por Alberto Ojeda
No es buena época
para ciudadanos del mundo como Daniel Barenboim (Buenos
Aires, 1942), políglota de amplio espectro y coleccionista de pasaportes.
Demasiado nacionalismo. Pero este fenómeno involucionista no lo va frenar. A él
desde luego que no. Mientras habla –por teléfono– con El Cultural desde su casa
en Berlín piensa en la maleta que tiene que hacer a la carrera para viajar a
Atenas, donde debe dirigir a la Staatskapelle, la orquesta berlinesa que
'capitanea' desde 1992. Con ella visita luego Milán y después viene a Madrid, a
los ciclos de Ibermúsica que fundó su gran amigo Alfonso Aijón y que, en los
momentos difíciles, ha ayudado a reflotar renunciando a su caché, detalle que
dice mucho de los códigos que determinan sus decisiones. Como el de colocar a Wagner en los bises de un concierto en
Jerusalén en 2001, contraviniendo el anatema que pesaba sobre el compositor
germano (y antisemita). A Barenboim, lo dicho, los prejuicios no le van a
parar. Tampoco la estulticia política que relega la cultura y la música en los
planes lectivos. Ni siquiera la edad, ahora que frisa los 80 años (los cumplirá
en noviembre de 2022).
¿Cómo se vive la música a punto de ser octogenario?
[Risas, acaso
porque no esperaba tal pregunta de entrada] La música siempre es joven. Siempre
rejuvenece. Es algo único porque tiene lugar en nuestro mundo pero a la vez es
un mundo aparte. Y este no envejece.
Usted tiene fama de haber llevado una vida profesional muy activa, frenética
por momentos. ¿Ha bajado el ritmo en los últimos años?
No es verdad: mi
vida no ha tenido nada de frenética, aunque ciertas personas lo vean así. Pero
¿por qué me pregunta si ha bajado y no si ha subido? [Risas]
La peor alternativa: morir
Bien, vale, buena observación…
… la verdad es que envejecer no es nada agradable pero las alternativas son
peores, así que no hay que tomárselo muy en serio.
En realidad, lo que le quería preguntar es cómo se desarrolla su día a día, su
cotidianidad.
Mi día a día no tiene cotidianidad porque siempre hago cosas diversas.
Depende de si hay ensayos, si tengo que dirigir o tocar. Odio la
rutina: es el enemigo más grande de la música. Repetir porque salió bien es lo
peor que se puede hacer. Siempre hay que hacer las cosas como si fuera la
primera vez. No me gusta la rutina, ni dentro de la música ni fuera.
Es un músico con un bagaje intelectual muy amplio. ¿Qué tiempo le dedica a
la lectura en ese día a día cambiante?
Va por periodos. Cuando hay ensayos para una nueva producción de ópera los días
están muy llenos y es difícil ponerse con un libro.
¿Qué le interesa leer?
Siempre he leído con mucho gusto biografías. Por eso también tengo una
–digamos– posición bastante fuerte contra la tendencia de analizar la música de
los compositores según su biografía, porque nunca se sabe si tuvieron
dificultades en su vida privada y la música es una expresión de eso o si es
justamente lo contrario: que la música les permitió salirse de las
dificultades.
Usted ha utilizado la música como palanca de cambio social. Ha intentado
a través de ella mejorar el mundo, incluso pacificarlo. ¿En qué medida cree
haber conseguido parte de ese ambicioso –y loable– objetivo?
El problema es que desde hace muchos años la cultura ha perdido mucha
importancia en la sociedad. La música, en concreto, enormemente. No hay
educación musical. Cuando se piensa que hay orquestas magníficas en tantas
ciudades del mundo, tantos teatros de ópera, y ninguna educación musical en las
escuelas, ¿cómo se espera que haya un público con hambre de escuchar música? Y
no es un problema económico, es mucho más grave. Es humano porque la educación
musical no cuesta una fortuna pero los políticos, en su gran mayoría, no se
interesan por la cultura en general, y por la música en particular. Las dejan
de lado. No se ofrece esta formación porque no se le da importancia.
A Barenboim se le nota muy desencantado por esta dejación de los poderes
públicos. Siente que la música clásica está en vías de convertirse en un
cubículo desconectado de su entorno. Y eso lo mata. “Lo que hacemos se comunica
con un porcentaje muy pequeño de la sociedad”, lamenta. Aunque un periplo por
Asia con la Staatskapelle hace tres años, en los tiempos prepandémicos, le
devolvió la esperanza. “Me sorprendió que en países como China, donde
la música clásica llegó bastante tarde, más del 60 % del público tenía menos de
40 años. Eso me dio un gran aliento”.
