Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la
Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
LAS DOS CARAS DE LA TRANSGRESIÓN
CAPÍTULO PRIMERO
II LOS RITOS INDIVIDUALES
O LA FASCINACIÓN DEL ACTO TRANSGRESOR (3)
En Para una tumba sin
nombre, la reanudación del relato de Jorge Malabia parece estar
estrechamente subordinada a la aparición mecánica y cómica de una pipa,
elemento auxiliar de su virilidad que alcanza para definir al personaje:
Sonrió y estuvo
mirándome, un poco alegre, un poco desconfiado. Sacó al pipa del bolsillo
trasero del pantalón.
-Sí, exactamente, al lado
de un quiosco de diarios. Ella y el chivo, a la izquierda tenían la escalera y
a la derecha los diarios y las revistas. (…) Mientras cargaba la pipa me
sugirió dos puntos para fijar la atención. (Ya había aclarado que la pieza en que
vivían daba a la plaza pero que era imposible ver desde allí el lugar en que se
instalaba la mujer):
Primero, que era absurdo
que Rita negociara con un chivo en Constitución; que la presencia del animal
sólo podía añadir verosimilitud en Retiro. Y que, extrañamente, él había pensado
en eso sólo unos días antes, cuando la enfermedad y la muerte de la mujer le
hicieron recordar toda la historia. Eso era mentira (27).
A esta serie, no
exhaustiva desde luego, de ejemplos, se podrían agregar pasajes de dos cuentos
profundamente impregnados de rituales individuales insignificantes y
deliberadamente desacralizados: Justo el treintaiuno y Jacob y el
otro, donde los dos personajes principales se aferran con dulzura febril a
una fecha (28) y a un trozo de canción (29). Pero es Tierra de nadie, el
texto que mejor expresa la inutilidad de toda práctica ritual: la degradación
del mito de la isla incidirá decisivamente en el tratamiento general de los
ritos. Estos últimos aparecen estructuralmente ligados a los mitos -por lo
menos en el origen, según nos lo recuerdan los mitólogos- y también acompañan
su decadencia, como sucede con el desmoronamiento y la dispersión final de la
“barra” de Aránzuru.
Degradados pero siempre
presentes como elementos de verdadero peso en la obra de Juan Carlos Onetti,
estos paradójicos ritos personales llegarán a intrigarnos. En ningún momento
-como puede apreciarse aquí-, se pretenderá ocultar la absurdidad en que se
fundan:
Caminaba despacio, más
crecida ahora sobre el peso duro y parejo, desconcertada, moviéndose en sesgo,
restaurando los antiguos desvíos, los perdidos atajos que habían impuesto
alguna vez los árboles y los canteros. Miraba a los hombres, veía erguirse las
enormes peceras. Olía el aire, esperaba la soledad de las cinco de la tarde, el
rito diario, el absurdo conquistado, hecho casi costumbre (30)
Muy por el contrario,
sucederá a veces que los personajes ostentan desembozadamente su verdadera
índole: en La cara de la desgracia, el narrador no dudará en calificar
de “imbécil” a su propio comportamiento:
Volví al dormitorio y
abrí la valija después de sacarla con el pie de debajo de la cama. Era
un rito imbécil, era un rito; pero acaso resultara mejor para todos que yo
me atuviera fielmente a esta forma de la locura hasta gastarla o ser gastado.
Busqué sin mirar, aparté ropas y dos pequeños libros, obtuve por fin el diario
doblado. Conocía la crónica de memoria: era la más justa, la más errónea y
respetuosa entre todas las publicadas. Acerqué el sillón a la luz y estuve
mirando sin leer el título negro a toda página, que empezaba a desdeñar. Se
suicida cajero prófugo (31)
De modo que no podemos
dejar de interrogarnos acerca de su extraña vitalidad, así como de la función
que realmente cumplen en las obras de Juan Carlos Onetti. Por un lado, es
evidente que el asignarle a los rituales una dimensión individual
manifiestamente limitada y estrecha, apartándolos de su consabida función
colectiva, constituye una crítica explícita, una parodia de las insuficiencias
y el sinsentido en los que descansa la vida social.
Pero por muy insólito que
parezca esto, los rituales personales lograrán suscitar una ternura y hasta una
fascinación que crecerá en proporción directa con la irracionalidad del
comportamiento. Para muchos héroes onettianos la práctica ritual abrirá la
inesperada posibilidad de la afirmación del ser y la liberación,
constituyéndose por tanto en una práctica transgresora. Socavar las costumbres
mediante la socavante creación de ceremonias individuales, instalarse públicamente
aunque sea por poco tiempo bajo un aura de dulce desatino, como sucede con el
héroe de La cara de la desgracia o la heroína de Tan triste como
ella, ¿no es clamar por el advenimiento de una nueva relación del hombre
con el mundo, con lo real? ¿No es buscar abrazarse al mundo con toda el alma?
Vivir en el rito ya es, paradójicamente, vivir en lo imaginario. Aránzuru,
Jorge Malabia, Tantriste, Moncha Insurralde -para no citar más que algunos-
cuestionarán, a través de su comportamiento excéntrico, la normatividad que los
rodea. Y esa culminación del rito iniciará otra forma de transgresión más
radical, porque la liberación de las trabas sociales permitirá ascender hacia
la aventura por excelencia, la cual teñirá los textos onettianos de una particularísima
luz: el sueño. Comienza entonces una nueva búsqueda, bajo el triple signo de la
compensación, la libertad y la creatividad.
Notas
(27) Para una tumba sin
nombre, II, p. 2. Cf. igualmente pp. 34-35
(28) Justo el
treinaiuno, pp. 165-166: “Había comprado para Frieda un regalo que la
estaba esperando, envuelto en papel celeste, junto a su vaso, a la botella de
caña, al platito con frutas abrillantadas, turrón y nueces, en el lugar de la
mesa que ella acostumbraba ocupar. También le había comprado un toscano y un
paquete de hojas afeitar para que se cortara el pelo. Aunque hacía pocos meses
que vivíamos juntos estos regalos eran tradicionales pata los aniversarios que
respetábamos o inventábamos. Ellos los agradecía con insultos de obscenidad
asombrosa, a veces convincentes, prometía venganzas, terminaba siempre
aceptando mi buena voluntad, mi alma y mi comprensión descuidada. Sus regalos,
en cambio, eran empleos, formas de ganar poco dinero, artilugios para que yo olvidara
que estaba viviendo del suyo.”
(29) Jacob y el otro, p.
133. “Ahora”, pensó Orsini. Le
puso en una mano la botella y empezó a golpearlo con la cadera en el muslo para
guiarlo hasta la cama. (…) Despatarrado en la cama, el gigante bebía de la
botella y resoplaba sacudiendo la cabeza. Orsini encendió el velador y apagó la
luz del techo. Sentado otra vez junto a la mesa, se compuso la voz y cantó
suavemente:
Vor der Kaserne
vor dem grossen Tor
Steht eine Laterne
Und steht si noch davor
wenn wir uns enimal widersehen,
bei del Laterne wollen wit stehen
wie einst, Lili Marlen
wie einst, Lil Marlen.
Dijo la canción una vez y
media, hasta que Van Oppen puso la botella en el suelo y empezó a llorar.
Entonces Orsini se levantó con un suspiro y un insulto cariñoso y anduvo en
puntas de pie hasta la puerta y el pasillo.
(30) Tan triste como
ella, p. 62.
(31) La cara de la desgracia, 2, p. 11. (El subrayado es nuestro.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario