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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (65) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

  

III LA ISLA INTERIOR O LA ATRACCIÓN DEL MITO PERSONAL (4)

 

El espectro de la Segunda Guerra Mundial (63), cuya sombra planea siniestramente sobre el conjunto de la novela, pone en su justo lugar a las divagaciones del protagonista. La dimensión poética de Faruru se esfuma bajo la luz de un día crudo, donde Aránzuru -lúcido y veleidoso a la vez- vuelve a simbolizar la pusilanimidad de las clases medias “porteñas”:

 

Violeta se rió y se levantó en seguida de un salto. Anduvo entre la cama y la mesa. Cerró las puertas, corriendo las cortinas de los balcones. Se agachó para abrir los cajoncitos de la mesa de noche.

-Tenía por aquí unos cigarrillos… Aránzuru tiró el suyo y se acomodó en el brazo del sillón. La noche movía suavemente la cortina amarilla. Se detuvo a pensar en la carne desnuda de las rodillas de la mujer, tan dulce de aceptar. “Bueno, yo estoy vestido como el más cretino de los porteños elegantes. Faruru, Tahiti, las islas Marquesas y la gente seguirá apretándose en el asfalto o reventando en los bombardeos. Me voy a llevar un taparrabo, nada más que un taparrabo”. Metió la mano en el bolsillo y sacó la carta de Larsen (64)

 

Faruru -ya sólo una isla entre las islas- desaparecerá casi completamente del universo novelesco de Juan Carlos Onetti. Sólo un relato breve, La novia robada, conserva su memoria:

 

Porque yo siempre estuve viejo para ti y no me inspiraste otro deseo posible que el de escribirte algún día lejano una orillada carta de amor, una carta breve, apenas, un alineamiento de palabras que te dijeran todo (…) La carta, Moncha, imprevisible, pero que ahora invento haber presentido desde el principio. La carta planeada en una isla que no se llama Santa María, que tiene un nombre que se pronuncia con una efe de garganta, aunque tal vez sólo se llame Bisinidem, sin efe posible; una soledad para nosotros, una manta pertinaz de obseso y hechizado (65)

 

Aunque profundamente mermado, el mito, sin embargo, continuará emitiendo un ambiguo rumor en obras posteriores a Tierra de nadie. Tal es el caso de El astillero, donde a través de una rápida alusión volverá a aparecer ligado a un Aránzuru ahora reducido a la estática función de un ilustrado guardafaros. La isla remora se trasmuta en un simple y casi banal accidente geográfico de la topografía “sanmariana”. La Historia -a cuyo margen estuvo alguna vez- ya la ha devorado convirtiéndola en una pieza esencial en el tablero político “sanmariano”:

 

Tal vez esto, Petrus en la isla, hubiera modificado su historia y la nuestra, tal vez el destino, impresionable como las multitudes por formas y grandezas, hubiera decidido ayudarlo, hubiera aceptado la necesidad estética o armónica de asegurar el futuro de la leyenda: Jeremías Petrus, emperador de Santía María, Enduro y Astillero. Petrus, nuestro amo, velando por nosotros, nuestras necesidades y nuestra paga desde el cilindro de la torre del palacio. (…) Pero justamente cuando los nietos del prócer, después de conocer, divertidos y asqueados, la capacidad de Petrus, para desear, envolver, olvidar desprecios, regatear y exponer al final de cada entrevista, con su voz pastosa y suave, con su cara de otro siglo, la síntesis implacable de lo que había sido discutido y despreocupadamente aceptado, sacudieron lánguidos las cabezas para decir que sí, resolvió, a espaldas del destino, declarar monumento histórico el palacio de Latorre, comprarlo para la nación y dar un sueño a un profesor suplente de historia nacional para que lo habitara e hiciera llegar informes regulares sobre goteras, yuyos amenazantes y la relación entre las mareas y la solidez de los cimientos (66)

 

Notas 

(63) Ibíd., pp.

(64) Ibíd., XLVIII, p. 147.

(65) La novia robada, pp. 8-9.

(66) El astillero, Santa María IV, pp. 11-112.

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