jueves

ALBERT HOFMANN - LSD: CÓMO DESCUBRÍ EL ÁCIDO Y QUÉ PASÓ DESPUÉS EN EL MUNDO (49)

 

 Los parientes mejicanos del LSD (5)

 

Psilocybina y psilocina (3)

 

Inmediatamente después de esta anotación me dirigí de la mesa, donde había desayunado con el Dr. H. y nuestras respectivas esposas, al aire libre, y me acosté en el césped. La embriaguez se acercaba rápidamente a su punto máximo. Pese a que me había propuesto firmemente tomar notas todo el tiempo, ahora eso me parecía una pérdida de tiempo, el movimiento de la escritura terriblemente lento y paupérrimas las posibilidades expresivas de la lengua… comparadas con la marea de vivencias interiores que me inundaba y amenazaba con hacerme estallar. Cien años, me parecía, no alcanzarían para describir la plétora de vivencias de un solo minuto. Al principio todavía había impresiones ópticas en un primer plano: vi encantado la sucesión ilimitada de las filas de árboles del bosque cercano; luego, los jirones de nubes en el cielo soleado, que de pronto se alzaban con silenciosa y arrebatadora majestad en una superposición de miles de capas -cielo sobre cielo- y esperaba que allí arriba ocurriera en el próximo instante algo ingente, inaudito, nunca visto -¿veré a un Dios?- pero todo quedó en la espera, el presagio, el “en el umbral hacia el sentimiento último”… Luego me alejé (la proximidad de los demás me molestaba) y me acosté en un rincón del jardín, encima de un montón de maderas calentadas por el sol… Mis dedos acariciaban estas maderas con una ternura desbordante, sensual de manera animal. A la vez me abismé hacia dentro; era un máximo absoluto: me atravesó una sensación de dicha, una felicidad exenta de deseos. Me encontraba, detrás de mis párpados cerrados, en un vacío lleno de ornamentos llenos de color rojo ladrillo y, simultáneamente, en el “centro del universo de la completa calma del viento”. Yo sabía: todo estaba bien; la causa y el origen de todo estaba bien. Pero en ese mismo momento comprendí también el dolor y el asco, los malhumores y malentendidos de la vida común: allí uno nunca está “entero”, sino dividido, fraccionado y escindido en los minúsculos añicos de los segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años; allí uno es esclavo del Moloc tiempo, que te come de a trocitos; uno está condenado a balbucear, a la chapuza y a las obras incompletas. Allí, en la cotidianeidad de la humana existencia, hay que arrastrar consigo lo perfecto y lo absoluto, lo simultáneo de todas las cosas, el Nu eterno de la Edad de Oro, esta causa primera del Ser -que ha existido siempre y siempre existirá-como una espina dolorosa profundamente clavada en el alma, como una advertencia de la pretensión jamás satisfecha, como un espejismo del paraíso perdido y prometido, a través de este sueño de fiebre, el “presente”, de un “pasado” ensombrecido a un “futuro” en tinieblas. Lo comprendí. Esta embriaguez era un vuelo espacial, no del hombre externo, sino del interno, y yo experimentaba la realidad durante un momento desde un punto de mira que está en algún lugar fuera de la fuerza de gravedad del tiempo.

 

Cuando volví a sentir esta fuerza de gravedad, fui lo suficientemente infantil para querer postergar el regreso, ingiriendo a las 11’45 hs. una nueva dosis de 6 mg de psilocybina y otros 4 mg a las 14’30. El efecto fue insignificante y no merece citarse.

 

En esta serie de experimentos con LSD y psilocybina participó también en tres autoensayos la señora Li Gelpke, que realizó un dibujo en tinta china, de 33 por 51 cm. Li Gelpke escribió al respecto.

 

Nada de lo que hay en el dibujo está realizado conscientemente. Mientras lo hacía, el recuerdo (de lo vivido bajo la influencia de la psilocybuina) había vuelto a la realidad y me guiaba en cada trazo. Por eso, la imagen tiene tantas capas como este recuerdo, y la figura que está abajo a la derecha es la prisionera de su sueño… Cuando unas semanas más tarde llegaron a mis manos unos libros sobre arte mejicano, reencontré allí los motivos de mis visiones… con repentino susto.

 

La aparición de motivos mejicanos en la embriaguez de psilocybina la comprobé yo también, como lo he señalado, en mi primer autoensayo con las setas disecadas llamadas psylocybe mexicana. Este fenómeno también le ha llamado la atención a R. Wasson. Partiendo de estas observaciones ha formulado la presunción de que el antiguo arte mexicano podría haber sido influido por imágenes visionarias como las que aparecen en la embriaguez de setas.

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