jueves

LA TIERRA DE LOS POETAS ETERNOS


 

 

por Xavier Aldekoa / HARGEISA (SOMALILANDIA). 

CORRESPONSAL 

 

La escalera del despacho del escritor y matemático somalilandés Jama Musse Jama es una declaración de amor a la poesía. Decorada con versos de una de las leyendas del país, el poeta Maxamed Ibraahin Hadraawi, cada peldaño es un canto a la unión. “Mi pueblo: hay algo llamado sociedad / a quien os diga que no tenéis elección/ replicad ‘no tienes ni idea’”. En las abarrotadas estanterías de la estancia se amontonan más rimas: por todos lados hay libros de historia de la literatura o antologías de poetas de Somalilandia, región en el norte de Somalia que declaró su autodeterminación, no reconocida internacionalmente, hace 30 años. Para el Musse, director de Centro Cultural Hargeisa, su gusto por la poesía no es una deformación profesional –él mismo ha publicado varios poemas–, es una cuestión de adn. “Nuestro pueblo es de tradición nómada y oral, acostumbrado a cargar lo imprescindible, lo esencial. Y un poema es la expresión máxima de la esencia de la oralidad, porque usa las palabras justas para expresar sentimientos o ideas”. Aunque el uso de versos rimados para comunicarse se remonta a miles de años, la pasión local por la poesía atrapa también a las nuevas generaciones y hoy es parte esencial de la vida política y social. En el centro cultural, un espacio dedicado a las artes locales, se organizan encuentros de poesía semanales a los que acuden hasta 400 jóvenes y es habitual que en el patio central aparezcan poetas ancianos para recitar su opinión rimada sobre la actualidad. “A los pocos minutos –explica Musse– tienen a un círculo de jóvenes escuchando a su alrededor”. Para el historiador y escritor, en el cuerno africano la poesía trasciende la expresión artística y funciona como ágora para discutir cuestiones sensibles como el peso de los clanes o la pervivencia de algunas tradiciones. “En Somalilandia o Somalia, la poesía no es solo una expresión de amor o de belleza, es nuestra vida, la forma más sofisticada de comunicación y aborda aspectos esenciales tanto a nivel político como social”. No es solo una percepción local. A mediados del siglo XIX, la poesía somalí cautivó a los primeros exploradores europeos. En el año 1856, el explorador británico Richard Francis Burton quedó deslumbrado por la riqueza cultural de aquellos nómadas al frente de caravanas con cientos de camellos. “Es sorprendente – escribió en su libro Primeros pasos en el este de África- que un dialecto que no se escribe sea tan abundante en poesía y elocuencia”. Burton dejó escrita una frase que hinche el pecho de orgullo del pueblo somalí: “esta tierra rebosa de poetas”. Aunque el idioma somalí no fue lengua escrita hasta 1972, con sus variantes Maha y Mai, la arraigada oralidad de los pueblos locales ha mantenido vivas las historias de poetas que protagonizaron momentos históricos destacados. El escritor Rashiid Sheek Cabdillaahi, lo explica en su libro Guerra y Paz: una antología de la literatura somalí. “A través de un poema, un poeta podía prender el fuego de un conflicto entre comunidades en paz o acallar una guerra en la que se había derramado un río de sangre”. Durante la dictadura de Siad Barré, que prohibió los medios de comunicación, la poesía fue incluso una trinchera. Liderados por Hadraaw i, que fue encarcelado, se popularizaron los poemas en cadena, en los que, a partir de metáforas y otras figuras retóricas, varios poetas se respondían y criticaban al dictador. La represión como prueba de la importancia de la poesía para los gobernantes se repite hoy: en el 2018, la poeta Nacima Qorane fue condenada a tres años de cárcel por abogar en un poema por la unidad de Somalia y un año después el poeta británico-somalí Abdirahman fue detenido por “insultar a la policía y el gobierno” tras recitar versos en un hotel de la capital.Otras veces, la poesía tiene forma de raíz. El somalilandés Hamze Maktal, que creció en Toronto, tiene memorizado el poema que su abuela materna le regaló a su madre cuando ella hizo las maletas rumbo a Canadá. “Aquel poema de mi abuela presidió el comedor de casa toda la vida. Se despedía de mi madre, le decía lo orgullosa que estaba de ella y pedía que un día regresara al hogar”.Maktal ha cumplido con el poema por ella: hace cinco meses dejó Canadá para volver a casa e instalarse en Somalilandia.

“Mi pueblo: hay algo llamado sociedad / a quien os diga que no tenéis elección/ replicad ‘no tienes ni idea’”, se lee en un escalón.


“Para nosotros, la poesía es nuestra vida, la forma más desarrollada de comunicación”


En las abarrotadas estanterías de la estancia se amontonan más rimas: por todos los rincones hay libros de historia de la literatura o antologías de poetas de Somalilandia, región en el norte de Somalia que declaró su autodeterminación, no reconocida internacionalmente, hace 30 años.

Para Musse, director de Centro Cultural Hargeisa, su gusto por la poesía no es una deformación profesional –él mismo ha publicado varios poemas–, es cuestión de ADN. “Nuestro pueblo es de tradición nómada y oral, acostumbrado a cargar lo imprescindible, lo esencial. Un poema es la expresión máxima de la esencia de la oralidad, porque usa las palabras justas para expresar sentimientos o ideas”.

Aunque el uso de versos rimados para comunicarse se remonta a miles de años, la pasión local por la poesía atrapa también a las nuevas generaciones y hoy es parte esencial de la vida política y social. En el centro cultural, un espacio dedi­cado a las artes locales, se organizan encuentros de poesía semanales a los que acuden hasta 400 jóvenes y es habitual que en el patio central aparezcan poetas ancianos para recitar su opinión rimada ­sobre la actualidad. “A los pocos minutos –explica Musse– tienen a un círculo de jóvenes escuchando a su alrededor”.

Para el historiador y escritor, en el Cuerno de África la poesía trasciende la expresión artística y funciona como ágora para discutir cuestiones sensibles como el peso de los clanes o la pervivencia de algunas tradiciones. “En Somalilandia o Somalia, la poesía no es solo una expresión de amor o de belleza, es nuestra vida, la forma más sofisticada de comunicación y aborda aspectos esenciales tanto a nivel político como social”.

No es solo una percepción local. A mediados del siglo XIX, la poesía somalí cautivó a los primeros exploradores europeos. En el año 1856, el explorador británico Richard Francis Burton quedó deslumbrado por la riqueza cultural de aquellos nómadas al frente de caravanas con cientos de camellos. “Es sorprendente –escribió en su libro Primeros pasos en el este de África – que un dialecto que no se escribe sea tan abundante en poesía y elocuencia”. Burton dejó escrita una frase que hincha el pecho de orgullo del pueblo somalí: “Esta tierra rebosa de poetas”.

Aunque el idioma somalí no fue lengua escrita hasta 1972, con sus variantes maha y mai, la arraigada oralidad de los pueblos locales ha mantenido vivas las historias de poetas que protagonizaron momentos históricos destacados. El escritor Rashiid Sheek Cabdillaahi, lo explica en su libro Guerra y paz: una antología de la literatura somalí . “A través de un poema, un poeta podía prender el fuego de un conflicto entre comunidades en paz o acallar una guerra en la que se había derramado un río de sangre”.

Durante la dictadura de Siad Barré, que prohibió los medios de comunicación, la poesía fue incluso una trinchera. Liderados por Hadraawi, que fue encarcelado, se popularizaron los poemas en cadena, en los que a partir de metáforas y otras figuras retóricas varios poetas se respondían y criticaban al régimen y al dictador.

La represión como prueba de la importancia de la poesía para los gobernantes se repite hoy: en el 2018, la poeta Nacima Qorane fue condenada a tres años de cárcel por abogar en un poema por la unidad de Somalia, y, un año después, el poeta británico-somalí Abdirahman fue detenido por “insultar a la policía y el Gobierno” tras recitar versos en un hotel de la capital.

Otras veces, la poesía tiene forma de raíz. El somalilandés Hamze Maktal, que creció en Toronto, tiene memorizado el poema que su abuela materna le regaló a su madre cuando ella hizo las maletas rumbo a Canadá. “Aquel poema de mi abuela presidió el comedor de casa toda la vida. Se despedía de mi madre, le decía lo orgullosa que estaba de ella y pedía que un día regresara al hogar”.

Maktal ha cumplido con el poema por ella: hace cinco meses dejó Canadá para volver a casa e instalarse en Somalilandia.


(LA VANGUARDIA / 2-6-2021)

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