jueves

HACIA UN TEATRO POBRE (39) - JERZY GROTOWSKI

 

 NO ERA TOTALMENTE ÉL (*) (4)

 

JERZY GROTOWSKI

 

(*) Este artículo se publicó en Les Temps Modernes (París, abril de 1967) y en Flourish, el periódico del Royal Shakespeare Theatre Club (verano de 1967).

 

Una confrontación es un “ensayo”, una prueba de lo que significan los valores tradicionales. Una representación que como un transformador eléctrico ajuste nuestra experiencia a la de las generaciones pasadas y viceversa; una representación concebida como un combate contra los valores contemporáneos y tradicionales (por tanto, la “transgresión”), me parece a mí la única posibilidad de que el mito funcione en el teatro. Una transformación honesta puede encontrarse sólo en este doble juego de valores, en esta cercanía y este rechazo, en esta revuelta y esta aceptación.

 

Artaud fue en todo un profeta. Sus textos esconden una maraña especial y completa de predicciones, de alusiones imposibles, de visiones muy sugestivas y metáforas que parecen poseer, a la larga, una cierta realidad. Porque todo esto puede suceder, nadie sabe cómo, pero es inevitable y sucede.

 

Rebozamos de júbilo cuando descubrimos algunos sucesos falsos en Artaud. El signo que en el teatro oriental es simplemente una parte de un alfabeto conocido universalmente no puede, como Artaud lo pretendió, ser transferido al teatro europeo, en el que cada signo ha de nacer separadamente, en relación con asociaciones psicológicas, culturales o familiares antes de convertirse en algo totalmente diferente. Su intento de catalogar las respiraciones en lo masculino, lo femenino y lo neutro son simples malentendidos de textos orientales y prácticamente son tan imperceptibles que no se diferencian entre sí. Su estudio de la “Atlética de los sentimientos” presenta algunos chispazos geniales, pero en el trabajo práctico llevaría a gestos estereotipados que servirían para expresar cada uno una sola emoción.

 

Pero planteó algo que nosotros somos capaces de alcanzar mediante otros caminos. Me refiero a lo esencial del arte del actor: es decir que lo que el actor logre sea un acto total (no tengamos miedo del nombre), que lo que haga lo realice con su ser íntegro, y no solamente con un gesto mecánico (y por tanto rígido) del brazo y de la pierna, no con gestos apoyados por una inflexión lógica en forma viva; puede estimularlo, y en realidad es todo lo que realmente puede hacer. Sin comprometerse, su organismo deja de vivir y sus impulsos se vuelven superficiales. Entre una reacción total y una reacción guiada por un pensamiento hay la misma diferencia que hay entre un árbol y una planta. A final de cuentas estamos hablando de la imposibilidad de separar lo espiritual y lo físico. El actor no debe usar su organismo para ilustrar un “movimiento del alma”, debe llevar a cabo ese movimiento con su organismo.

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