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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (74) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

LAS DOS CARAS DE LA TRANSGRESIÓN

 

CAPÍTULO PRIMERO

 

II LOS RITOS INDIVIDUALES O LA FASCINACIÓN DEL ACTO TRANSGRESOR (3)

 

En Para una tumba sin nombre, la reanudación del relato de Jorge Malabia parece estar estrechamente subordinada a la aparición mecánica y cómica de una pipa, elemento auxiliar de su virilidad que alcanza para definir al personaje:

 

Sonrió y estuvo mirándome, un poco alegre, un poco desconfiado. Sacó al pipa del bolsillo trasero del pantalón.

-Sí, exactamente, al lado de un quiosco de diarios. Ella y el chivo, a la izquierda tenían la escalera y a la derecha los diarios y las revistas. (…) Mientras cargaba la pipa me sugirió dos puntos para fijar la atención. (Ya había aclarado que la pieza en que vivían daba a la plaza pero que era imposible ver desde allí el lugar en que se instalaba la mujer):

Primero, que era absurdo que Rita negociara con un chivo en Constitución; que la presencia del animal sólo podía añadir verosimilitud en Retiro. Y que, extrañamente, él había pensado en eso sólo unos días antes, cuando la enfermedad y la muerte de la mujer le hicieron recordar toda la historia. Eso era mentira (27).

 

A esta serie, no exhaustiva desde luego, de ejemplos, se podrían agregar pasajes de dos cuentos profundamente impregnados de rituales individuales insignificantes y deliberadamente desacralizados: Justo el treintaiuno y Jacob y el otro, donde los dos personajes principales se aferran con dulzura febril a una fecha (28) y a un trozo de canción (29). Pero es Tierra de nadie, el texto que mejor expresa la inutilidad de toda práctica ritual: la degradación del mito de la isla incidirá decisivamente en el tratamiento general de los ritos. Estos últimos aparecen estructuralmente ligados a los mitos -por lo menos en el origen, según nos lo recuerdan los mitólogos- y también acompañan su decadencia, como sucede con el desmoronamiento y la dispersión final de la “barra” de Aránzuru.

 

Degradados pero siempre presentes como elementos de verdadero peso en la obra de Juan Carlos Onetti, estos paradójicos ritos personales llegarán a intrigarnos. En ningún momento -como puede apreciarse aquí-, se pretenderá ocultar la absurdidad en que se fundan:

 

Caminaba despacio, más crecida ahora sobre el peso duro y parejo, desconcertada, moviéndose en sesgo, restaurando los antiguos desvíos, los perdidos atajos que habían impuesto alguna vez los árboles y los canteros. Miraba a los hombres, veía erguirse las enormes peceras. Olía el aire, esperaba la soledad de las cinco de la tarde, el rito diario, el absurdo conquistado, hecho casi costumbre (30)

 

Muy por el contrario, sucederá a veces que los personajes ostentan desembozadamente su verdadera índole: en La cara de la desgracia, el narrador no dudará en calificar de “imbécil” a su propio comportamiento:

 

Volví al dormitorio y abrí la valija después de sacarla con el pie de debajo de la cama. Era un rito imbécil, era un rito; pero acaso resultara mejor para todos que yo me atuviera fielmente a esta forma de la locura hasta gastarla o ser gastado. Busqué sin mirar, aparté ropas y dos pequeños libros, obtuve por fin el diario doblado. Conocía la crónica de memoria: era la más justa, la más errónea y respetuosa entre todas las publicadas. Acerqué el sillón a la luz y estuve mirando sin leer el título negro a toda página, que empezaba a desdeñar. Se suicida cajero prófugo (31)

 

De modo que no podemos dejar de interrogarnos acerca de su extraña vitalidad, así como de la función que realmente cumplen en las obras de Juan Carlos Onetti. Por un lado, es evidente que el asignarle a los rituales una dimensión individual manifiestamente limitada y estrecha, apartándolos de su consabida función colectiva, constituye una crítica explícita, una parodia de las insuficiencias y el sinsentido en los que descansa la vida social.

 

Pero por muy insólito que parezca esto, los rituales personales lograrán suscitar una ternura y hasta una fascinación que crecerá en proporción directa con la irracionalidad del comportamiento. Para muchos héroes onettianos la práctica ritual abrirá la inesperada posibilidad de la afirmación del ser y la liberación, constituyéndose por tanto en una práctica transgresora. Socavar las costumbres mediante la socavante creación de ceremonias individuales, instalarse públicamente aunque sea por poco tiempo bajo un aura de dulce desatino, como sucede con el héroe de La cara de la desgracia o la heroína de Tan triste como ella, ¿no es clamar por el advenimiento de una nueva relación del hombre con el mundo, con lo real? ¿No es buscar abrazarse al mundo con toda el alma? Vivir en el rito ya es, paradójicamente, vivir en lo imaginario. Aránzuru, Jorge Malabia, Tantriste, Moncha Insurralde -para no citar más que algunos- cuestionarán, a través de su comportamiento excéntrico, la normatividad que los rodea. Y esa culminación del rito iniciará otra forma de transgresión más radical, porque la liberación de las trabas sociales permitirá ascender hacia la aventura por excelencia, la cual teñirá los textos onettianos de una particularísima luz: el sueño. Comienza entonces una nueva búsqueda, bajo el triple signo de la compensación, la libertad y la creatividad.

 

Notas 

(27) Para una tumba sin nombre, II, p. 2. Cf. igualmente pp. 34-35

(28) Justo el treinaiuno, pp. 165-166: “Había comprado para Frieda un regalo que la estaba esperando, envuelto en papel celeste, junto a su vaso, a la botella de caña, al platito con frutas abrillantadas, turrón y nueces, en el lugar de la mesa que ella acostumbraba ocupar. También le había comprado un toscano y un paquete de hojas afeitar para que se cortara el pelo. Aunque hacía pocos meses que vivíamos juntos estos regalos eran tradicionales pata los aniversarios que respetábamos o inventábamos. Ellos los agradecía con insultos de obscenidad asombrosa, a veces convincentes, prometía venganzas, terminaba siempre aceptando mi buena voluntad, mi alma y mi comprensión descuidada. Sus regalos, en cambio, eran empleos, formas de ganar poco dinero, artilugios para que yo olvidara que estaba viviendo del suyo.”

(29) Jacob y el otro, p. 133. “Ahora”, pensó Orsini. Le puso en una mano la botella y empezó a golpearlo con la cadera en el muslo para guiarlo hasta la cama. (…) Despatarrado en la cama, el gigante bebía de la botella y resoplaba sacudiendo la cabeza. Orsini encendió el velador y apagó la luz del techo. Sentado otra vez junto a la mesa, se compuso la voz y cantó suavemente:

Vor der Kaserne

vor dem grossen Tor

Steht eine Laterne

Und steht si noch davor

wenn wir uns enimal widersehen,

bei del Laterne wollen wit stehen

wie einst, Lili Marlen

wie einst, Lil Marlen.

Dijo la canción una vez y media, hasta que Van Oppen puso la botella en el suelo y empezó a llorar. Entonces Orsini se levantó con un suspiro y un insulto cariñoso y anduvo en puntas de pie hasta la puerta y el pasillo.

(30) Tan triste como ella, p. 62.

(31) La cara de la desgracia, 2, p. 11. (El subrayado es nuestro.)

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