por Carlos Javier González Serrano
Natsume Sōseki (1867-1916)
es ya un asiduo de las librerías europeas. En español tenemos la suerte de
contar con la casi totalidad de sus obras traducidas. A este ahínco por dar a
conocer a uno de los autores japoneses más internacionales se sumó hace
tiempo la laudable editorial gijonense Satori, que ya ha
publicado varios títulos de Sōseki: Las hierbas del
camino, Misceláneas
primaverales, Sueño de la
libélula y Tintes del cielo. A estas obras se
añade la fundamental aparición de un volumen inédito hasta ahora en
castellano, inexcusable para los lectores asiduos del autor nipón y
exquisitamente editado: Mi individualismo y
otros ensayos, prologado por Carlos Martínez Shaw y
traducido con mano experta por la profesora Kayoko Takagi (UAM).
Sōseki es un autor delicioso en su narrativa: suavemente exhaustivo
en las descripciones, eficaz y versátil en los diálogos, creíble en sus
historias –siempre bañadas en aguas autobiográficas–. Sus primeras obras (Soy un gato o Botchan, por mencionar dos de las más
representativas) se convirtieron desde muy pronto en auténticos éxitos de
ventas en Japón, pero no ha sido hasta hace algunos años cuando hemos podido
leer en traducciones competentes a este magnífico escritor gracias a la labor
de editoriales como Impedimenta, Sígueme o la
propia Satori.
Por primera vez en español tenemos a
nuestro alcance, en una edición de precioso acabado, los ensayos y conferencias
más relevantes de este agridulce autor japonés. En Mi individualismo y otros ensayos Sōseki
disecciona la realidad que le tocó en suerte vivir, la de un Japón que se abría
de manera inédita a un rápido y en ocasiones
violento influjo de Occidente. Una circunstancia que no duda en
denunciar, intentando hacer de la idiosincrasia nipona y oriental en general no
sólo un baluarte apropiado desde el que observar el mundo, sino necesario y
complementario de la visión propiamente europea. Alinéandose –sin hacerlo
deliberadamente– con otros autores precisamente occidentales, como Karl Jaspers u Ortega y Gasset, Sōseki
anuncia los peligros del desaforado avance de la técnica y de los presuntos
desarrollos científicos:
Los adelantos del progreso, por muy
avanzado que éste sea, no nos proporcionan la tranquilidad. Más bien, debemos
aceptar un estado de continua irritación y preocupación.
Nos hemos visto obligados,
asegura Sōseki, a un “desarrollo antinatural”.
Y aunque en este caso se refiere a la situación de Japón, la afirmación podría
extenderse a la Europa de principios del XX… y del XXI, en la que los
adelantos de la tecnología superan con mucho la capacidad para pensar
en qué medida tales avances suponen una evolución sana y real de la
humanidad en su conjunto. Y es que hoy, propone Sōseki, “la
cuestión de vivir o morir está superada y se ha convertido en una competencia
por vivir o vivir. Suena extraño decir vivir o vivir, pero quiero decir con
ello que hay que preocuparse de vivir de una manera A o de otra B”. Una existencia
que se ha convertido en imperativa y cuya mayor aspiración, en muchos
casos, deriva en ver “cuán lujosos nos hemos vuelto desde antaño hasta
ahora”. Sōseki concluye su análisis con palabras contundentes:
Tenemos muchas máquinas para
ahorrar energía y también variedad de aficiones para disfrutar con libertad,
pero la angustia existencial que uno puede llegar a experimentar alcanza
niveles extraordinarios. En este sentido, no importaría mucho el grado de
avance en el ahorro de energía o la amplitud de clases y tipos de
entretenimiento si ese sufrimiento se percibe como extraordinario.
Pero donde Sōseki se muestra
realmente brillante en estos escritos es allí donde evidencia su talante más pedagógico y cercano con quienes,
en su momento, escucharon de viva voz sus palabras. Este componente pedagógico
encuentra su raíz en un apego por asentar sus bases en la realidad, “en la
propia vida”, alejado de planteamientos formalistas y de la huera
verborrea: “Es radicalmente contrario pensar que el contenido de nuestra vida
se estructura por reglas, leyes o cualquier formato o modelo que nace a partir
de una observación a distancia de los estudiosos, que se contentan con tomar la
postura de estar fuera de los hechos. Al contrario, más bien nuestra vida de cada día ofrece el material para los
estudios”.
Ninguna de tales estructuras que
trata de catalogar, resumir o desarrollar la vida existe por sí
sola, pues “el ser humano cambia continuamente y, por eso, no puede ser
controlado con un formato invariable e inmutable”. La circunstancia, el contexto y la situación en la que cada ser
humano se enfrenta a las distintas vicisitudes de su existencia son
el telón de fondo desde el que tanto la literatura como la ciencia han de
interpretar el mundo: “Veo gran peligro en esa postura de no hacer caso al
cambio del contenido y de insistir en las formas invariables sólo porque han
existido antes, y también simplemente porque esas formas son de su gusto”. Por
eso pide Sōseki a sus oyentes que reflexionen, que mediten “sobre esta
cuestión porque es un problema de ustedes y de todos nosotros”.
Nuestra existencia humana, por mucho
que busque otros caminos, no puede seguir viva si permanece alejada e
indiferente a la moral en un mundo ilusorio.
Esta preciosa y rigurosa edición de
Satori resulta fundamental para entender el pensamiento y el transcurso vital
de Sōseki. Textos en los que aboga por dejar a un lado la pereza
intelectual (que sume en una “densa niebla”) y defender, desde un razonable
pesimismo, su lema vital: “basarse en sí mismo”.
Una máxima gracias a la cual Sōseki se sintió “muy, muy fuerte”, en una
suerte de deriva nietzscheana, y que lo empujó a buscar su propio camino, única
forma de alcanzar la felicidad y alejarse de la frustración. Un volumen
inédito, necesario, actual, sin el que se hace imposible adentrarse en el
universo teórico y biográfico del autor nipón, acompañado de un fantástico
epílogo de la profesora, traductora de la obra, Kayoko Takagi. Imprescindible.
Deseo fervientemente que ustedes sean personas libres pero, a la vez, no dejo de pedirles que estén concienciados de su deber. No tengo ningún reparo en afirmar que soy un individualista en este sentido.
(El vuelo de la lechuza / 28-2-2017)
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