Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en
colaboración con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.
LAS DOS CARAS DE LA TRANSGRESIÓN
I
RITUALES Y SOCIEDAD (3)
Sin embargo, no será la
religión la que inspire mayoritariamente los numerosos rituales que se
traslucen en las obras de Juan Carlos Onetti. Como lo demuestran las primeras
páginas de La vida breve, las apremiantes ceremonias tendrán más a
menudo un origen profano. Allí, en nombre de cierta concepción de la vida
conyugal y sus reconocidas obligaciones, Brausen imagina angustiadamente su
futuro: la necesidad de fingir un sentimiento que la enfermedad contribuyó a enfriar
se le aparece como un insostenible mandato:
Ablación de mama. Una
cicatriz que puede ser imaginada como un corte irregular practicado en una copa
de goma, de paredes gruesas, que contenga una materia inmóvil, sonrosada, con
burbujas en la superficie, y que dé la impresión de ser líquida si hacemos
oscilar la lámpara que la ilumina. También puede pensarse cómo será quince
días, un mes después de la intervención, con una sombra de piel que se le
estira encima, traslúcida, tan delgada que nadie se atrevería a detener mucho
tiempo sus ojos en ella (…) Además, algún día Gertrudis volvería a reírse sin
motivos bajo el aire de primavera o de verano del balcón y me miraría con los
ojos brillantes, con fijeza, un momento. Escondería en seguida los ojos,
dejaría una sonrisa junto con un trazo retador en los extremos de la boca.
Habría llegado entonces el momento de mi mano derecha, la hora de la farsa de
apretar en el aire, exactamente, una forma y una resistencia que no estaban y que
no habían sido olvidadas aun por mis dedos. Mi palma tendrá miedo de ahuecarse
exageradamente, mis yemas tendrán que rozar la superficie áspera o resbaladiza,
desconocida y sin promesa de intimidad de la cicatriz redonda (9).
Señalemos de paso que los
rituales conyugales dan pie frecuentemente a consideraciones amargas a lo largo
de toda la obra de Juan Carlos Onetti: en El pozo, Eladio Linacero se
resiste a seguir representando la grotesca y pragmática comedia del amor,
remedado torpemenente por parejas ya vencidas:
El amor es maravilloso y
absurdo e, incomprensiblemente, visita a cualquier clase de almas. Pero la
gente absurda y maravillosa no abunda: y las que lo son, es por poco tiempo, en
la primera juventud. Después comienzan a aceptar y se pierden (10).
Empecinadas en perennizar
cualquier clase de situación caduca, las prácticas rituales, repetitivas en
esencia, no tardan de mostrarse singularmente desubicadas. Sus convencionalismos
y su falsedad son exhibidos con la mayor crudeza en los textos donde la
colectividad se fija como objetivo explícito la afirmación de su cohesión y
homogeneidad. Es el caso de la importancia adquirida por los irrisorios
rituales de El astillero, donde se desarrolla precisamente con más
fuerza el mito de la “Unión Sagrada”. La repetición mecánica de gestos,
palabras y actitudes supuestamente destinadas a reforzar las convicciones
hegemónicas, como es la creencia en la unidad entre el mundo obrero y patronal,
resulta tanto más extravagante cuanto que la realidad desmiente el loco
optimismo empresarial. Las periódicas reuniones de los empleados del astillero,
por ejemplo, son incapaces de ocultar su miseria creciente así como la distancia
que los separa de Petrus, el “Fundador”. En este caso, el carácter anacrónico y
estereotipado del ritual es puesto muy en claro a través de dos paréntesis:
Las cenas (guisos ahora,
casi siempre, porque el frío obligaba a cocinar en la casilla y allí el humo no
cabía), duraban hasta tarde, con litros de vino, con tangos sordos en la radio
(los perros dormían, la mujer canturreaba ronca y suave dentro del calor de las
solapas alzadas, sonriente, proponiendo con cada palabra un enigma de gozo y de
preservada inocencia), con el plácido intercambio de anécdotas, de recuerdos
pintorescos deliberadamente impersonales (11).
Lo mismo sucederá con los
seudodiálogos técnicos mantenidos entre Larsen, el gerente general, y sus subordinados.
El narrador-testigo de El astillero va puntualizando cuidadosamente, a
través de comentarios amargos o cómicos, la “histérica comedia de trabajo, de
empresa (y) de prosperidad” (12) que todos se esfuerzan en seguir
representando.
Notas
(9) La vida breve,
cap. 1, pp. 13-14.
(10) El pozo, p.
29.
(11) El astillero, La
casilla I, p. 50.
(12) Ibíd., p. 27.
No hay comentarios:
Publicar un comentario