jueves

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (125) - M. BAJTIN

 

 TIEMPO Y ESPACIO EN LAS NOVELAS DE GOETHE (7)

 

He aquí uno de los ejemplos de aplicación eventual de la agudeza visual histórica tan propia de Goethe. Pasando, camino hacia Pyrmont, por el pueblo de Einbeck, vio en seguida que hace unos treinta años el pueblo tuvo un excelente alcalde (Anales, p. 76)

 

¿Qué fue lo que vio especialmente? Vio muchos espacios verdes, árboles, vio su carácter no casual, vio en ellos la huella de una voluntad humana que actuó de acuerdo con un plan, y por la edad de los árboles que determinó aproximadamente a simple vista, se percató de la época cuando había actuado aquella voluntad planificadora.

 

A pesar de que el caso citado de la visión histórica en sí es fortuito, a pesar de su dimensión microscópica, y de su carácter elemental, en él se manifiesta con mucha claridad y precisión la misma estructura de esta visión. Analicémosla.

 

Lo que importa aquí y ante todo es la huella palpable y viva del pasado en el presente. Hay que subrayar eso de palpable y viva, porque aquí no se trata de unas ruinas muertas, aunque pintorescas, que no tengan ninguna relación esencial con la viva actualidad circundante y que carezcan de toda influencia sobre la realidad. Goethe aborrecía las ruinas, esas envolturas externas de un pasado desnudo propias de un museo o de una tienda de antigüedades: las llamaba fantasmas (Gespenter) y las rechazaba. (*) Las ruinas irrumpían, para él, en el presente como un cuerpo ajeno, no hacían falta ni eran comprensibles en el presente. Una mezcla mecánica del presente con el pasado carente de un verdadero vínculo entre los tiempos le inspiraba una gran antipatía. Por eso a Goethe le gustaban tan poco las ociosas remembranzas históricas a propósito de los lugares históricos que son tan propias de los turistas que visitan estos lugares: Goethe odiabas las narraciones de los guías acerca de los acontecimientos históricos que habían tenido lugar en aquellas localidades. Todo aquello se le presentaba como algo fantasmático y carente de una relación necesaria y visible con la realidad circundante y viva.

 

Una vez, en Sicilia, cerca de Palermo, en un espléndido valle sumamente fecundo, un guía le platicaba minuciosamente a Goethe sobre las espantosas batallas y extraordinarias hazañas que antaño había librado allí Aníbal. “Le prohibí estrictamente -dice Goethe- aquella fatal evocación de los fantasmas desaparecidos (das fatale Hervorrufen solcher abgeschiedenen Gespenser)”. Y en efecto, ¿qué nexo necesario y creativo (históricamente productivo) podía manifestarse entre aquellos campos labrados y fértiles y el recuerdo de los elefantes y caballos de Aníbal pisando los sembradíos?

 

El guía quedó sorprendido de aquella indiferencia de Goethe hacia los recuerdos clásicos. “Y no pude explicarle qué fue lo que sentía con la mezcla del pasado con el presente.

 

El guía se sorprendió aun más cuando Goethe, “tan indiferente hacia los recuerdos clásicos”, se puso a juntar piedrecitas en la orilla del río. “No logré explicarle que la mejor manera de conocer una región montañosa consiste en el estudio de los minerales llevados por los arroyos, y que la tarea es formarse una noción acerca aquellas cumbres siempre clásicas del período antiguo de la existencia de la tierra analizando pedazos aislados” (XI, pp. 250-251).

 

(*) Es la actitud de Goethe hacia las aficiones anticuarias y arqueológicas de su época. Recordemos el enorme éxito mundial de la novela “arqueológica” de Barthelemy, Viaje del joven Anacarsis por Grecia (1788), que inauguró el género de la novela arqueológica.

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