Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la
Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
III LA ISLA INTERIOR O LA
ATRACCIÓN DEL MITO PERSONAL (4)
El espectro de la Segunda
Guerra Mundial (63), cuya sombra planea siniestramente sobre el conjunto de la
novela, pone en su justo lugar a las divagaciones del protagonista. La
dimensión poética de Faruru se esfuma bajo la luz de un día crudo, donde
Aránzuru -lúcido y veleidoso a la vez- vuelve a simbolizar la pusilanimidad de
las clases medias “porteñas”:
Violeta se rió y se
levantó en seguida de un salto. Anduvo entre la cama y la mesa. Cerró las
puertas, corriendo las cortinas de los balcones. Se agachó para abrir los
cajoncitos de la mesa de noche.
-Tenía por aquí unos
cigarrillos… Aránzuru tiró el suyo y se acomodó en el brazo del sillón. La
noche movía suavemente la cortina amarilla. Se detuvo a pensar en la carne
desnuda de las rodillas de la mujer, tan dulce de aceptar. “Bueno, yo estoy
vestido como el más cretino de los porteños elegantes. Faruru, Tahiti, las
islas Marquesas y la gente seguirá apretándose en el asfalto o reventando en
los bombardeos. Me voy a llevar un taparrabo, nada más que un taparrabo”. Metió
la mano en el bolsillo y sacó la carta de Larsen (64)
Faruru -ya sólo una isla
entre las islas- desaparecerá casi completamente del universo novelesco de Juan
Carlos Onetti. Sólo un relato breve, La novia robada, conserva su
memoria:
Porque yo siempre estuve
viejo para ti y no me inspiraste otro deseo posible que el de escribirte algún
día lejano una orillada carta de amor, una carta breve, apenas, un alineamiento
de palabras que te dijeran todo (…) La carta, Moncha, imprevisible, pero que
ahora invento haber presentido desde el principio. La carta planeada en una
isla que no se llama Santa María, que tiene un nombre que se pronuncia con una
efe de garganta, aunque tal vez sólo se llame Bisinidem, sin efe posible; una
soledad para nosotros, una manta pertinaz de obseso y hechizado (65)
Aunque profundamente
mermado, el mito, sin embargo, continuará emitiendo un ambiguo rumor en obras
posteriores a Tierra de nadie. Tal es el caso de El astillero,
donde a través de una rápida alusión volverá a aparecer ligado a un Aránzuru
ahora reducido a la estática función de un ilustrado guardafaros. La isla
remora se trasmuta en un simple y casi banal accidente geográfico de la
topografía “sanmariana”. La Historia -a cuyo margen estuvo alguna vez- ya la ha
devorado convirtiéndola en una pieza esencial en el tablero político “sanmariano”:
Tal vez esto, Petrus en
la isla, hubiera modificado su historia y la nuestra, tal vez el destino,
impresionable como las multitudes por formas y grandezas, hubiera decidido
ayudarlo, hubiera aceptado la necesidad estética o armónica de asegurar el futuro
de la leyenda: Jeremías Petrus, emperador de Santía María, Enduro y Astillero.
Petrus, nuestro amo, velando por nosotros, nuestras necesidades y nuestra paga
desde el cilindro de la torre del palacio. (…) Pero justamente cuando los
nietos del prócer, después de conocer, divertidos y asqueados, la capacidad de
Petrus, para desear, envolver, olvidar desprecios, regatear y exponer al final
de cada entrevista, con su voz pastosa y suave, con su cara de otro siglo, la
síntesis implacable de lo que había sido discutido y despreocupadamente
aceptado, sacudieron lánguidos las cabezas para decir que sí, resolvió, a
espaldas del destino, declarar monumento histórico el palacio de Latorre, comprarlo
para la nación y dar un sueño a un profesor suplente de historia nacional para
que lo habitara e hiciera llegar informes regulares sobre goteras, yuyos
amenazantes y la relación entre las mareas y la solidez de los cimientos (66)
Notas
(63) Ibíd., pp.
(64) Ibíd., XLVIII, p.
147.
(65) La novia robada,
pp. 8-9.
(66) El astillero, Santa María IV, pp. 11-112.
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