1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
I RITUALES Y SOCIEDAD (2)
Vemos entonces que los
rituales de la inspiración religiosa no son ajenos a la obra de Juan Carlos
Onetti. Presente en todos los relatos de los años treinta, el sentimiento religioso
(3) da lugar a juegos verbales burlones pero no amargos, como en Los niños
en el bosque. A pesar de la evidente irrespetuosidad y las provocaciones,
los elementos predominantes serán el buen humor y la alegría:
Doblaron, caminando
ligero por la calle en pendiente. Allá abajo, los cuadrados galpones y los
rieles ondulantes. Lorenzo sacó cigarrillos. Se entrepararon para encender y
Lorenzo dijo:
-¿Lo viste? Siempre está
así. Siempre borracho y contento, riéndose para arriba. El buen cielo de Dios
-El buen Dios del cielo.
-Y el cielo del buen Dios.
-Sí, ya sé. Me gusta
mucho encontrarlo y hasta cuando pienso en él me hace bien.
-Y en pago le diste ese
consejo. Sos un bruto. Hoy el dedo del Señor. Pero ese es el dedo roñoso y puro
del hombre de buena voluntad que recoge y devuelve la señal.
Raucho sacudió los hombros
mientras miraba rápidamente la punta del cigarrillo que había encendido mal (4).
A partir de Tierra de
nadie, por el contrario, la ausencia de Dios, señalada con un rechinante
desparpajo, desemboca en una visión sarcástica e irrisoria del mundo:
Por un rato Mauricio quedó
mirando en aquella dirección, después se volvió hacia Semitern.
-Puede sentarse, le doy
permiso. Voy a salir, me voy a bañar, me voy a afeitar. En cuanto a usted, me
lavo las manos. Además, me lavo las manos. Ahí tiene la llave. En el armario
queda la pistola. No sé si voy a volver, arréglese como pueda. Si mira fijo por
el caño es posible que vea a Dios, mejor que el telescopio y el ombligo…
Se volvió junto a la
puerta y alzó un brazo:
-Le voy a decir un
secreto. Asómese y vea a las mujeres en la calle. Mire cómo caminan y cómo sonríen
y cómo miran y cómo sueñan y cómo suspiran… Póngase de rodillas, Semitern, y
adore. (5)
El hombre descubrirá entonces
con asombro su total soledad, como lo expresa simbólica y enfáticamente la
descripción del edificio de la empresa de Petrus. El astillero, templo lúgubre
y abandonado de una religión caduca, se constituirá en un testimonio de la
indiferencia divina:
Fue, paso a paso, con la
velocidad que intuía apropiada a la ceremonia, cargando deliberadamente con la
amargura y el escepticismo de la derrota para sustraerlos a las piezas de metal
en sus tumbas, a las corpulentas máquinas en sus mausoleos, a los cenotafios de
yuyo, lodo y sombra, rincones distribuidos sin concierto que habían contenido,
cinco o diez años antes, la voluntad estúpida y orgullosa de un obrero, la
grosería de un capataz. Iba vigilante, inquieto, implacable y paternal,
disimuladamente majestuoso, resuelto a desparramar ascensos y cesantías,
necesitando creer que todo aquello era suyo y necesitando entregarse sin reservas
a todo aquello con el único propósito de darle un sentido y atribuir ese
sentido a los años que le quedaban por vivir y, en consecuencia, a la totalidad
de su vida (6).
En lo sucesivo, a pesar
de algunos escasos retornos a la esperanza (7) seguirán imponiéndose el
escepticismo y la indignación, dando lugar a violentas descargas anticlericales
cuyos ejemplos más contundentes están indiscutiblemente ofrecidos en la
penúltima novela de Juan Carlos Onetti:
Dentro del pequeño cuarto
del adolescente, invadido sin aviso y casi del todo ocupado por el cuerpo
enorme de Bergner, la conversación hizo fintas sobre el tiempo, teología
primaria, preguntas y respuestas impresas en el catecismo que leían los niños
hasta que Bergner fue separándose de la opacidad gris de la ventana y preguntó
sin levantar la voz:
-Dios, Brausen. ¿Usted
cree en él?
Goerdel lo contempló
desconcertado y dijo dócil la mentira:
-Si no creyera en él, no
estaría aquí. Son, Padre, cinco o seis años de estar aquí.
-Oh, sí -cabeceó Bergner-.
Yo hubiera dado la misma respuesta si un imbécil me lo preguntara -introdujo una
pausa, miró un tiempo corto la humedad apoyada en la ventana-. Pero -continuó
después-, ni usted ni yo somos imbéciles. Dígame lentamente si usted cree que
los pecados de pensamiento y acción, lamentables y tibios, que ha practicado
acumulándonos en esta celda hedionda bastan para que Brausen, sin juicio, lo
mande al infierno, queme sin plazo su alma inmortal. Supuesta alma inmortal, supuesto
que usted tenga o padezca eso o algo aproximado (8)
Notas
(3) Los niños en el
bosque, p. 124: “Vos no te masturbás, ya…
-Decí la santísima, es
mejor. No, no puedo. ¿Y el señor?
-Yo sí. Y no por eso, no
por gozar.
-Entiendo. Lo hacés para
perfeccionamiento del alma. Seguí contando que yo miro al hermano sol y la
hermanita nube. ¿Leíste San Francisco?
-Un día se lo dije a mi
hermana.” Cf. igualmente p. 127: “Dejó la risa y se sentó en la cama. Miró
hacia el tic tac del reloj en la repisa de la Virgen. Ella se fue y cerró la
puerta despacio porque yo me hacía el dormido. Tenía un vestido negro y
lustroso. Parado, miraba el reloj y la Virgen. Zumbaba alrededor del silencio
oscurecido de la pieza la tarde soleada del conventillo. La Virgen doblada
contra el niño en faldellín, el despertador abollado y redondo. Todo es una
porquería. Pero si alguno, por equivocación, le dijera señora”. E incluso las
numerosas menciones a la función castradora de la Iglesia.
(4) El astillero, Santa
María I, pp. 13-14.
(5) Tierra de nadie,
XLVII, p. 145. Cf. igualmente p. 128 y p. 145.
(6) El astillero, El
astillero II, p. 37.
(7) La cara de la
desgracia, 5, p. 38: “¿Quién muere ahora? -insistí-. ¿Usted o yo?
Aflojó el cuerpo y estuvo
preparando una cara emocionante. La miré. Admití que podía convencer, y no sólo
a Julián. Detrás de ella se estiraba la mañana de otoño, sin nubes, la pequeña
gloria ofrecida a los hombres. La mujer, Betty, torció la cabeza y fue haciendo
crecer una sonrisa de amargura.”
(8) La muerte y la niña, Cap. 4, pp. 37-38.
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