por Pablo Pagés y Marvel Aguilera
Briski estuvo diez años afuera del país. Perseguido por sus ideas. Las
mismas que hoy sigue defendiendo a capa y espada, y que tanto incomodan a
quienes se sienten naturalizados entre los muros marchitos pero resistentes del
sistema. Su historia familiar es de migraciones, de huidas en pos de salvar la
vida, pero también de fronteras. De barrer los márgenes. Los mismos que Norman
parece querer blandir en cada una de sus obras y experimentaciones, desde el
teatro popular, la composición artística, el peso de la palabra. Los años pasan
pero su dramaturgia y la impronta perspicaz de su docencia persisten y se
reproducen a través de decenas de jóvenes artistas independientes en el Teatro
Calibán, con ganas de ver en el teatro una disciplina de transformación al servicio
del pueblo.
Norman parece un tanto ácrata, pero nadie puede negar su interminable
obra en pos de poner sobre la mesa los conflictos sociales y políticos que
rondan la Argentina, y que durante tantas décadas parecen aflorar, como un
eterno retorno, donde el presente parece un pasado irresoluto. En su voz hay un
dejo trémulo, un tinte que refleja el sonido del trabajo, de la voz como
transmisora de conceptos y de luchas históricas. Actor, director, dramaturgo,
Norman mantiene sus energías intactas a la hora de pensar lo pensado y darle
una vuelta para evidenciarnos, una vez más, los hilos de tantos simulacros del
poder.
En tu nombre encuentro dos acepciones. La primera es de carácter
genitivo, lleva a pensar que tu familia llegó a la Argentina desde Normandía,
departamento de Calvados. La Segunda es de carácter cultural, dentro de la
religión de tus padres, en el que “Normando” sería el masculino de Norma. ¿Cuál
es tu relación con tus orígenes?
He tomado varios calvados en la zona de Normandía, pero siempre estuve
de visita. Mi familia es originaria de Bielorrusia y Ucrania: tanto mi madre
Clara como mi padre que es de Pinks, al lado de Minks, la capital del
socialismo y la Revolución Rusa. Y tengo esa procedencia muy muy dolorosa de la
Segunda Guerra Mundial, aunque mi padre vino entre la Primera y la Segunda.
Perdió a cinco de sus hermanos, padre, madre, en campos de concentración. Mi
madre pudo evitar el genocidio de ese entonces, y sin duda yo soy un hijo de
esa Segunda Guerra Mundial. Nacido en Santa Fe en 1938, al lado del río que
siempre me fue amigo, por pescador, por nadador, por estar en la vera como
aquel Paco Urondo.
Parece que el terreno del arte y la cultura, de alguna manera, dio más
chances de escaparle a la dictadura. En tu caso te fuiste a Europa. Contanos
cómo fue el momento en el que te diste cuenta de que debías exiliarte.
Hubo una bomba en mi jardín y más que decidí, tuve que rajar. Y varios
episodios para poder llegar al avión. Me pararon en la ruta. Yo estaba armado,
porque no quería ser solo yo el perdedor. Eso fue porque el día anterior lo
habían matado a Risieri Frondizi en la General Paz, en el mismo lugar. Así que
las anécdotas van desde haber sido denominado “rata marxista”, como salió en un
noticioso chileno. Y allí es donde tomamos un avión con mi compañera Mary
Pascal, con Nacha [Guevara] y su compañero, y con su hijo, Gastón, mi hijo
mayor. Fuimos a Lima, Perú, y a los días de haber llegado tuvimos el terremoto
de Lima. Es decir, hemos estado con la luna llena, pero llena de percances.
En Perú hicimos un largometraje, Kuntur Wachana, ese era el
título. Me tuve que ir a Calca, una ciudad inkari y kudayari. Filmamos con la
comunidad en ese lugar. Desde ahí fui rajado de Perú, por razones de alianza
entre la policía argentina y la peruana. Nos fuimos a Venezuela, donde
estuvimos un tiempo. Hice La fiaca con audífono ahí, luego
estuve en México, donde compartí con muchos argentinos que estaban exiliados.
Inventamos un Comité de Solidaridad. Luego me fui a Francia, porque mi compañera
era de allá. Estuvimos un año, luego pasamos a España donde me quedé casi tres
años, entre filmaciones y teatro que me pusieron en el orden de lo profesional,
de tal manera de que cuando me fui lo hice a Estados Unidos, a Nueva York.
Estuve cinco años y pico en la meca. Ahí hicimos un grupo de teatro argenta, un
teatro popular, y una película que no recuerdo el nombre con un director
español. Y recién ahí, con diez años de exilio, retorné a la Argentina, en la
época que ya estaba de presidente Alfonsín. Y se sabe que con Alfonsín me
metieron preso, por asociación ilícita. Zafé por razones de buenos abogados, y
por mis ojos azules. Y por la tropilla que estaba esperando mi libertad en las
orillas de Tribunales.
