por Luis M. Mainez
La soledad conquistada nos permite
aislarnos frente a un mundo cada vez más líquido. Es una oportunidad para huir
del ruido, pero no de los demás: una vía para alcanzar la felicidad tan solo a
través de nosotros mismos.
Para Riley Andersen todo empieza a
torcerse cuando llega a San Francisco con su familia desde el Medio Oeste
norteamericano a causa del nuevo trabajo de su padre. Durante el periodo de
adaptación a su nueva vida, algo empieza a no funcionar como debería: Riley
deja atrás la felicidad inocente de la infancia para pasar a la siempre mudable
adolescencia. Los responsables de la estabilidad de Riley son cinco personajes
que viven dentro de la niña, a cargo de su sala de máquinas emocional:
miedo, asco, alegría, tristeza e ira.
Este es el argumento de Inside Out, la
película de Pixar: aquí, las emociones primarias son las protagonistas,
imbuyendo de sí mismas los recuerdos y vivencias de Riley. Tras la mudanza,
todas las emociones se disputan su control emocional. Alegría quiere que la
niña explore, descubra y se lo pase bien; Tristeza, por el contrario, impregna
de melancolía todos los nuevos recuerdos nuevos por lo que ha dejado atrás. No
hay una emoción asociada a un tipo de vivencia concreta: todo depende de quién
decida qué en tu sala de control emocional.
Con la soledad nos pasa algo parecido. Lo que la
sociedad mundial ha experimentado con los confinamientos debido a la covid-19
en los últimos dos años ha llevado a muchas personas a enfrentarse con una
realidad nueva; incluso consigo mismas durante meses en su
domicilio. Todos hemos reflexionado sobre qué significa sentirnos
solos y sobre si es positivo o negativo. En este sentido, las
experiencias han diferido muchísimo dependiendo de las personas: a unos, su
particular sentido de la alegría les
hacía ver la soledad como
una oportunidad, mientras a otros les vencía la tristeza casi sin querer. Del mismo modo, ha crecido la conciencia sobre los
problemas derivados de la soledad, así como también se han popularizado
conceptos como el de «soledad escogida», algo que hasta hace poco solo
manejaban los profesionales de la salud mental.
La «soledad conquistada» –o escogida– es la
forma de vivir de cientos de miles de personas en nuestra sociedad hiperconectada, la cual es, al mismo
tiempo, superficial y atomizadora; han optado por refugiarse en sí mismas ante
la sobreestimulación en la que estamos sumidos, la cual muchas veces nos hace
imposible –o incluso indeseable– conectar con nadie lo suficiente como para
querer su compañía. Las personas que escogen esa forma de vida se
adaptaron mucho mejor a la reclusión forzosa de la pandemia. Para ellas fue
un alivio: muchas veces, en la vida anterior, se llegaban a sentir mal dando
excusas para no quedar con sus compañeros a la salida del trabajo o con sus
amigas durante el fin de semana; sencillamente, querían estar solas.
Esta soledad conquistada lleva al extremo el
clásico refrán de «mejor solo que mal acompañado»: es una forma de
entender el mundo en la que las personas que la practican asumen que nadie va a
cuidar de su vida –y sus destinos– mejor que ellas mismas. Además, encaja
de manera evidente con las nuevas tendencias sociales que promueven
una menor dependencia en ciertos aspectos de la vida que, hasta ahora, habían
sido inmutables, tal como ocurre con el amor romántico, cada vez más denostado.
Las ventajas de la soledad conquistada parecen
claras: aislarse de un mundo extremadamente ruidoso y tener, así, más tiempo y
libertad para hacer lo que realmente nos gusta hacer, ya sea leer a Virginia
Woolf, cenar en el restaurante que nos apetezca o practicar yoga. En
definitiva, desarrollar menos dependencia emocional en un
mundo donde cada vez es todo más efímero, más líquido. Ello nos ayuda a
adquirir, además, una mayor capacidad de resistencia frente a cambios
sociopolíticos, los cuales se evidencian mucho más cuando dependemos de los
vaivenes de la tribu.