En lo que no encuentra motivos sobre los que cimentar un poco de optimismo es
en el conflicto israelí-palestino. “Es que va de mal en peor”. A su juicio, hay
una falsedad radical que distorsiona todo y que una de las partes no está
dispuesta a depurar. “El sueño sionista del XIX era muy bello: un hogar para
los judíos. Pero a eso se le unió muy poco después una mentira: un país vacío
para un pueblo sin hogar. ¿Cómo se puede decir que el país estaba vacío?
Durante la I Guerra Mundial el porcentaje de judíos que vivían en Palestina era
el 9 %. Había otro 91 % que estaba antes. Y de ahí surgió todo el conflicto,
que no ha hecho sino empeorar. Y ahora se habla de nuevos asentamientos. Es
criminal, esa es la palabra. Ambas partes tienen su responsabilidad, como en
todo en pelea, pero la del gobierno israelí es más grande porque es el
conquistador. Los palestinos son los conquistados. Habría que encontrar una
fórmula a través del diálogo que sirva para ambos pueblos”. Pero no se hace
ilusiones. Menos en el contexto actual de nacionalismos rampantes, una deriva
que lo tiene consternado. El problema, a su juicio, es que falta de
determinación en los mandatarios y la sociedad civil para darle un bandazo a la
inercia retrógrada. “El mundo no está en un buen momento. Se actúa demasiado
calculando cómo va a ser visto lo que se hace, cómo lo van a juzgar los demás.
Hay que tener el coraje de hacer las cosas como uno piensa que son justas”.
Como cuando él se alió con el intelectual palestino Edward Said y dieron a luz
la West-Eastern Divan en 1999, durante la capitalidad europea de Weimar,
sentando juntos a músicos israelíes y árabes. Hoy ya no es una orquesta juvenil
balbuciente sino, apunta con indisimulado orgullo, “una formación preparada
para tocar sinfonías de Bruckner y variaciones de Schönberg en el Festival de
Salzburgo”. Además, en la base de la orquesta, está la Academia Barenboim-Said,
con sede en la revolucionaria Pierre Boulez Saal diseñada por Frank Ghery en
Berlín. Una cantera que nutre de savia nueva a la West-Eastern Divan,
equiparable a las que tienen todas las grandes orquestas del orbe sinfónico:
Filarmónica de Berlín, la propia Staatskapelle… “La forman entre 20 y 30
músicos jóvenes que han terminado sus estudios, que buscan ganar experiencia,
que tienen sus mentores y tocan un 25 o un 30 % de los servicios de la
orquesta”.
¿Qué balance hace de este particular proyecto humanístico hasta la
fecha?
Funciona muy positivamente. Sigue teniendo la intención de dar prioridad a
estudiantes de Oriente Medio. Ahora es más difícil que vengan porque la
situación allí es peor que cuando nació. Por la revolución en Siria, por
ejemplo, y la falta de tranquilidad en general en la zona no siempre contamos
con suficientes estudiantes de estos países. Por otro lado, de manera muy
dictatorial, alargué el concepto de Medio Oriente para incluir a Turquía e
Irán, que nos dan alumnos de mucho talento y gran calidad. El programa
extramusical de estudios de filosofía y de cultura general es único. Por lo que
sé, no hay otras instituciones que los incorporen también. Todo está funcionado
muy bien y es algo que me hace muy feliz.
¿Qué impacto tiene en el resultado sonoro de una orquesta que sus
integrantes sean personas ilustradas?
Enriquece todo: la sonoridad, la energía… La música se debe pensar. Es
indispensable pensar en y con la música. La intuición sola no es suficiente.
Los caminos de Beethoven
En Ibermúsica pondrá en atriles partituras de Beethoven, Schubert,
Schumann y Brahms. ¿Hasta qué punto aprovecharon estos tres últimos los
múltiples caminos abiertos por el primero?
Schumann, digamos, tiene una gran importancia hacia el futuro de la música.
Es el que liga a Beethoven con Wagner, el que adelantó en el sendero de la
música. Brahms tampoco fue tan conservador como mucha gente piensa. Schönberg
mismo dijo que su música es el resultado de la influencia de Wagner y Brahms.
Los programas de los conciertos de Madrid se enfocan en el centro de la música
alemana del siglo XIX.
El 1 de enero le toca de nuevo dirigir a la Filarmónica de Viena en el
Concierto de Año Nuevo.
Sí, será la tercera vez. Es algo que hago con mucho gusto.
¿Alguna sorpresa?
[Piensa tres segundos] Ya lo verá. Ahora le dejo, que tengo que hacer la
maleta.
Buen viaje, maestro.
(EL CULTURAL / 8-11-2021)
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