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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (59) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

EL INDIVIDUO Y EL GRUPO

 

II – MODALIDADES DEL GRUPO (3)

 

Frente a este grupo poderosamente estructurado, unido por un pasado común y un mismo status económico, los “otros” pobladores de la obra onettiana se presentarán caracterizados por perfiles muy flexibles. Se trata de una masa cambiante e informe donde se entremezclarán, al paso de las distintas ficciones, mestizos, mulatos, italianos recién llegados a Santa María y otros europeos en busca de aventuras o de desquites con sus propios destinos, tal como lo testimonian a simple vista El astillero, Juntacadáveres, Dejemos hablar al viento o Jacob y el otro, textos alejados entre sí por sus temáticas y fechas de publicación, pero todos pertenecientes al “ciclo sanmariano”. Otros relatos como La novia robada e incluso Historia del Caballero de la Rosa y de la virgen encinta que vino de Liliput, confirman la misma impresión. Esta especie de indistinción -que hace codearse indiferentemente a “turcos bigotudos” y tenaces (20), “niños oscuros y descalzos” (21), “hombres oscuros” (22) de identidad incierta. una enigmática viajera envuelta, en pleno verano, en un abrigo de pieles (23), una inasible e inquietante Frieda Von Kliestein o un desconcertante Mister Wright- no tiene nada de casual. Hay veces en que alguna personalidad surge especialmente destacada, como sucede con Miramonte, propietario de una de las empresas de pompas fúnebres más importantes de Santa María, o como Larsen, alias Juntacadáveres. Pero ellos no aparecerán en ningún momento como sólidamente integrados a un grupo. Miramonte, “con su triste bigote negro y el brillo discretamente equívoco de sus ojos de mulato” (24) se define por oposición a los notables, que, en Para una tumba sin nombre, reconocerán su eficacia profesional pero lo descartarán con recelo y desprecio encareciendo a Grimm, al que estiman por razones de solidaridad racial:

 

Miramonte, en cambio, confía todo, en apariencia, a los empleados y se dedica, vestido de negro, peinado de negro (…) a mezclarse entre los dolientes, a estrechar manos y difundir consuelos (25)

 

También Juntacadáveres es presentado como un indeseable extranjero que busca a toda costa reconquistar un status social que la comunidad, presionada por los notables, se ha negado a reconocerle. La instalación y administración de la “casa celeste” contraría, en efecto, el puritanismo de la alta sociedad de Santa María, que no tarda en movilizarse contra esta impúdica empresa personal. Como puede comprobarse entonces, el grupo de los “otros” vive una existencia subalterna y estrictamente dependiente del poder de los notables -como lo ilustra la aventura de Larsen en El astillero, sirviendo incluso para subrayar su unidad y fuerza. Así, los “que no tuvieron abuelos arando en la colonia” (26) y no pueden por lo tanto enorgullecerse de pertenecer a las viejas familias, los que se conformar con frecuentar los miserables alrededores del viejo mercado o contribuir al desarrollo de Santa María insertándose en la industria y el comercio locales -como los robustos camioneros “veinteañeros, gritones y sin pasado” (27)- constituyen un vulnerable telón de fondo.

 

Sin embargo, estos personajes aparentemente secundarios -el barman del Plaza, el dueño del Belgrano o Froilán Vázquez, el diariero- resultan elementos indispensables en las ficciones onettianas, por representar a “los habitantes de la ciudad”, las clases medias y trabajadoras que otorgarán el particular color de su humildad a las obras del ciclo “sanmariano”. Estos destinos opacos, y a primera vista prescindibles, también contribuirán a la edificación de un orden homogéneo. Porque tanto los notables como los “no notables” se entrelazarán creando cierta forma de cohesión social. Las notas discordantes serán sólo producidas por la presencia periférica del fuerte núcleo germánico que constituye el tercer pilar de la sociedad “sanmariana”. Esto es lo que sugiere un largo y elocuente pasaje de La vida breve, donde se describe la existencia de un conflicto oculto entre los austeros habitantes de la “colonia suiza”, unidos por sus valores y prejuicios ancestrales, y el resto de los “pobladores de la ciudad”:

 

Iba muriendo conmigo aquel conflicto, apenas presentido, entre los pesados, enérgicos y austeros habitantes de la colonia suiza y los pobladores de la ciudad: entre los indolentes criollos de Santa María y los que la alimentaban, comprando en ella, visitándola en masa los días de grandes fiestas (no las que ellos, sus padres y abuelos se habían traído de Europa junto con la voluntad y la esperanza, los deslomados libros de oraciones, las desvaídas fotografías con los dorsos fechados; sino las grandes fiestas ajenas, que ellos respetaban a medias y que toleraban compartir), recorriendo entonces, aprensivos, con reprimida excitación, la plaza, el paseo junto al río, el cinematógrafo, las cuadras dedicadas a casas de negocios, que llamaban el centro, y en cuyas paredes los hombres de pelo atezado apoyaban las espaldas, burlones, con una leve y romántica envidia, para verlos pasar, lentos, endomingados, en grupos familiares que pregonaban la calidad de lo indestructible. El conflicto nacido del mutuo y disimulado desprecio, mostrado apenas en las sonrisas y las entonaciones irónicas de los hombres oscuros, sonrisas y voces que los rubios lograban convertir en actitudes obsequiosas, preocupadas, próximas a la duda cuando cambiaban billetes en los negocios, compraban automóviles y trilladoras, dejaban sobre las mesas de los cafés, sin amabilidad, sin convicción, propinas exageradas, sólo útiles en definitiva para fortalecer el desdén (28)

 

Pero si bien la ciudad y la colonia suiza se vuelven mutuamente la espalda, esas diferencias nunca se verán exacerbadas. Es cierto que en la última novela de Juan Carlos Onetti los inmigrantes suizos son presentados objetivamente como los depredadores de la ciudad-pueblo. Pero el impacto que nos produce esa abrupta comprobación no hace más que subrayar la violencia hasta entonces ausente en las tensiones sociales y la lucha de clases. El mito de la homogeneidad continuará, en definitiva, prevaleciendo en las ficciones onettianas. Y las reales divergencias existentes entre los tres diferentes grupos constitutivos del universo “sanmariano” tenderán a difuminarse.

 

Notas 

(20) Jacob y el otro, en Cuentos completos, pp. 139-163.

(21) Para una tumba sin nombre y Dejemos hablar al viento.

(22) Ibíd.

(23) El álbum, en Cuentos completos, pp. 85-105.

(24) Para una tumba sin nombre, I, p. 8.

(25) Ibíd., I, p. 8.

(26) Ibíd., I, p. 8.

(27) El astillero, Santa María – I, p. 11.

(28) La vida breve, 2ª parte, 8, pp. 205-206. (Subrayamos nosotros.)

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