La irradiación de Ernst Jünger (4)
El primer viaje (1)
Dos años después, a principios de febrero de 1951, se produjo la gran
aventura, una experiencia de LSD con Ernst Jünjer. Como en ese momento sólo
había informes sobre experimentos con LSD en conexión con problemas
psiquiátricos, este ensayo me interesaba sobremanera, porque aquí se ofrecía la
oportunidad de observar los efectos del LSD, en un marco no médico, en un
hombre dotado de una gran sensibilidad artística. Eso fue aun antes de que
Aldous Huxley alcanzara a experimentar desde la misma perspectiva con la
mescalina, sobre lo cual informó posteriormente en sus libros The Doors of
Perception (“Las puertas de la percepción”) y Heaven and Hell (“El
cielo y el Infierno”).
Para que en caso de necesidad pudiéramos gozar de asistencia médica, le pedí
a mi amigo, el médico y farmacólogo profesor Heribert Konzett, que participara
en nuestra empresa. El ensayo tuvo lugar a las diez de la mañana en la sala de
nuestra casa en Bottmingen. Como no podía preverse la reacción de una persona
tan sensible como Ernst Jünger, para este primer ensayo se eligió
precautoriamente una dosis baja, de sólo 0,05 miligramos. El experimento no
condujo, en consecuencia, a grandes profundidades.
La fase inicial se caracterizó por la intensificación de las vivencias
estéticas. Unas rosas rojo-violetas adquirieron una luminosidad insospechada y
relumbraron con un brillo significativo. El concierto para flauta y arpa de
Mozart fue sentido en su belleza supraterrenal como música celestial. Con
sorpresa compartida observamos los velos de humo que ascendían con la facilidad
de pensamientos de un palillo de incienso japonés. Cuando la embriaguez se
profundizó y cesó la conversación, llegamos a ensoñaciones fantásticas mientras
seguíamos sentados en nuestros sillones con los ojos cerrados. Jünger gozó del
policromatismo de cuadros orientales; yo estaba de viaje con tribus beréberes
de África del Norte, vi caravanas de colores y oasis frondosos. Konzett, cuyos
rasgos me parecían transfigurados a lo Buda, vivía un hábito de intemporalidad,
la liberación del pasado y el futuro y la felicidad de un pleno ser-aquí-y-ahora.
El regreso de la situación de conciencia alterada se vio acompañado de una
fuerte sensación de frío. Viajeros con frío, nos envolvimos en mantas para
aterrizar. La llegada al ser familiar fue celebrada con una buena cena, en la
que el vino borgoña corrió en abundancia.
Esta excursión se caracterizó por la comunidad y el paralelismo de lo vivido, cosa que sentimos como muy feliz. Los tres nos habíamos acercado a la puerta de la experiencia mística del ser; pero no llegó a abrirse. La dosis había sido demasiado pequeña. Desconocedor de ese motivo, Ernst Jünger, quien con mescalina en dosis altas había llegado a experiencias mucho más profundas, me observó: “Comparado con el tigre mescalina, su LSD no es más que un gatito”. Después de experimentos con dosis elevadas de LSD se retractó de este juicio.
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