TIEMPO Y ESPACIO EN LAS NOVELAS DE GOETHE (7)
He aquí uno de los
ejemplos de aplicación eventual de la agudeza visual histórica tan propia de
Goethe. Pasando, camino hacia Pyrmont, por el pueblo de Einbeck, vio en
seguida que hace unos treinta años el pueblo tuvo un excelente alcalde (Anales,
p. 76)
¿Qué fue lo que vio
especialmente? Vio muchos espacios verdes, árboles, vio su carácter no casual,
vio en ellos la huella de una voluntad humana que actuó de acuerdo con un
plan, y por la edad de los árboles que determinó aproximadamente a
simple vista, se percató de la época cuando había actuado aquella voluntad planificadora.
A pesar de que el caso
citado de la visión histórica en sí es fortuito, a pesar de su dimensión microscópica,
y de su carácter elemental, en él se manifiesta con mucha claridad y precisión
la misma estructura de esta visión. Analicémosla.
Lo que importa aquí y
ante todo es la huella palpable y viva del pasado en el presente. Hay
que subrayar eso de palpable y viva, porque aquí no se trata de unas ruinas
muertas, aunque pintorescas, que no tengan ninguna relación esencial con la
viva actualidad circundante y que carezcan de toda influencia sobre la
realidad. Goethe aborrecía las ruinas, esas envolturas externas de un pasado
desnudo propias de un museo o de una tienda de antigüedades: las llamaba
fantasmas (Gespenter) y las rechazaba. (*) Las ruinas irrumpían, para
él, en el presente como un cuerpo ajeno, no hacían falta ni eran comprensibles
en el presente. Una mezcla mecánica del presente con el pasado carente de un
verdadero vínculo entre los tiempos le inspiraba una gran antipatía. Por eso a
Goethe le gustaban tan poco las ociosas remembranzas históricas a propósito de
los lugares históricos que son tan propias de los turistas que visitan estos
lugares: Goethe odiabas las narraciones de los guías acerca de los
acontecimientos históricos que habían tenido lugar en aquellas localidades.
Todo aquello se le presentaba como algo fantasmático y carente de una relación necesaria
y visible con la realidad circundante y viva.
Una vez, en Sicilia,
cerca de Palermo, en un espléndido valle sumamente fecundo, un guía le
platicaba minuciosamente a Goethe sobre las espantosas batallas y
extraordinarias hazañas que antaño había librado allí Aníbal. “Le prohibí
estrictamente -dice Goethe- aquella fatal evocación de los fantasmas
desaparecidos (das fatale Hervorrufen solcher abgeschiedenen Gespenser)”. Y
en efecto, ¿qué nexo necesario y creativo (históricamente productivo) podía
manifestarse entre aquellos campos labrados y fértiles y el recuerdo de los
elefantes y caballos de Aníbal pisando los sembradíos?
El guía quedó sorprendido
de aquella indiferencia de Goethe hacia los recuerdos clásicos. “Y no pude
explicarle qué fue lo que sentía con la mezcla del pasado con el presente.”
El guía se sorprendió aun
más cuando Goethe, “tan indiferente hacia los recuerdos clásicos”, se puso a
juntar piedrecitas en la orilla del río. “No logré explicarle que la mejor
manera de conocer una región montañosa consiste en el estudio de los minerales
llevados por los arroyos, y que la tarea es formarse una noción acerca aquellas
cumbres siempre clásicas del período antiguo de la existencia de la tierra
analizando pedazos aislados” (XI, pp. 250-251).
(*) Es la actitud de Goethe hacia las aficiones anticuarias y arqueológicas de su época. Recordemos el enorme éxito mundial de la novela “arqueológica” de Barthelemy, Viaje del joven Anacarsis por Grecia (1788), que inauguró el género de la novela arqueológica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario