Problemática de las drogas (1)
En el siguiente intercambio epistolar se trataron problemas fundamentales
de las drogas.
Bottmingen, 16-XII-1961 (1)
Por una parte tendría muchas ganas de seguir investigando
personalmente la aplicación de las sustancias activas alucinógenas como drogas
mágicas en otros ámbitos, además de realizar su estudio científico,
químico-farmacológico…
Por otra parte debo confesar que me ocupa mucho la
cuestión principal de si el empleo de este tipo de drogas, es decir, de
sustancias que tienen efectos tan profundos, no constituye de por sí un cruce
de frontera ilícito. Mientras se ofrezca a nuestras vivencias, mediante alguna
sustancia o método, sólo algún aspecto nuevo y adicional de la realidad,
seguramente nada cabe objetar a tales medios; al contrario, pues el vivenciar y
conocer más facetas de la realidad
nos la vuelve más real. Pero se plantea la cuestión de si las drogas puestas
aquí en tela de juicio y que tienen efectos muy profundos efectivamente sólo
nos abren una ventana adicional a nuestros sentidos y sensaciones, o si el
propio observador, su naturaleza más íntima, sufren alteraciones. Esto último
significaría que se altera algo que a mi juicio debería quedar siempre ileso.
Mi insistencia se refiere a la cuestión de si nuestra naturaleza más íntima es
verdaderamente inatacable y no puede ser lesionada por lo que ocurra en sus
cáscaras materiales, físico-químicas, biológicas y psíquicas… o si la materia
bajo la forma de estas drogas desarrolla una potencia que puede atacar el
centro espiritual de la personalidad, la mismidad. Ello se podría explicar con
que la acción de las drogas tenga lugar en una superficie límite, en la que la
materia se continúa en el espíritu y viceversa, y con que estas sustancias
mágicas sean ellas mismas puntos de fractura en el reino infinito de lo
material, en los que la profundidad de la materia, su parentesco con el
espíritu, se revelen de un modo especialmente evidente. Esto podría expresarse
con la siguiente variación de una conocida poesía de Goethe:
Si la cualidad del ojo no fuera la del sol,
el sol jamás podría verlo;
si en la materia no estuviera la fuerza del espíritu,
¿cómo podría la materia enajenar al espíritu?
Esta correspondencia a puntos de fractura que forman las
sustancias radiactivas en el sistema periódico de los elementos, en los que el
tránsito de la materia a la energía se vuelve manifiesto. Por cierto, también
en el aprovechamiento de la energía atómica se plantea la cuestión de un cruce
ilícito de frontera.
Otro razonamiento que me intranquiliza es el que se
refiere al libre albedrío en relación con la influenciabilidad de las más elevadas
funciones mentales por trazas de una sustancia.
Las sustancias activas altamente psicotrópicas, como el LSD y la psilocybina, tienen en su estructura química un parentesco muy estrecho con sustancias que existen en el cuerpo, que se presentan en el sistema nervioso central y cumplen un papel importante en la regulación de sus funciones. Es dable pensar, por tanto, que por alguna perturbación en el metabolismo se forme, en vez de la neurohormona normal, algún compuesto del tipo del LSD o de la psilocybina, que pueda modificar y determinar el carácter de la personalidad, su visión del mundo y su actuar. Una traza de una sustancia, cuya formación o no-formación no podemos determinar con nuestra voluntad, puede forjar nuestro destino. Tales consideraciones bioquímicas podrían haber llevado a la frase que Gottfried Benn cita en su ensayo Provoziertes Leben (“Vida Provocada”): ¡Dios es una sustancia, una droga!
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