En la lógica de Inside Out, esto supone que fuera Alegría la que interviniese en nuestro estado de ánimo, identificando los momentos y recuerdos de soledad como eventos felices, en lugar de hacerlo envueltos en la tristeza y el desencanto. Algo que, de hecho, no ha sucedido en el imaginario común occidental muy a menudo, quizá marcado por el imperativo subconsciente que seguimos arrastrando desde los tiempos en los que la soledad era sinónimo de muerte y la cooperación la única forma de mantenernos vivos. Sin embargo, lo que en un primer momento podría verse como algo positivo, puede tomar también un cariz desesperanzador. Recordemos, a su vez, cómo se señalan como negativos los roles de comportamiento de las figuras asociadas tradicionalmente al éxito –ya sean emprendedores o artistas– que han hecho gala de su individualismo y de su falta de dependencia; es el éxito del solitario.
Un lugar nuevo (y solitario)
La paradoja del individualismo –una forma negativa
de entender la soledad escogida– es que lejos de volvernos más autónomos, nos
hace más dependientes. La persona individualista pierde la dimensión
social de sus actos, y termina buscando la aprobación en la mirada de los
demás mientras estos, sin vínculos afectivos reales, acaban mostrándose como
meros adoradores del ególatra.
Se nos invita a buscar espacios cada vez más
pequeños, donde acabamos ajenos a realidades diferentes a la nuestra. A veces,
esos espacios gregarios, basados en la diferenciación, nos hacen reducir
nuestras semejanzas con los demás a la nada, llevándonos de este modo a abrazar
la soledad.
Al mismo tiempo, la presencia de lo colectivo y
colaborativo se hace clave en nuestros días: desde el colegio se nos enseña a
trabajar en equipo y a entender el mundo como un único lugar donde cada
vez estamos menos solos. Siempre conectados, conscientes de lo que ocurre
no solo a nuestro lado, sino también de lo que sucede en la otra punta del
globo.
En esta situación viven varias generaciones que
todavía no han encontrado el delicado equilibrio entre la altivez, el
individualismo, los cuidados y las nuevas comunidades. La
soledad conquistada se muestra todavía como una opción que no ha tenido
tiempo de verse aceptada socialmente del todo, pero tampoco
denostada. Como todo lo que se empieza a nombrar, se encuentra en estado
de definición.
Mateo Cerdán, psicólogo afincado Madrid, apunta
hacia lo peligroso que puede resultar para alguien abrazar el concepto de la
soledad escogida: «A veces es un engaño, una defensa para aquel al que le dan
miedo los vínculos profundos. Vincularse a otro siempre es expandirse y crecer,
pero también puede suponer dependencia y sufrimiento. Una cosa es aprender a
estar solo y a no tener dependencia emocional, y otra cosa es que tú solo estés
mejor que con nadie. La dependencia es una realidad porque, al fin y al cabo,
somos seres dependientes. El problema surge cuando somos dependientes
de una sola cosa: de una persona, de un trabajo o de la familia; no
obstante, ser dependientes de varias relaciones es perfectamente sano».
La soledad conquistada es una opción vital que va
de la persona al exterior. Un concepto opuesto a un aislamiento
que va, por el contrario, de los «otros» al «uno», y sobre el que los
especialistas están de acuerdo en apuntar como uno de los mayores problemas de
nuestro tiempo, causante tanto de problemas cardíacos –en la misma medida que
un constante consumo de tabaco–, como de un aumento de suicidios o del doble de
posibilidades de que aparezca Alzheimer. El aislamiento forzoso no tiene nada
que ver con la soledad conquistada, que es una victoria de las personas que han
conseguido alcanzar la felicidad por ellas mismas, que han elegido vivir sus
vidas sin demasiada relación con el resto.
En Inside Out el fino equilibrio entre las emociones hace funcionar a la protagonista en el mundo nuevo material al que se muda, pero también en el nuevo mundo racional que supone el abandono de la infancia. Nuestras sociedades se están construyendo a día de hoy con una cierta adoración de lo individual y del desapego y, a la vez, con una fuerte apuesta por lo colectivo y los cuidados. La soledad conquistada se intuye como uno de los conceptos más interesantes para saber cómo se construirá nuestra realidad en un futuro cercano.
(ethic / 8-10-2021)
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