Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la
Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el
apoyo de la Universidad de Poitiers.
EL INDIVIDUO Y EL GRUPO
II – MODALIDADES DEL
GRUPO (3)
Frente a este grupo poderosamente
estructurado, unido por un pasado común y un mismo status económico, los “otros”
pobladores de la obra onettiana se presentarán caracterizados por perfiles muy
flexibles. Se trata de una masa cambiante e informe donde se entremezclarán, al
paso de las distintas ficciones, mestizos, mulatos, italianos recién llegados a
Santa María y otros europeos en busca de aventuras o de desquites con sus
propios destinos, tal como lo testimonian a simple vista El astillero,
Juntacadáveres, Dejemos hablar al viento o Jacob y el otro, textos
alejados entre sí por sus temáticas y fechas de publicación, pero todos
pertenecientes al “ciclo sanmariano”. Otros relatos como La novia robada e
incluso Historia del Caballero de la Rosa y de la virgen encinta que vino de
Liliput, confirman la misma impresión. Esta especie de indistinción -que
hace codearse indiferentemente a “turcos bigotudos” y tenaces (20), “niños
oscuros y descalzos” (21), “hombres oscuros” (22) de identidad incierta. una
enigmática viajera envuelta, en pleno verano, en un abrigo de pieles (23), una
inasible e inquietante Frieda Von Kliestein o un desconcertante Mister Wright- no
tiene nada de casual. Hay veces en que alguna personalidad surge especialmente
destacada, como sucede con Miramonte, propietario de una de las empresas de
pompas fúnebres más importantes de Santa María, o como Larsen, alias Juntacadáveres.
Pero ellos no aparecerán en ningún momento como sólidamente integrados a un
grupo. Miramonte, “con su triste bigote negro y el brillo discretamente
equívoco de sus ojos de mulato” (24) se define por oposición a los notables,
que, en Para una tumba sin nombre, reconocerán su eficacia profesional
pero lo descartarán con recelo y desprecio encareciendo a Grimm, al que estiman
por razones de solidaridad racial:
Miramonte, en cambio,
confía todo, en apariencia, a los empleados y se dedica, vestido de negro,
peinado de negro (…) a mezclarse entre los dolientes, a
estrechar manos y difundir consuelos (25)
También Juntacadáveres es
presentado como un indeseable extranjero que busca a toda costa reconquistar un
status social que la comunidad, presionada por los notables, se ha negado a reconocerle.
La instalación y administración de la “casa celeste” contraría, en efecto, el
puritanismo de la alta sociedad de Santa María, que no tarda en movilizarse
contra esta impúdica empresa personal. Como puede comprobarse entonces, el grupo
de los “otros” vive una existencia subalterna y estrictamente dependiente del
poder de los notables -como lo ilustra la aventura de Larsen en El astillero,
sirviendo incluso para subrayar su unidad y fuerza. Así, los “que no tuvieron
abuelos arando en la colonia” (26) y no pueden por lo tanto enorgullecerse de
pertenecer a las viejas familias, los que se conformar con frecuentar los miserables
alrededores del viejo mercado o contribuir al desarrollo de Santa María insertándose
en la industria y el comercio locales -como los robustos camioneros “veinteañeros,
gritones y sin pasado” (27)- constituyen un vulnerable telón de fondo.
Sin embargo, estos
personajes aparentemente secundarios -el barman del Plaza, el dueño del
Belgrano o Froilán Vázquez, el diariero- resultan elementos indispensables en
las ficciones onettianas, por representar a “los habitantes de la ciudad”, las
clases medias y trabajadoras que otorgarán el particular color de su humildad a
las obras del ciclo “sanmariano”. Estos destinos opacos, y a primera vista
prescindibles, también contribuirán a la edificación de un orden homogéneo.
Porque tanto los notables como los “no notables” se entrelazarán creando cierta
forma de cohesión social. Las notas discordantes serán sólo producidas por la
presencia periférica del fuerte núcleo germánico que constituye el tercer pilar
de la sociedad “sanmariana”. Esto es lo que sugiere un largo y elocuente pasaje
de La vida breve, donde se describe la existencia de un conflicto oculto
entre los austeros habitantes de la “colonia suiza”, unidos por sus valores y
prejuicios ancestrales, y el resto de los “pobladores de la ciudad”:
Iba muriendo conmigo
aquel conflicto, apenas presentido, entre los pesados, enérgicos y austeros
habitantes de la colonia suiza y los pobladores de la ciudad: entre los
indolentes criollos de Santa María y los que la alimentaban, comprando en ella,
visitándola en masa los días de grandes fiestas (no las que ellos, sus padres y
abuelos se habían traído de Europa junto con la voluntad y la esperanza, los
deslomados libros de oraciones, las desvaídas fotografías con los dorsos
fechados; sino las grandes fiestas ajenas, que ellos respetaban a medias y que
toleraban compartir), recorriendo entonces, aprensivos, con reprimida
excitación, la plaza, el paseo junto al río, el cinematógrafo, las cuadras
dedicadas a casas de negocios, que llamaban el centro, y en cuyas paredes los
hombres de pelo atezado apoyaban las espaldas, burlones, con una leve y
romántica envidia, para verlos pasar, lentos, endomingados, en grupos
familiares que pregonaban la calidad de lo indestructible. El conflicto nacido
del mutuo y disimulado desprecio, mostrado apenas en las sonrisas y las
entonaciones irónicas de los hombres oscuros, sonrisas y voces que los rubios
lograban convertir en actitudes obsequiosas, preocupadas, próximas a la duda
cuando cambiaban billetes en los negocios, compraban automóviles y trilladoras,
dejaban sobre las mesas de los cafés, sin amabilidad, sin convicción, propinas
exageradas, sólo útiles en definitiva para fortalecer el desdén (28)
Pero si bien la ciudad y
la colonia suiza se vuelven mutuamente la espalda, esas diferencias nunca se
verán exacerbadas. Es cierto que en la última novela de Juan Carlos Onetti los
inmigrantes suizos son presentados objetivamente como los depredadores de la
ciudad-pueblo. Pero el impacto que nos produce esa abrupta comprobación no hace
más que subrayar la violencia hasta entonces ausente en las tensiones sociales
y la lucha de clases. El mito de la homogeneidad continuará, en definitiva,
prevaleciendo en las ficciones onettianas. Y las reales divergencias existentes
entre los tres diferentes grupos constitutivos del universo “sanmariano”
tenderán a difuminarse.
Notas
(20) Jacob y el otro, en
Cuentos completos, pp. 139-163.
(21) Para una tumba
sin nombre y Dejemos hablar al viento.
(22) Ibíd.
(23) El álbum, en Cuentos
completos, pp. 85-105.
(24) Para una tumba
sin nombre, I, p. 8.
(25) Ibíd., I, p. 8.
(26) Ibíd., I, p. 8.
(27) El astillero,
Santa María – I, p. 11.
(28) La vida breve, 2ª parte, 8, pp. 205-206. (Subrayamos nosotros.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario