jueves

ALBERT HOFMANN - LSD: CÓMO DESCUBRÍ EL ÁCIDO Y QUÉ PASÓ DESPUÉS EN EL MUNDO (61)

 

 La búsqueda de la planta mágica Sta María Pastora (7)

 

Una ceremonia de setas (1)

 

Cuando volvimos a la casa de Herlinda, ya había llegado María Sabina con una compañía numerosa: con sus dos bonitas hijas Apolonia y Aurora, dos curanderas novicias, y con una sobrina; todas ellas además venían con niños. Cuando el niño de Apolonia se ponía a llorar, ella le daba el pecho una y otra vez. Al final apareció también el viejo curandero don Aurelio, un hombre imponente, tuerto, con un serape (abrigo) con dibujos negros y blancos. En la veranda sirvieron cacao y pasteles dulces. Recordé el informe de una antigua crónica, en la que se cuentas que antes de la ingestión de teonanacatl se bebía chocolatl.

 

Al anochecer nos dirigimos todos a la habitación en la que iba a tener lugar la ceremonia. Se cerró la habitación bloqueando la puerta con la única tabla de madera que había. Se dejó sin cerrojo únicamente una salida de emergencia hacia el jardín trasero para las necesidades inevitables. Ya era cerca de la medianoche cuando comenzó la ceremonia. Hasta ese momento toda la gente había estado aguardando los acontecimientos por venir, durmiendo o expectante en las esteras repartidas en el suelo en medio de la oscuridad. De cuando en cuando María Sabina arrojaba un trozo de copal a la brasa de una pila de carbón, con lo cual el aire viciado del abarrotado cuarto se volvía un poco más soportable. Por intermedio de Herlinda, que de nuevo participaba como intérprete, le había dicho a la curandera que cada píldora contenía el espíritu de dos pares de setas (eran comprimidos con 5,0 miligramos de psilocybina sintética).

 

Cuando llegó el momento, María Sabina repartió -previa ahumación solemne- pares de pastillas a los adultos presentes. Ella misma cogió dos pares, que correspondían a 20 mg de psilocybina. Les dio la misma dosis a su hija Apolonia, que también debía oficiar de curandera, y a don Aurelio. A Aurora le dio un par, igual que a Gordon, mientras que mi esposa y Urmgard tomaron cada una una sola pastilla.

 

A mí una de las niñas, una muchacha de unos diez años, me había preparado, según las instrucciones de María Sabina, el jugo prensado de cinco pares de hojas frescas de María Pastora. Quería yo recuperar esta experiencia que se me había escapado en San José Tenango. Dicen que la pócima es especialmente eficaz cuando la prepara un niño inocente. La copa con el jugo también fue ahumada, y María Sabina y don Aurelio pronunciaron unas palabras antes de dármela.

 

Todos estos preparativos y la ceremonia misma transcurrieron de un modo muy parecido al de la consulta a la curandera Consuela García en San José Tenango.

 

Una vez repartida la droga y apagada la vela en el “altar”, se esperó el efecto a oscuras.

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