El Teatro Calibán es un refugio muy importante en tu cosmovisión
artística, política y poética. ¿Cómo arrancaste en él y que marco conceptual es
el que quisiste trazar?
En el interín de mi exilio estuve en Cuba, varias veces. Con la
influencia de la Revolución Cubana en mi vuelta a la Argentina, después de
haber estado buscando lugares para dar clases, sentí que estaba en condiciones
de amplificar mi tarea de actor. Había dado clases en Nueva York, tenía ya
experiencia pedagógica, por decirlo así. Me echaron en la Argentina de tres salones
donde estaba haciendo la práctica de teatro. Las razones eran que los
estudiantes puteaban, y una cantidad de cosas que hizo que mi decisión fuera
buscar mi propio lugar. Cosa que logré unos tres años después de haber vuelto,
lo que hoy se llama Calibán. Que es el nombre de un estudio que hizo [Roberto
Fernández] Retamar, un gran poeta cubano amigo, que falleció hace muy poco. Y
Calibán se define como un lugar de experimentación y donde los estudiantes
pueden llegar a producir sus propios proyectos. Está hecho para eso. Antes se
llamaba “Libertario”, ahora se afanaron la palabra los liberales, no lo puedo
creer… Pero se entiende que es un lugar entrañable, que no es muy
institucional. Toda la gente que está liada con Calibán, son gente que quiere
al lugar, que quiere aprender este oficio divino.
Hablemos de La conducta de los pájaros, una de tus obras en
vigencia. ¿En cierta forma estamos hoy atravesados por esa incertidumbre de
Litero, tratando de rastrear alguna posible emancipación a este capitalismo
asfixiante que cada vez nos quita más?
Nada puede ser mejor definido que el propósito que tuvimos con Vicente
Muleiro de estimular el volver a pensar a estos grandes de la honestidad, de la
audacia, de la entrega, que fueron Rosa Luxemburgo y Manuel Ugarte. Recordarlos
para volver a pensar este presente, porque nos da la impresión que por deber,
más que por vocación, traer estas posibilidades más que deseable es necesario
porque, como bien definís, Litero es el termómetro de qué hacer con esta realidad
e incertidumbre, que por Brecht podemos decir que “mueve montañas”. Pero para
la realidad argentina y la indoamericana o latinoamericana, parece
extremadamente oscura, entre populismos, dependencias, democracias insípidas y
otras formas que no dan respuesta a las mayorías.
Parece que esta pandemia que aún no termina persiste en intentar
sacarnos hasta el último de nuestros alientos. ¿De qué manera se vincula este
escenario orwelliano que casi estamos por pasar con el capitalismo?
No da la impresión de que se moviera la estantería de la estructura
imperial. Creo que hay una regresión en todas las alternativas y en todos los
impulsos, y lo que sin duda parecía como posible, por lo que escribió Zizek y
otros pensadores, que podía haber un pensamiento alternativo o revolucionario,
fue por el contrario. Yo siempre consideré que la tecnología sigue copando las
mentes, que ven en ella no la ciencia sino el consumo. Y en ese caso, lo
regresivo que nos pone la pandemia cree que también la tecnología nos va a
auxiliar para salir de las infecciones. Pero eso no da la impresión de que
solucione, sino que vacuna. Y ya sabemos que el original de esta peste está en
descubrir que el hombre, algunos, están envenenando la tierra, el aire y si
fueran a otro planeta lo disecarían, como seguirán intentando con este. Si
aparece una reacción o resistencia, no se vislumbra por el momento, sino que
todo está en la burbuja de la política que cree poder dominar, con el rating,
la posibilidad social-democrática de que cambie algo para que siga todo igual
que antes.
La pandemia marcó una distancia terrible entre nosotros, la gente busca
preservarse de mil maneras aún estando casi toda la población vacunada. Esto,
sin lugar a dudas se refleja en el teatro. ¿Cómo volvemos a nuestra humanidad
con los hábitos que nos quedaron impuestos, el odio de clases que se volvió más
fuerte y deja ver bajo la punta del iceberg la fugacidad de nuestra existencia?
Bueno, no le vamos a echar la culpa a la fugacidad sino a qué le damos a
esa existencia. Y estas sociedades medias dependientes, medias tecnológicas,
sin afectos y que la pandemia ha acentuado sus alienaciones, también acentuó
las pasiones indómitas de aquellos que nos aventuramos a pesar de estar
encerrados. No hay nada que aspire mayormente a la libertad que el estar
presos. No existiría esa palabra si no hubiese represión, cercenamiento,
etcétera.
Tenemos bien sabido que las formas represivas tomaron otro color de la
mano del neoliberalismo. ¿Crees que en la actuación es necesario apuntar a
poner en cuestión o romper con las formas culturales que nos estereotipan en
esta lógica atroz?
Ya formular esto significa la rebelión contra lo establecido, que si el
arte no está ahí, si no es subversivo, no tiene sentido. Si se acentúa ese arte
fundacional de los imperios o se acentúa la marginación con su lenguaje en los
residuos… Me parece que el arte tiene más fama de estar con el Papa en la
Sixtina que de estar con la gente, con la explosión de la expresión no
previsible. En general, el arte siempre estuvo en la sujeción, y tiene fama,
como no es la política, de que pudiese ser una alternativa habitable. No, eso
todavía está en disputa, y por ahora gana Da Vinci y Miguel Ángel, que fueron
empleados del poder.
Muchas de esas formas represivas están expuestas en Potestad.
¿Ponerlo sobre la mesa es una forma de mantener la lucha por una identidad que
el capitalismo busca desdibujar?
Potestad es una obra enmarcada en lo que significó el genocidio en la
Argentina y la denuncia de [Tato] Pavlovsky sobre la colaboración y la
complicidad civil, que tuvo y tiene mucho que ver con lo que se vive como
sociedad conservadora y organizada, con la curia y con el ejército. También
esta democracia no tiene representatividad alguna frente a la discusión de su
constitución y los factores de poder en la Argentina. Estamos lejos de entrar,
ni siquiera en esa discusión, porque se da por obvio que esta democracia es el
mejor sistema y que los tres poderes son la mejor manera de organizarse. Y está
clarísimo que todas esas son colonizaciones del dominio imperial.
Pululan los talleres que encaran, algunos bien otros no, el supuesto
desafío de llevar al escenario las nuevas dramaturgias. De mi parte, soy medio
desconfiado cuando en este contexto se intenta plasmar una vanguardia. ¿Qué
significa para vos, cuando escuchás al voleo decir, “nuevas dramaturgias”?
No significa mucho porque no soy muy curioso de lo que pasa cerca, para
mí el cerca está lejos. Las razones son limitaciones de mi quehacer, que no me
da tiempo. No veo cine, no veo teatro y no escucho la radio. Y me dedico a
algún partido de fútbol o alguna noticia que parezca noticia. Entonces no puedo
configurar qué está pasando. Por aquel amigo que no está me entero
indirectamente que el posmodernismo ha copado la parada, que el farol es con
led y que la gente la temática que busca estaría referida al esnobismo. Siempre
con alguna excepción, que sí me llega y excepcionalmente veo. No tengo una mala
ni buena opinión. Y lo mismo me pasa con el plano internacional de lo que llego
a ver. En ese sentido, creo que desde Beckett no he tenido una novedad o un
golpe en los testículos para revelar algo distinto. Creo que el escenario del
consumo apagó las pasiones y apagó lo distinto, lo diferente, lo imprevisible.
¿Cuáles son tus ideas para hacer de esta vida un hecho de dignidad y en
qué medida el arte es un privilegio para comprender esto?
Hoy el teatro no es un privilegio sino una necesidad, y que esté en la
calle. La experimentación tendría que estar referida a que después hay que ir a
la calle. Y la calle es el lugar más legítimo para recobrar la identidad del
teatro, que si no es subversivo, no tendría sentido. Hoy es así. En otro
momento, el renacentista, de renacimiento, de cierta comodidad, podríamos
pensar en aquel teatro que reflexiona o que intima y busca la intimidad, lo
oscuro. Me parece que hoy es en la calle y que la calle esté significando
desafío. La temática, por supuesto, siempre hace pensar que es un panfleto, que
está dedicado a reivindicar. Y si hoy salgo a la calle, como estamos haciendo
con el grupo de Che Adelita, estaríamos diciendo “reivindicar no es
suficiente”, “la democracia no es suficiente”. E, inclusive, la democracia es
una invención para el dominio, para eso está la calle, y no bajar el discurso
de la lástima para los que no tienen, sino buscar el odio para poder ver la
posibilidad de modificar o cambiar o transformar, todas esas palabras que están
quedando lejos. Por lo tanto, puede ser que estén muy cerca.
Siguiendo la ruta del desatino, de la burla y del espanto, pareciera que
ahora lo elemental es darle al teatro pinceladas de comedia, de risa y
reconciliación. Ahí aparecen las nuevas ideas para un público sacudido por una
extensa cuarentena, por la apatía, la falta de guita, de comida, los brotes y
los ataques de pánico. ¿Cuáles son tus ideas para comenzar un diálogo al
respecto?
Lo que inspira tu comunidad, tu pueblo, ahí está la clave. Si vos pertenecés a la clase que está en el consumo, esa inspiración la vas a tener para más pulgadas. Los ataques de pánico hay que tomárselos en serio, pero lo autorreferencial está dominando, como los emprendimientos están dominando. La tecnología está dominando el accionar del deseo. Y la frustración frente a la sexualidad, hablando rápido y pronto, porque es mucho más complejo que lo que se pueda simplificar. Está en lo transferencial con la mecánica de los botones. Y la frustración va a ir en aumento, y no va a tardar mucho esto, porque todas las conquistas tecnológicas tienen una duración limitada. Hoy las locomotoras están en el museo.
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