Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la
Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
III LA ISLA INTERIOR O LA
ATRACCIÓN DEL MITO PERSONAL (5)
Posteriormente, en Dejemos
hablar al viento, la isla vuelve a surgir asociada una vez más a la
evocación sarcástica de una de las “glorias” nacionales, el coronel Latorre, lo
que provoca amargas reflexiones sobre la frivolidad y la sordidez de la Historia
local:
-No le escuché, perdone,
el principio -dijo Barrientos desinteresado y triste-. Tengo cosas en qué
pensar, comisario. Pero eso sí lo entiendo. No me importan los ricos de la
ciudad, ni los que eran ricos y se fundieron ni los que vinieron y vienen para
echarlos. Ninguno de ellos trabajó de verdad, tal vea, en unos casos, los
padres o los abuelos. No me importan los bailes de Latorre, que hay que ver
hasta en la sopa. Aquí hasta los gringos recién venidos hablan de Latorre como
de Dios.
Cierto -dijo Medina y
detuvo el coche. Habían salido de la avenida Latorre e iban por una calle mal
iluminada que desemboca casi junto al mercado (67)
También aquí la isla mítica
no tarda en deteriorarse en una realidad decepcionante. Aunque tanto en El
astillero como en Dejemos hablar al viento, ya fuese por una cruel
ironía de la suerte o un resto de nostálgica ternura, la isla rescata algún
fulgor cromático de su brillante pasado: la dulzura leonada de un beige, el
pálido rosado del palacio de Latorre o la vivacidad radiante de su entorno:
En la primavera me era
forzoso evocar Santa María y su río, tan distinto a éste que llamaban mar, mi
río con la otra orilla visible, con su isla en el medio, con la periodicidad de
la balsa o el ferry, con la exacta distribución cromática de lanchas, gabarras,
yates, botes, cabezas de nadadores. Allí, en aquel cubículo llamado farmacia, inmóvil,
recostado a medias, esperando la inyección y la esperanza, tan aburrido a veces
que el hastío parecía marchitar velozmente personas y cosas (68).
Pero estas parcelas de
color no podrán contrarrestar el largo e inexorable proceso de degradación del
mito de la isla, lo que deja entrever una vez más la dificultad de toda comunicación:
la tentación elitista de ir construyendo una comunidad idílica bajo otros
cielos o, simplemente, una pareja que se enfrente con miles de obstáculos.
Contrariamente a lo que podría suponerse, sin embargo, el fracaso del mito de
la isla no interrumpirá las búsquedas de los principales personajes onettianos.
Al igual que Aránzuru, tironeado a la vez por lo imaginario y lo real, por el “afuera”
y el “adentro” (69), todos elegirán vivir contradictoriamente, al capricho de
sus aspiraciones inmediatas o de los deseos más imprevisibles. Y el mito de la
isla, que no pasa de ser una quimera personal sin eficacia práctica ni
verdadero poder agrupador, inaugurará no obstante un nuevo tipo de vagabundeo
que también caracterizará plenamente a la obra de Juan Carlos Onetti: en
adelante, el errar por la ciudad y los duros intentos de integración serán canalizados
hacia la ensoñación metafísica, hacia las largas y hermosas corrientes de la
imaginación.
CONCLUSIÓN
Es por lo tanto en nombre
de la modernidad y la autenticidad que Juan Carlos Onetti decide explorar, en
todos sus relatos de los años treinta, un ámbito ciudadano subestimado, en su
opinión, por la narrativa “rioplatense”. De este doble imperativo, estético y
moral, nacerá luego la visión plural y proteiforme de un universo urbano
estructurado en torno a dos grandes polos: Buenos Aires y Santa María. Los
principales protagonistas de las ficciones onettianas intentarán situarse y
reconocerse ya sea dentro del marco de la mágica y violenta fragmentación “bonaerense”,
ya sea entre la plácida homogeneidad “sanmariana”.
Su búsqueda -incierta,
por momentos, caprichosa y fundada sobre un desasosiego sordo pero tenaz- los
confronta con la vaciedad de una Historia que sufren pasionalmente. La cruel
ausencia de un modelo paternal gratificante, así como las decepciones
suscitadas por el devenir europeo y el legado americano, provocarán un agudo
análisis y cuestionamiento de toda palabra mítica o utopía sistemática. Nacen entonces,
entre las ruinas de las esperanzas fallidas, evasiones dichosas o patéticas
que, al igual que los frágiles acercamientos entre los personajes, desembocarán
en un repliegue propicio a la exaltación de los mitos personales.
Estos mitos no son en
realidad más que quimeras, cuya precariedad no tarda en manifestarse pese a su
belleza. Pero la acumulación de estas experiencias crueles, lejos de paralizar
la búsqueda de la identidad, logrará reimpulsarla. Y se abrirán entonces nuevas
perspectivas selladas por un tímido impulso transgresor que, son el paso del
tiempo, adqurirá una fuerza insospechada.
Notas
(67) Dejemos hablar al
viento, XXVI, p. 168.
(68) Ibíd., VI, p. 52.
(69) Tierra de nadie,
II, p. 24: “Usted se sienta en la ventana. Así está con las cosas, afuera, y
también está adentro. Los vaporcitos y los pájaros. Tiene las dos cosas. -Sí.
Debe ser eso, exactamente. (…) ¿Eh? Sí, sí… Todo es filosófico. Ahora que uno…
Es así. Tengo que poner cortinas en las ventanas. Mucha luz y la luz es muy
mala. Se caen las plumas.
Dejó el alambre y se puso
a mirarlo, con la pelada cabeza inclinada sobre el hombro. Después alzó las
manos con desolación.
-En la vida sucede…
Afuera o adentro ¿eh? Me gustaría saber qué piensa hacer.
-Hombre… Nada. Si quiero ver el río, bajo, o lo veo al pasar.
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