(Gorjeo de la entretela)
Chilla mi pecho.
Pero mi oboe de oro
no tiene techo.
Por amor
respiramos.
Y hacia el cielo
cantamos.
(Pequeños
asesinatos)
El que te niega
la palabra por
gusto
nunca te pega.
Su silencio te ata.
Y en realidad te
mata.
(La poca fe)
Los pensadores
que no saben
amarnos
son impostores.
¿Desde cuándo hay
patrañas
que mueven las
montañas?
(Los estigmas de Dylan Thomas)
El señorío
de la muerte no existe
porque hay un río
de resplandores rojos
que nos reina en los ojos.
(Demolición del
paraíso)
Era mi casa
un resplandor de
flores
y aquella brasa.
Alguien maldijo el
vuelo
y se terminó el
cielo.
(Lo dijo Engels)
Fue un matrimonio
partido por la
espada
del patrimonio.
Te roban lo que
eras
y esperan que te
mueras.
(Lo dijo Nietzsche)
Mejor no ladres
contra el circo que
llaman
Día de las Madres.
Si tenés valentía
mordé a la
Hipocresía.
(Solo entre las
arpías)
Madres de lodo
aullaba Federico
y eso fue todo.
Veía mil cucarachas
que se sentían
muchachas.
(El revés de la
trama)
Pobre del niño
que ama para ganar
un
pobre cariño.
No sabrá si fue
amado
o si fue manoseado.
(La última falange
estirada ciegamente hacia Dios)
para María José
Esa paciencia
que toca el
infinito.
Y la conciencia
de que sólo es
humano
el que ama
cualquier mano.
(La mujer de mi
padre)
Desamparado
quedó el rostro
celeste
que te fue dado.
Me pedías alegría.
Y yo te di poesía.
(Despedida de
Alonso Quijano)
Hoy me divierte
morir entre los
cuerdos
y nadie advierte
que estamos todos
locos.
Caballeros hay pocos.
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