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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (69) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

  

LAS DOS CARAS DE LA TRANSGRESIÓN

 

I RITUALES Y SOCIEDAD (3)

 

Sin embargo, no será la religión la que inspire mayoritariamente los numerosos rituales que se traslucen en las obras de Juan Carlos Onetti. Como lo demuestran las primeras páginas de La vida breve, las apremiantes ceremonias tendrán más a menudo un origen profano. Allí, en nombre de cierta concepción de la vida conyugal y sus reconocidas obligaciones, Brausen imagina angustiadamente su futuro: la necesidad de fingir un sentimiento que la enfermedad contribuyó a enfriar se le aparece como un insostenible mandato:

 

Ablación de mama. Una cicatriz que puede ser imaginada como un corte irregular practicado en una copa de goma, de paredes gruesas, que contenga una materia inmóvil, sonrosada, con burbujas en la superficie, y que dé la impresión de ser líquida si hacemos oscilar la lámpara que la ilumina. También puede pensarse cómo será quince días, un mes después de la intervención, con una sombra de piel que se le estira encima, traslúcida, tan delgada que nadie se atrevería a detener mucho tiempo sus ojos en ella (…) Además, algún día Gertrudis volvería a reírse sin motivos bajo el aire de primavera o de verano del balcón y me miraría con los ojos brillantes, con fijeza, un momento. Escondería en seguida los ojos, dejaría una sonrisa junto con un trazo retador en los extremos de la boca. Habría llegado entonces el momento de mi mano derecha, la hora de la farsa de apretar en el aire, exactamente, una forma y una resistencia que no estaban y que no habían sido olvidadas aun por mis dedos. Mi palma tendrá miedo de ahuecarse exageradamente, mis yemas tendrán que rozar la superficie áspera o resbaladiza, desconocida y sin promesa de intimidad de la cicatriz redonda (9).

 

Señalemos de paso que los rituales conyugales dan pie frecuentemente a consideraciones amargas a lo largo de toda la obra de Juan Carlos Onetti: en El pozo, Eladio Linacero se resiste a seguir representando la grotesca y pragmática comedia del amor, remedado torpemenente por parejas ya vencidas:

 

El amor es maravilloso y absurdo e, incomprensiblemente, visita a cualquier clase de almas. Pero la gente absurda y maravillosa no abunda: y las que lo son, es por poco tiempo, en la primera juventud. Después comienzan a aceptar y se pierden (10).

 

Empecinadas en perennizar cualquier clase de situación caduca, las prácticas rituales, repetitivas en esencia, no tardan de mostrarse singularmente desubicadas. Sus convencionalismos y su falsedad son exhibidos con la mayor crudeza en los textos donde la colectividad se fija como objetivo explícito la afirmación de su cohesión y homogeneidad. Es el caso de la importancia adquirida por los irrisorios rituales de El astillero, donde se desarrolla precisamente con más fuerza el mito de la “Unión Sagrada”. La repetición mecánica de gestos, palabras y actitudes supuestamente destinadas a reforzar las convicciones hegemónicas, como es la creencia en la unidad entre el mundo obrero y patronal, resulta tanto más extravagante cuanto que la realidad desmiente el loco optimismo empresarial. Las periódicas reuniones de los empleados del astillero, por ejemplo, son incapaces de ocultar su miseria creciente así como la distancia que los separa de Petrus, el “Fundador”. En este caso, el carácter anacrónico y estereotipado del ritual es puesto muy en claro a través de dos paréntesis:

 

Las cenas (guisos ahora, casi siempre, porque el frío obligaba a cocinar en la casilla y allí el humo no cabía), duraban hasta tarde, con litros de vino, con tangos sordos en la radio (los perros dormían, la mujer canturreaba ronca y suave dentro del calor de las solapas alzadas, sonriente, proponiendo con cada palabra un enigma de gozo y de preservada inocencia), con el plácido intercambio de anécdotas, de recuerdos pintorescos deliberadamente impersonales (11).

 

Lo mismo sucederá con los seudodiálogos técnicos mantenidos entre Larsen, el gerente general, y sus subordinados. El narrador-testigo de El astillero va puntualizando cuidadosamente, a través de comentarios amargos o cómicos, la “histérica comedia de trabajo, de empresa (y) de prosperidad” (12) que todos se esfuerzan en seguir representando.

 

Notas

(9) La vida breve, cap. 1, pp. 13-14.

(10) El pozo, p. 29.

(11) El astillero, La casilla I, p. 50.

(12) Ibíd., p. 27.

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