por Amalia Mosquera
Cuando lo infinito asoma desde el abismo, de la
escritora y filósofa Virginia Moratiel, recoge los estudios sobre el Romanticismo
alemán e inglés realizados por la autora y desvela secretos hasta ahora
desconocidos de la vida y la obra de filósofos y poetas románticos.
¿Por qué escribir hoy un libro sobre el Romanticismo? «Todavía tiene
sentido escribir un libro sobre el Romanticismo porque sus grandes ideales, los
que emanaron de la revolución francesa, la libertad, la igualdad y la
fraternidad, quedaron incumplidos —nos responde Virginia Moratiel—. Solo podían
llegar a efectuarse en la medida en que los individuos lograsen desarrollar
armónicamente todos sus aspectos, tanto materiales como espirituales, es decir,
el cuerpo, los sentidos, la inteligencia y las emociones, pero esto no se
produjo, de modo que el ser humano sigue estando desintegrado en su interior y
también en relación con su cuerpo, con la naturaleza y con los demás».
Alemania, verano de 1793. Dos jóvenes, Ludwig Tieck y
Wilhelm Heinrich Wackenroder, llegan a la universidad de Erlangen. Juntos
recorren los bosques del sur del país y las ciudades medievales de Núremberg y
Bamberg, con sus imponentes catedrales. ¿Qué encuentran en común entre la
naturaleza y el arte que descubren en su camino? La majestuosidad, lo divino,
la belleza absoluta.
De vuelta en
Berlín, Tieck y Wackenroder deciden compartir
y extender esta experiencia a otros hombres y mujeres de su
generación. De estas tertulias nace el primer círculo romántico, que pronto se
extiende a Inglaterra —más tarde también a otros países europeos y a América—,
en parte porque los románticos ingleses viajan a Alemania para conocer las
ideas que allí se están gestando y en parte porque las lecciones sobre
filosofía del arte de Schelling, un joven filósofo alemán romántico, profesor
universitario, llegan a Inglaterra a través de un alumno suyo que es periodista.
En Cuando lo infinito asoma desde el abismo. Estudios sobre el
Romanticismo en lengua alemana e inglesa, de la editorial
Taugenit, la escritora y filósofa Virginia Moratiel reconstruye el pensamiento y
ese entramado cultural que se dio entre los filósofos y los poetas románticos
de Alemania e Inglaterra a partir del final del siglo XVIII y en la transición
al XIX.
¿Qué es ser romántico?
Ser romántico es habitar el mundo desde la autenticidad, en consonancia
entre lo que se piensa, lo que se siente y lo que se dice, nos recuerda
Moratiel en las páginas de su libro. Ser romántico es tomar conciencia de las
propias limitaciones frente a la infinitud; es dar prioridad a la tolerancia
aceptando la diferencia con el otro; es construir el mundo desde el respeto a
uno mismo, pero haciendo que prevalezca el amor a los demás y a la naturaleza.
«Porque los ideales no se cumplieron y las críticas no fueron escuchadas, el
modo de ver y las propuestas del romanticismo vuelven una y otra vez,
especialmente cuando se produce una crisis —nos explica la filósofa—. De hecho,
el avance del capitalismo se realizó bajo el monopolio de una razón unilateral,
la de la ciencia aplicada, la de la técnica, una razón meramente utilitaria que
convierte el entorno entero en mercancía, y que procede cuantificando, es
decir, masificando y negando la diferencia constitutiva de los seres y las
cosas. La pandemia nos ha revelado los fallos de este sistema y, al obligarnos
a la reclusión, nos ha enfrentado a la falta de libertad y a la soledad, pero,
sobre todo, a la enajenación que producían en nosotros la competencia, el
consumismo, la búsqueda del éxito fácil, la adicción a las tecnologías y al
trabajo, en suma, a nuestro propio vacío interior».
«Igual que los románticos, en esta crisis hemos descubierto que el todo
universal que daba significado a nuestra vida se ha quebrado por habernos
confiado a la inteligencia y al materialismo —continúa Moratiel—. Nos
sentimos escindidos de la naturaleza y de los otros, nostálgicos y desvalidos,
sin saber qué hacer, como si fuésemos un fragmento desgajado de lo infinito,
una hoja al viento arrojada a un abismo, por eso, estamos deseosos de
trascender el aislamiento y el subjetivismo, en el que de hecho nos
encontrábamos ya antes de la pandemia. En semejante estado, un libro sobre el
romanticismo es absolutamente necesario, puede ayudarnos a reflexionar sobre lo
que nos trajo hasta aquí y a encontrar vías de salida para esta angustiante
situación, porque —como dice Hölderlin en su poema Patmos— ‘allí donde
está el peligro, también crece lo que salva’».
Así que razones para escribir un libro sobre el Romanticismo, dos siglos
después, hay. ¿Y cuál es la actualidad de este movimiento literario, artístico,
antropológico, si es que la tiene? «En los últimos cincuenta años, el
Romanticismo ha sido denostado por ignorancia —responde la autora—. Lógicamente
siempre hay excepciones. En España tienes a Argullol, incluso a Trías, pero son
casos aislados que luchan contra la tendencia a encasillar el movimiento y a
reducirlo a sus exponentes más vulgares. Si no, por qué la palabra ‘romántico’
se utiliza para referirse a un soñador, a un idealista que no tiene los pies en
la realidad, a un tipo que se deja ganar por el sentimentalismo. Sin embargo,
es un movimiento más profundo que todo eso, un movimiento filosófico que no
solo construyó una antropología, sino también una ontología, toda una
concepción sobre el mundo humano, incluido el entorno natural en el que
vivimos. Y, además, fue un movimiento extremadamente crítico, rupturista, y no
solo formalmente, sino que ahondó en temas considerados tabú hasta entonces,
como el mal, la locura, las drogas, el sexo, el sueño, la noche, la muerte, la magia, el
sentimiento y el deseo».
«La verdad es que, como contrapartida a la lógica científica dominante,
hay que admitir que la filosofía todavía vive inmersa en el Romanticismo, solo que los
filósofos han intentado atribuirse como propias las ideas románticas, mientras
criticaban su verdadero origen, para defender su originalidad. Esto viene
sucediendo desde Nietzsche, y es
aplicable, sobre todo, a Heidegger y a los posmodernos. Los
románticos buscan una síntesis de todos los factores tanto positivos como
negativos del ser humano, pero se niegan a admitir que dicha síntesis pueda
alcanzarse, es decir, que defienden al individuo con sus diferencias, a la vez
que lo reconocen como algo inestable, un punto de cruce único entre las infinitas
fuerzas del universo, un ser en permanente estado de fluencia. En cambio, en la
cultura underground la tendencia a retornar al Romanticismo es
explícita; así ocurre con los neorrománticos, los góticos y los darks, incluso
con el heavy metal (por ejemplo, una de las canciones más
famosas de Iron Maiden es la Rima del antiguo marinero, un poema de
Coleridge). Y algo parecido pasa con Edgar Alan Poe, cuyos poemas han sido
musicalizados, por ejemplo, por Alan Parsons Project (El cuervo) o por
Radio Futura (Annabel Lee). Por no hablar de la presencia de los
personajes de Woyzeck o de Frankenstein en el cine o incluso en el
cómic».
El origen del Romanticismo
Los acontecimientos políticos de la época enturbiaron el entusiasmo y la
esperanza de vivir en una sociedad libre e igualitaria. La literatura
plasmó este estado de ánimo. La poesía se volvió más dura y el Romanticismo
dejó salir su lado más oscuro y tenebroso. La imaginación, el mal, la locura,
el sueño, la noche, el sentimiento, la muerte, la magia… son los grandes temas
que hicieron del Romanticismo un movimiento rupturista y que permitieron crear
una religión estética en la que el amor, la mujer y la naturaleza fueron los
protagonistas. En Cuando lo infinito asoma desde el abismo, Virginia
Moratiel lo analiza y expone de forma original, amena y rigurosa, centrándose
en el Romanticismo inglés y alemán.
«Me he centrado en el romanticismo alemán e inglés porque el movimiento
nació ahí —nos explica la autora—. Los primeros círculos románticos
aparecieron a finales del siglo XVIII en Berlín y en Jena, es decir, en
Alemania, donde se encuentra también su origen filosófico, que es el idealismo.
