por Andrés Seoane
Recogiendo diversas tradiciones que se pierden en la noche de los
tiempos, Platón fue el primer pensador que sistematizó la división entre alma y
cuerpo, dotando a la primera de la capacidad, exclusivamente humana, para la
razón. Desde entonces, la naturaleza de la vida íntima de los seres humanos,
ese ente pensante inherente a nosotros, ha sido motivo de encarnizados
debates entre filósofos, médicos, científicos y teólogos, sin que ninguno
de ellos haya logrado hallar la respuesta definitiva.
¿Qué es la mente? ¿Una teoría necesaria, una cosa física, un juego de
lenguaje o un prejuicio profundamente arraigado? Con clarividente erudición y
singular amenidad, el historiador y psiquiatra George Makari (Nueva Jersey,
1960), profesor del Weill Cornell Medical College, despliega en Alma máquina (Sexto Piso)
el vibrante recorrido de cómo la mente, un concepto que surgió hacia el siglo
XVII al calor de la crisis de la autoridad religiosa y de la Revolución
científica, y se erigió como alternativa para explicar nuestra
condición humana, cambiando para siempre nuestras ideas sobre el ser, la
sociedad, la política, la ética e incluso la medicina.
Como relata a El Cultural, la gran sorpresa de Makari al bucear en la
génesis del pensamiento moderno fue descubrir que “lejos de ser una cuestión
estrictamente filosófica, el surgimiento de la mente en contraposición al alma
fue una respuesta con fuertes componentes políticos, sociales y religiosos”. Y
es que, como explica el historiador, “tras siglos de luchas, la Guerra de los
Treinta Años (1618-1648) llevó a muchos a concluir que las batallas por las
creencias teológicas no tendrían fin. O Dios estaba del lado de todos o
del lado de nadie. Por ello, muchos pensadores reaccionaron a la violencia
sectaria y emprendieron la búsqueda de una forma de crear estabilidad que no
descansara en los monarcas divinos y la Iglesia”.
Un linaje de pioneros
En este contexto, filósofos como John Locke, Baruch Spinoza, Thomas Hobbes o René Descartes comenzaron a plantear un escenario de pensamiento en el que surgieron conceptos como la “conciencia” y el “yo”, que trazarían una línea cada vez más gruesa entre las creencias privadas sobre el alma y las afirmaciones de conocimiento que provenían de la mente, separando la razón de la idea religiosa de trascendencia.
“Siguiendo estos planteamientos, el absolutismo no tenía sentido, pues
nadie podía afirmar que su conocimiento era absoluto, infalible y dado por
Dios”, defiende Makari. “Esta idea de tolerancia cuajaría lentamente,
aunque no habría logrado imponerse si no fuera por todo un grupo de médicos,
escritores, reformadores y filósofos, personajes valientes, a menudo
excéntricos, hoy poco conocidos, que fueron inscribiendo esta nueva posición
secular en la medicina, la ciencia, la política y el derecho”.
Pierre Louis Dumesnil: 'Disputa entre la reina Cristina de Suecia y René
Descartes', 1700
A través del relato de las vidas e ideas de estos pensadores, a los que
se unirían en siglos posteriores otros como Jean-Jacques Rousseau o Immanuel Kant, entre los más conocidos, Makari
muestra los lentos avances que fueron generando en todos los campos de la vida
la aparición de ideas como el individualismo o la superación de otras como la
dualidad alma/cuerpo, “que permitió el nacimiento hacia 1690 de lo que hoy
llamamos enfermedades mentales”. En el plano político, este pensamiento
humanista e ilustrado tomaría cuerpo por primera vez a finales del siglo XVII.
“Cuando la Revolución francesa expulsó a la Iglesia y a los protectores del
alma”, afirma el historiador, “un linaje secular moderno y liberal, que
entendía la mente como objeto político, social, médico y científico, estaba
esperando, listo para emerger y dar forma a la sociedad que conocemos hoy”.
Sin embargo, el definitivo triunfo de un mundo secularizado, privado del
sostén trascendental que ofrecía el alma, comporto nuevos retos. Paulatinamente, la
sociedad se asomó a una crisis de identidad de la que nacería, a
caballo entre los siglos XIX y XX, el psicoanálisis, un proceso que Makari ya
glosó en Revolución en mente (2012), una especie de secuela
del ensayo actual. “Freud y sus seguidores
intentaron crear una ciencia de la subjetividad, a pesar de la naturaleza
obviamente paradójica de ese proyecto. Aun así, buscaron construir una mente
para el hombre moderno que se adaptara a Newton, Darwin y los cambios de visión de la
sexualidad”, apunta el historiador.
Entre lo físico y lo espiritual
A pesar de los ímprobos avances, hoy en día, como recuerda Makari, esa definitiva frontera entre mente, alma y cuerpo que nos permita definirlas y aislarlas con precisión todavía no existe, y quizá sea imposible de dilucidar. No debemos olvidar, por ejemplo, que “el alma como vida eterna nunca se separó de la religión, y sigue siendo fundamental en la práctica religiosa en la actualidad para millones de personas”. Eso sí, el autor recuerda que el gran logro es reservarla para el ámbito privado. “Suelo estar de acuerdo con Thoreau, que dijo que la religión es un asunto que se considera mejor en silencio. Con demasiada frecuencia, ha terminado mal cuando las creencias religiosas ganan poder sobre el dominio público”.
En cuanto al mundo científico, el pensador reconoce que “la neurociencia
actual ha logrado importantes avances, pero, desafortunadamente, estos
se han utilizado para construir una ideología cientificista y reduccionista,
lo que el erudito español Fernando Vidal llama "inteligencia", en la
que "somos nuestros cerebros", se lamenta. Una postura que encuentra
peligrosa y que comulga con las teorías que especulan con la posibilidad de
dotar de “mentes” a las máquinas, como pretenden las investigaciones en Inteligencia Artificial. “La IA nunca hará
lo que hacen las mentes, pero las grandes tecnológicas que han invertido mucho
en ella nunca lo dirán”.
Para él la mente, como defiende en este revelador recorrido, es “una amalgama de ambas visiones, física y espiritual, relacionada con nuestras capacidades para pensar, razonar y resolver problemas”. Y confía, en que su potencial desarrollo sirva para afrontar el futuro. “Ni nuestros cuerpos ni nuestras almas nos sacarán de los grandes retos que se presentan ante la humanidad. Son nuestras mentes las que nos permitirán enfrentar problemas como el cambio climático, el aumento del autoritarismo, la xenofobia o la desigualdad”.
(EL CULTURAL / 16-6-2021)
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