ESCRITURAS
(Edit. YAUGURÚ /
enero de 2021)
I
ESCOLAR
Convoco
a lágrimas maternas
pudorosas
guardadas en el
ángulo
donde el recuerdo se
estrella
contra el muro de la
fatalidad.
Ni queja ni furia ni consuelo.
Desgracia.
El tiempo no limita
su límite,
lo afila. Embiste.
Memoria intermitente
que no cede.
(Aquel niño a la
escuela iba
como se va al cadalso
con la sola ilusión
de reencontrarte
al término de la
oprobiosa jornada
de tiza y pizarrón.)
Mi madre me espera en
el portal.
Radiante. Es la más
hermosa de las madres.
Me espera siempre.
Desde hace sesenta y cinco años.
Cada vez su rostro
luce más hermoso. Y más difuso.
Nunca falta.
A veces viene con un
sombrero rojo.
II
EXTRANJERO
Un amigo me comunica
la muerte de su madre.
Ni carta ni teléfono.
No le distingo la voz
ni la mirada. No veo
su figura. No lo puedo
mirar no lo puedo
tocar. La muerte de su madre
no es virtual. Su
cadáver yace en el cuarto de al lado.
Mi amigo es adulto.
Sexagenario
y padre. También
abuelo, Ha entrado en territorio
nuevo, desconocido,
sin límites finales. Invisible
frontera con la bruma
astillada del tiempo.
De espina y piedra y
polvo todos los caminos.
Se escucha un
aullido, quebranto. Un llanto sordo.
Porque el dolor es
sucio, aislante. Forma
éscaras. Hay que
lavarlo con el agua virgen
de la primera lluvia,
la que bautizara el vuelo
de una paloma blanca.
La que inscribe en el aire
el tiempo del regreso
en clave de triunfo.
A Gustavo Wojciechowski (Macachín)
III
TESTAMENTO
No para ahora. No
inmediato.
Pero algún día será.
Que todo esté
ordenado.
Que funciones como
cita obligatoria, ya acordada.
Sin queja ni reclamo.
Que el hueco de mi
sillón vacío
no esté colmado de
ropa ni papeles,
que amable reciba al
ocupante nuevo
que entonces dueño
será de mi lugar.
Enfrente, mis libros,
en salvaje desorden, ordenado,
guardan lo poco o
mucho de cuanto fue leído.
Custodian todo aquello
que enseñaron
los sabios y los
días. En páginas estrictas
como aguja gótica, se
yergue la flecha
del conocimiento, de
mojón a mojón,
de anaquel a anaquel,
con sonido a cascada
con brillo de
relámpago, sosegado, en trenzado
colorido, los hilos
tejen un telar en el aire,
-sin huso y sin
rueca-, tal vez de la sabiduría
corriente viva sonoro
brillo que entre las cosas
ondula baja y sube y
va de salto en salto,
desde el aire a las
nupcias.
Helena y Paris
entonan el estribillo
de su pasión sin fin.
A gozo pleno, en todo tálamo
sin entender jamás la
transparente tristeza de la fiesta.
IV
Registro
Aún no se sabe si la
noche sube
o si la tarde baja,
en el aire parece
que flotaran seres,
objetos, historias o leyendas,
un guante, una
sortija, la gasa
de un pañuelo
melancólico, un sollozo
extraviado, el aroma
arrugado de alguna
despedida en anudada
garganta de la queja.
Caen. Solo un leve
movimiento. Tan lento
caen, como si apenas
dejar quisieran su rúbrica
en el hueco destinado
al sitio del olvido,
fugaz presencia
pasaje furtivo sin registro
cuando guante y
anillo en mano y dedo
alguna vez calzaron.
¿Dónde zafaron
y cuándo se produjo
la caída? Sobre la niebla,
el mar, apenas
ondulado. Brisa emplumada.
Es lacio el tiempo de
la espera. La noche
tarda. La noche es lacia.
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