jueves

ALBERT HOFMANN - LSD: CÓMO DESCUBRÍ EL ÁCIDO Y QUÉ PASÓ DESPUÉS EN EL MUNDO (56)

 

 La búsqueda de la planta mágica Ska María Pastora (2)

 

Paseo a lomo de mula a través de la montaña mejicana (2)

 

Nos dieron de comer en casa de una vieja mazateca, que comandaba a una joven cocinera y a dos ayudantes. Vivía en una de las típicas chozas mazatecas. Se trata de construcciones rectangulares simples con tejados a dos aguas de paja y muros de pilares de madera enfilados, sin ventanas; los huecos entre los pilares ofrecen suficientes posibilidades de mirar hacia afuera. En el centro de la choza, en el suelo de barro apisonado, se encuentra un hogar abierto, construido con barro disecado o con piedras y elevado. El humo sale por grandes aberturas en las paredes debajo de ambas cumbreras. Como lechos usan unas esteras de librillo que se encuentran en un rincón o a lo largo de las paredes. La choza se comparte con los animales caseros, con cerdos negros, pavos y pollos. Nos dieron de comer pollo frito, habas negras y, en vez de pan, una tortilla de harina de maíz. Bebimos cerveza y tequila, un aguardiente de agaves.

 

A la madrugada siguiente se formó nuestro grupo para la cabalgata a través de la Sierra Mazateca. De la caballeriza del pueblo se habían alquilado mulas junto con un grupo de acompañantes. Guadalupe, el mazateca que conocía los camino, asumió la conducción en el animal de guía. Gordon, Irmgard, mi esposa y yo fuimos en el medio, montados en nuestras mulas. El final de la columna la formaban Teodosio y Pedro, llamado Chico, dos muchachos que iban a pie al lado de las dos mulas que llevaban nuestro equipaje.

 

Pasó un rato antes que pudiéramos acostumbrarnos a las duras sillas de madera. Pero luego esta forma de transporte resultó la mejor manera de viajar que he conocido. Las mulas seguían al animal guía una tras otra con paso regular. No necesitaban ninguna indicación por parte del jinete. Con una habilidad sorprendente elegían los mejores pasos del sendero más transitable, en parte rocoso, en parte pantanoso, y que a veces cruzaba arroyos y seguía por laderas escarpadas. Liberados de toda preocupación por el camino podíamos dedicar toda nuestra atención a la belleza del paisaje y de la vegetación tropical: selva virgen con árboles gigantescos rodeados de lianas, luego claros con arboledas de plátanos o plantaciones de café entre grupos de árboles aislados, flores a la vera del camino, sobre las que bailoteaban unas mariposas bellísimas. Hacía mucho calor y el aire estaba húmedo. Ya subiendo, ya bajando, nuestro camino siguió a lo largo del ancho lecho del río Santo Domingo valle arriba. De pronto, un fuerte chaparrón tropical, del cual nos protegieron muy bien los largos y amplios ponchos de hule de que nos había provisto Gordon. Nuestra compañía india se protegió del chaparrón con hojas enormes con forma de corazón, que cortaron velozmente en la orilla del camino. Teodosio y Chico parecían grandes langostas verdes cuando corrían cubiertos con hojas al lado de sus mulas.

 

Ya comenzaba a oscurecer cuando llegamos a la primera población, a la finca “La Providencia”. El patrón, don Joaquín García, cabeza de una familia numerosa, nos recibió hospitalario y digno.

 

Gordon y yo colocamos nuestros sacos de dormir al aire libre debajo del sobretecho. A la mañana siguiente me desperté cuando un cerdo gruñó sobre mi cara.

 

Después de otro día de viaje en los lomos de nuestras fieles mulas llegamos al poblado mazateca de Ayautla, muy repartido en la ladera de una colina. En el camino me habían deleitado en los matorrales los cálices azules de la enredadera ipomoea violacea, la planta madre de las negras semillas de ololiuqui. Aquí crece salvajemente, mientras que en nuestros jardines se la conoce sólo como planta de adorno.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+