Rápidamente sus ideas se trasladaron a Inglaterra, porque los románticos eran
viajeros; piénsese en Humboldt, Lord Byron o los Shelley, aparte de que los
contactos entre los intelectuales de estos dos países eran realmente muy
estrechos. Los ingleses hacían viajes a Alemania para empaparse de la nueva
cultura filosófica postrevolucionaria y, además, estudiaban allí, por ejemplo,
Coleridge, Wordsworth o Henry Crabb Robinson. Otra gran transmisora fue Madame
de Stäel con su libro Sobre Alemania».
«Para poder hablar del Romanticismo con un poco de seriedad, sin caer en
lugares comunes ni en errores, hay que conocer muy bien el idealismo alemán, en
particular, a Fichte, porque los románticos alemanes se consideraron
discípulos y continuadores de su filosofía absoluta, pero a la vez dialógica
(como es el caso de Hölderlin, Novalis, Schlegel o Schleiermacher)», explica
Virginia Moratiel. «También es necesario conocer a Schelling, porque fue el
filósofo del grupo romántico de Jena, sobre todo, en lo que se refiere al tema
de la naturaleza y del arte, además de que también él se creyó continuador de
Fichte. El desconocimiento de la filosofía hace, por ejemplo, que los
estudiosos ingleses asocien la teoría de la imaginación de Coleridge a Kant, cuando en
realidad el propio poeta reconoció que se basa en El sistema del
idealismo trascendental de Schelling, donde aflora ya su sistema de la
identidad. Y, cuando aciertan en la referencia a Schelling, la centran en
el Tratado sobre la esencia de la libertad humana de 1809, a
pesar de que Wordsworth y Coleridge fueron a estudiar a Alemania once años
antes de su aparición, simplemente porque es la obra más conocida de Schelling
debido a los estudios que realizó Heidegger. Esta falta de formación filosófica
hace que se digan muchas falsedades sobre los románticos, a veces, porque no se
sabe en qué se fundamentan sus ideas. Yo escribí este texto no solo porque
llevo más de cuarenta años estudiando el Romanticismo, sino porque soy
especialista en Fichte y Schelling, he escrito varios libros, además de ser su
traductora. Era mi obligación solventar esas lagunas y creo que esa es una de
las peculiaridades de esta obra».
Sin embargo, según continúa explicando Moratiel, no se puede pensar esta
transmisión de una manera unilateral. «El Romanticismo no habría existido
sin la literatura inglesa, sin un Shakespeare, que fascinó a los jóvenes
del Sturm und Drang con su tragedia de grandes pasiones;
tampoco sin los falsos poemas celtas de Ossian, que Macpherson escribió
probablemente con el fin de realizar una defensa de las culturas locales,
incluso de su derecho a la independencia, y que tuvieron un éxito abrumador en
Alemania, por ejemplo, entre Herder y Goethe; tampoco sin la explicación del
origen del mal que da John Milton en El paraíso perdido, y mucho menos sin
la recepción que de Milton hizo ese genio visionario y medio loco que es
William Blake. Por otra parte, una vez que los artistas se identificaron con
esos principios estéticos, el romanticismo oscuro tuvo una verdadera eclosión en
las islas británicas con la novela de fantasmas, vampiros y monstruos, para
finalmente extenderse a Norteamérica con Edgar Alan Poe y sus cuentos de
terror».
¿Por qué acercarse a este libro?
Este libro puede ofrecer respuestas para aquellos que enfrentan una crisis vital de gran calado, cuando todo se derrumba y se descubre la fragilidad y vulnerabilidad tanto individual como colectiva. «A pesar de ser un ensayo riguroso, mi objetivo al escribirlo ha sido netamente romántico, he pretendido sensibilizar las ideas para hacerlas más accesibles, más vívidas, más cercanas. Por poner un ejemplo, al comienzo del libro yo podría haber delimitado el movimiento romántico con dos fechas, por muy imprecisas que fueran, pero he preferido hacerlo con dos imágenes, dos efigies de la locura: la de Hölderlin encerrado en su torre junto al río Neckar y la de Poe, sumido en alucinaciones, embarcando hacia su último destino y dejando olvidadas las maletas en el puerto, dos formas de locura que, a su vez, permiten distinguir el primer romanticismo del romanticismo oscuro».
(Filosofía & Co. / 28-4-2021)
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