por Pablo de Vita
A 50 años de su
estreno, la película protagonizada por Malcom McDowell consiguió revertir su
destino y se convirtió en un clásico del cine del siglo XX
“Cuando le pregunté
a Stanley Kubrick quién era Alex DeLarge, él me dijo que para responder a esa
pregunta me había contratado a mí. Me impresionó esa respuesta, pero a la vez
fue un gran regalo”, confesaba ante la prensa acreditada -entre ellos LA NACION- el protagonista de La naranja mecánica en su paso por la Semana
Internacional de Cine de Valladolid, SEMINCI. Sincero, y ameno, Malcom McDowell recordaba así el papel de su vida,
a medio siglo del estreno del film que suscitó censuras, escándalos y polémicas
alrededor del mundo.
“Lindsay Anderson
podía pasarse horas explicándome el personaje, quiénes son sus padres… Kubrick
me presentó un reto a mis 25 años y me descubrió la parte buena y más divertida
de ser actor”, agregaba sobre la diferencia entre su primer protagónico
para If y la película que lo catapultó a la fama tres
años después. Entre el rechazo de buena parte de la crítica, censuras
autoimpuestas -Kubrick pidió que la película fuera retirada de cartel ante el
escándalo social que representaba su cóctel de sadismo y violencia-, y las
censuras que vivió en diversas latitudes, como en nuestro país -llegó a las
salas catorce años después, en 1985- la película solo acrecentó su fama de
“film maldito”.
La naranja mecánica está basada
en la novela de Anthony Burgess, publicada en 1962 y parcialmente basada en las
memorias de su autor relacionadas con hechos acaecidos durante la Segunda
Guerra Mundial, cuando cuatro marines lo atacaron y violaron a su mujer. Este
hecho sirvió de disparador a su autor para explorar los abismos de la
corrupción moral y de la degradación social que, en la novela original
publicada en Europa, encontraba un final más esperanzador que en su edición
norteamericana y mucho más en comparación al universo ejemplificado a todo
color por Stanley Kubrick.
Este cambio en el
final de la historia, sin embargo, dejó en la película uno de los elementos más
complejos de comprender heredados del libro, la jerga “nadsat” (que significa
“adolescente”) y que fuera inventada por el escritor. Para Kubrick la
utilización de un lenguaje incomprensible potenciaba el carácter de la imagen
que navegaba entre lo revulsivo y lo innovador. “Era muy joven entonces y
cuando me dijeron que me llamaba Stanley, creía que era otro Stanley [Kramer,
realizador de films como Adivina quién viene a
cenar o El mundo está loco, loco, loco].
Luego, él mismo me hizo saber que me había visto en If..., de Lindsay Anderson, y que me quería para su
nueva película. Solo sabía que él era el director de 2001: odisea del espacio, la película de
ciencia-ficción que revolucionó el género”, confesaba McDowell en Valladolid.
Lo que probablemente no sabía en su momento el joven actor es que llegaba a un
rol que tuvo como primer destinatario a Mick Jagger.
En realidad, los
Rolling Stones tuvieron en sus manos los derechos de la obra de Burgess para
hacer una película con dirección de John Schlesinger que no se concretó y que
Burgess había vendido a un empresario teatral por solo 500 dólares. Liberados
los derechos y con Kubrick en el horizonte, el nombre del “frontman” de los
Rolling Stones siguió sonando pese a la negativa rotunda del director de La patrulla infernal: sería McDowell o nada.
La agenda de los Stones hizo el resto y Kubrick consiguió su objetivo para
encarar el rodaje de un film personalísimo, como toda su genial y arrolladora
filmografía.
Todo se inició el 7
de septiembre de 1970 en la Inglaterra natal del director y culminó casi siete
meses más tarde, un 24 de febrero del año siguiente, en un rodaje extremo y
llevado al límite. Perfeccionista, Kubrick fue capaz de repetir hasta 74
veces una toma para lograr el efecto deseado y no omitió riesgos para su
protagonista que tuvo fractura de costilla (cuando la pandilla le pega), daño
en la córnea (en el macabro y recordado tratamiento Ludovico, que fue lo
primero que se rodó), y casi se ahoga en la escena del ahogamiento. No
casualmente la relación entonces se tensó: “No volví a ver nunca más a Stanley,
aunque sí hablamos por teléfono varias veces. Fue muy extraño... Yo era joven,
me sumergí en una relación profundamente familiar con él, y completado el
rodaje se acabó. Lo sentí como un divorcio y lo lamento. Sin embargo, hicimos
un filme extraordinario”, declaraba con absoluta elegancia inglesa sobre su
vínculo con el realizador McDowell en la SEMINCI.
Empero McDowell
regaló durante el rodaje uno de los mejores aditamentos que encuentra el film
de Kubrick para una escena de esas que quedan en la historia grande del séptimo
arte y suceden en la alquimia imposible de la casualidad y el talento, cuando
sugirió que en la escena en la cual su personaje ataca al matrimonio incluir
“Singin’ in the rain”, del film homónimo Cantando bajo la lluvia que
protagonizó Gene Kelly en 1952.
La naranja mecánica se proyectó
una sola vez en la Argentina, en el Cine Club Núcleo y sin cortes, previo a su
estreno comercial que finalmente tuvo lugar el 25 de julio de 1985. Fue la
única función autorizada por la censura del Ente de Calificación
Cinematográfica, que había impedido su estreno en nuestro país.
Kubrick había
retirado la película de cartel allí donde no había sido prohibida por las
amenazas de muerte que había recibido él y su familia. Sin embargo, la férrea
censura española dio un respiro, tal como muestra el documental La naranja prohibida, cuando se autorizó su exhibición
en la entonces SEMINCI, que era un festival de cine religioso y valores humanos
que daba comienzo con una misa. “Controlaba totalmente la explotación de su
película”, confirma en el documental el experimentado Carmelo Romero, entonces
director del festival, añadiendo que incluso Kubrick chequeaba si los colores
del cine no afectaban a los de su film. Por iniciativa de Warner Bros llegaba
al festival y 48 horas antes de su exhibición la misma empresa pedía la copia
35mm del film para una revisión, informando que Kubrick no autorizaba la
exhibición de la película. Lo convencieron diciéndole que la película se
exhibiría exclusivamente en la Universidad de Valladolid. Sin embargo, se
estrenó en dos salas de cine durante el festival, y en la mitad de la función
Carmelo Romero recibió un llamado de la policia diciéndole que había una
amenaza de bomba en la sala. Decidieron continuar con la función.
La película sobre la que pesaba la leyenda que favorecía la delincuencia comenzaba a ser una realidad para todos los espectadores que, durante años, sabían de su existencia sin poder verla. En el documental, McDowell declara: “Las instrucciones que recibí era que tenía que hacer a un violador y a un asesino, pero que el público simpatizara conmigo”.
(LA NACIÓN / 9-11-2021)
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