora del crepúsculo después de la tormenta, los
gladiolos azules sobre el muro de la viña. En vez de estas imágenes hermosas de
los paisajes terruñeros aparecieron unas escenas muy extrañas cuando las setas
finalmente comenzaron a actuar. Semiadormecido me hundí más y atravesé ciudades
abandonadas con carácter mejicano y una belleza exótica pero muerta. Asustado
intenté aferrarme a la superficie y concentrarme despierto en el mundo
exterior, en el entorno. Lo lograba de a ratos. Luego vi a Jünger paseando por
el cuarto; era un gigante, un mago poderoso y enorme. Konzelt en su bata de
seda brillante me parecía un peligroso payaso chino. También Gelpke me resultaba
siniestro, alto, delgado, enigmático.
Más me hundía en la embriaguez, más extraño se volvía todo. Yo mismo me
resultaba extraño. Inquietante, frío, sin sentido, yermo: así era cada sitio
que atravesaba, sumergido en una luz muerta cuando cerraba los ojos. Vaciado de
sentido, fantasmagórico, me parecía el entorno cuando los abría e intentaba
aferrarme al mundo exterior. El vacío total amenazaba arrastrarme a la nada
absoluta. Recuerdo que cuando Gelpke pasó al lado de mi sillón, me así de su
brazo para no hundirme en la oscura nada. Tuve un miedo mortal y una añoranza infinita
de regresar a la realidad del mundo de los hombres. Por fin retornando
lentamente al cuarto. Vi y oí disertar ininterrumpidamente al gran mago con una
voz clara y potente, sobre Schopenhauer, Kant, Hegel y la vieja Gea, la
madrecita. También Konzett y Gelpke habían vuelto hacía tiempo totalmente a la
tierra, en la que ahora lograba reasentarme a duras penas.
Para mí este ingreso en el mundo de las setas había sido una prueba, una confrontación con un mundo muerto y con el vacío. Pero también el encuentro con la nada es beneficioso. Luego resulta tanto más maravilloso el hecho de que exista la creación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario