por Esther Peñas
Weber, uno de los padres de la
sociología, afirmaba que fue la aparición de la nueva moral protestante la que
facilitó el desarrollo del sistema capitalista: mientras los católicos
trabajaban para vivir, los protestantes vivían para el puro hecho de trabajar.
El
desmoronamiento del Imperio bizantino en 1453 y el descubrimiento de América en
1492 son dos de los hitos que apuntalan el ocaso de la Edad Media. Estas fechas
simbolizan el paso a nuevas organizaciones políticas como los Estados-nación,
el nuevo desarrollo urbano, el auge de la banca y el surgimiento del humanismo, el cual comienza a observar con recelo
el teocentrismo. A ello se le sumaría, además, la Reforma
protestante: un episodio que terminaría con un evidente cisma, pero también en
una poderosa contrarréplica.
Teniendo presente
la imposibilidad de clarificar las múltiples causas de los hechos históricos,
económicos y socio-políticos –y más allá de monopolios espirituales–, lo cierto
es que las corrientes religiosas agrupadas bajo el protestantismo (entre las que se incluyen
luteranos, calvinistas o cuáqueros) tuvieron que ver, y mucho, con el origen del capitalismo moderno. Lo explicó el sociólogo
alemán Max Weber en un libro que sigue siendo uno de los más leídos en su
disciplina: La ética protestante y el espíritu del
capitalismo. Weber, además de convertirse en uno de los padres de la
sociología junto a Marx y Durkheim, sería también consejero para la delegación
alemana que negoció el Tratado de Versalles,
aquel por el cual se puso fin a la I Guerra Mundial (y que tanto –y tan
lamentablemente– daría que hablar en los años venideros); participó entonces,
además, en la elaboración de la Constitución de la recién creada República de
Weimar.
Weber comprendió
el capitalismo moderno
como un esfuerzo deliberado para obtener un beneficio que, a su vez, permitiera
una expansión continua y planificada. Para el sociólogo alemán es incontestable
el hecho de que el protestantismo –en especial el calvinismo– fuera como uno de
los detonantes del sistema: mientras que el catolicismo, imperante hasta ese
momento, desdeñaba el apego a lo material y desaprobaba la acumulación de riquezas, la Reforma encontró en el
trabajo, el éxito económico del mismo y el ahorro, una vía para llegar a Dios.
Los protestantes,
al fin y al cabo, eliminaron las garantías que suponían los sacramentos
católicos. Ni bautismo, ni penitencia, ni eucaristía: ninguno de ellos avalaba
la salvación. De hecho, en el caso de los calvinistas llega a existir incluso
una doble predestinación: Dios, de partida,
condena a algunos hombres y salva a otros. Por tanto, según explica Weber, los
protestantes tuvieron que buscar otro tipo de señales que simbolizaran que Dios
estaba de su lado. Es así como el éxito en la vida terrenal comenzó a ser visto
como una marca del beneplácito celestial. Por eso los oficios se convirtieron
en un fin en sí mismos; eran una manera de honrar a Dios y de multiplicar los
talentos, tal y como se exhortaba en la Biblia.
Frente a la
limosna de los católicos, los protestantes consideraban la caridad como un acto
que fomentaba la pura molicie; no había lugar para dádivas. Frente a la condena
católica de la usura, los protestantes, que comenzaban a atesorar dinero,
iniciaron un sistema de préstamos con intereses, argumentando que el lucro personal suponía un beneficio para el
Estado. Frente al prójimo, uno de los ejes del catolicismo, del protestantismo
surge un fuerte resquemor hacia los otros –que quizás, claro, pueden estar ya
reprobados por Dios– motivado entre otras cosas por el rechazo a los sentidos
–no ha lugar para el disfrute o placer– y por un individualismo un tanto
apático: nuestros hermanos ya no lo son tanto. El otro es, ahora, un
instrumento con el cual cumplir nuestro deber profesional.
Weber destaca el
reducido porcentaje de trabajadores católicos en la actividad capitalista y en
la industria moderna y señala que, aunque algunos patrones habían subido los
jornales de los campesinos y obreros con la intención de motivar una mayor
carga de trabajo, lo cierto es que esto no caló entre los católicos, que
recibían su estipendio y se olvidaban del trabajo hasta nueva orden; en los
protestantes, al contrario, sí tuvo efecto la medida. Los católicos aspiraban
trabajar para poder vivir, sabedores que el trabajo es una condena,
mientras que los protestantes viven para trabajar. «Es un error afirmar que
aquellos que huyen de los asuntos del mundo y se dedican a la contemplación
llevan una vida angelical. Ningún sacrificio agrada más a Dios que el que cada
uno se ocupe de su vocación y estudios para vivir bien a favor del bien común»,
afirmaba Calvino en sus comentarios a los Evangelios. No en vano, Weber observa
a este respecto un mayor número de escolarizados protestantes en los centros de
enseñanza moderna para profesionales del tipo industrial y mercantil.
Pero no solo de
riqueza vive el capitalismo para Weber. Este vive, sobre todo, de tiempo, pues enriquecerse también supone para el
sociólogo el provecho temporal: si alguien es bien valorado en función del uso
que hace de su tiempo, ganará la confianza suficiente para disponer del tiempo
de los otros; es decir, de su dinero.
Sin embargo, tarde o temprano, como suele ocurrir, se mata al padre. Weber lo supo: «Esta mentalidad capitalista, que entendía la actividad económica con una referencia moral o religiosa desapareció posteriormente del capitalismo, pues esta, al disponer ya de una base mecánica-maquinista, no necesitó ya de ese motor». Fue así como el capitalismo se convirtió al ateísmo, rebelándose contra sus mayores, exactamente al igual que Luzbel.
(ethic / 20-10-2021)
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