jueves

FRANCISCO "PACO" ESPÍNOLA - DON JUAN, EL ZORRO (150)

 La muerte de los Sargentos y de la Mulita (19)

 

Allá lejos, los dos Cabos ya habían cerrado la carpa, deliberantes. A través de la lona un resplandor denunciaba que habían encendido otra vez la vela.

 

De la soldadesca, el primero en reponerse fue el Veterano Avestruz. Por no empaparse los fondillos en el pasto, buscó una piedra, se sentó con el sable entre las piernas y quedó callado, la cabeza gacha, la mirada, de golpe vuelta muy torva, hacia las rayas amarillas que filtraban las rendijas de la tienda donde, sin saber bien por qué, conferenciaban los Superiores.

 

Este brusco cambio de actitud en el viejo aparcero del difunto Sargento Cimarrón atrajo con viveza la atención de los otros. Y les sopló las últimas risas, y empujoles asimismo el pensamiento a converger sobre un punto idéntico.

 

-Sí, para don Avestruz… ¡es un golpe! -musitó el Soldado Cuzco Overo al Soldado Mao Pelada, pidiéndole fuego-. Hay que ver que eran como hermanos desde muchachones.

 

-¡Sí, pobre, hay que ver! -compartió el confidente casi con un suspiro, al tiempo que le pasaba su yesquero-. ¡Hay que ver! ¡Es un doliente, casi casi!

 

-Doliente derecho tiene que ser reconocido por nosotros… -dejó caer absorto, como para sí mismo, el Trompa Tamanduá.

 

Tal como cuando los gurises, en lo mejor de los chiveos,, ven de repente que con un empaque a lo toro están teniendo al lado al mismísimo tata viejo, y cada cual hace un esfuerzo para ni pensar siquiera en las diabluras que estaban haciendo ni en las que pensaban hacer, y sin mirar sienten que el imponente los sigue mirando fijo, cada vez más cerca, y busca un sitio donde sostener la tamaña quietud que la circunstancia les reclama, así, de esta manera, ante el recuerdo del héroe inaudito atraído por la atención a su aparcero Avestruz, se guardó brusco silencio… tan intenso de pronto que desensimismó como trueno.

 

Los Soldados Gavilán, Tamanduá, Yacú y Comadreja, seguidos -al principio sin darse cuenta- por el Voluntario Terutero, se dirigieron lentamente adonde yacía el Cimarrón, lo alzaron y con él se perdieron sin decir palabra rumbo al bajo. A medio “cuerpo” iba el bayo. Como las nubes otra vez no se estaban quietas, ya se veían las caras, ya marchaban con cuidado de no matarse contra el suelo.

 

En el fogón, sacudiéndose las bombachas hechas sopa en la parte trasera, por el rocío, el Mao Pelada se levantó. Y se quedó inmóvil, mirando la noche que perdía estrellas por el Este. Luego, se acercó a la piedra de don Avestruz, quien con no habitual solicitud le hizo sitio para que también la ocupara, y se sentó. Olvidado de su guardia, ya estaba al lado el soldado Flamenco, en cuclillas, la carabina tendida en tierra, delante de su tordillito, cuyo maneador empuñaba.

 

El cuzco overo iba a procurarse un asiento cuando reflexionó y dijo:

 

-¡Pero muchachos, vamos a ponernos cerca del fuego, mejor!

 

El Flamenco y el Mao Pelada se incorporaron con resolución para seguirlo. Como a desgano, el Veterano Avestruz se levantó, a su vez. Y exclamando casi para sus adentros:

 

-¡Qué se le va a hacer! ¡Así es la vida; corta! -caminó muy lento tras los otros, cual si nada tuviera que ver con ellos, la cabeza colgando como pilón de báscula y cuidadoso de no ir demasiado cerca de las patas del tordillo, pues este, ahora no de curioso sino obligado por el sobeo que su dueño retenía, también integraba el conjunto.

 

En torno al fuego asentábanse piedras y troncos muy cómodos. Allí se situaron todos menos el tordillo -sujeto al fin a su estaca pero a escasa distancia, el ojo siempre sobre el grupo- y todo el mundo quedó hecho poste.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+