EPÍLOGO / EL MITO Y LA SOCIEDAD
3 / EL HÉROE DE HOY (3)
Con esto llegamos a la sugestión final
de lo que debe ser la orientación específica de la tarea del héroe moderno, y a
descubrir la causa real de la desintegración de todas nuestras fórmulas
religiosas heredadas. El centro de gravedad, o sea, del reino del misterio o
del peligro, ha sido eliminado definitivamente. Para los pueblos cazadores
primitivos de los más remotos milenios humanos, cuando el tigre de colmillos de
sable, el mamut y el reino de las presencias animales menores eran las
manifestaciones primarias de lo que era ajeno -al mismo tiempo la fuente del
peligro y del sustento-, el gran problema humano era establecer una liga
psicológica con el hecho de compartir la selva con estos seres. Una identificación
inconsciente tomó lugar y esto finalmente tomó conciencia en las figuras mitad
humanas mitad animales de los antecesores totémicos mitológicos. Los animales
se convirtieron en los tutores de la humanidad. Por medio de actos de imitación
literal -como vemos ahora en los juegos de los niños (o en el manicomio)- se
llegó a una aniquilación efectiva del ego humano y la sociedad alcanzó una organización
cohesiva. En forma similar, las tribus que se sostenían con alimentos
vegetales, se reunieron alrededor de la planta; y los rituales de la siembre y
la cosecha se identificaron con los de la procreación humana, el nacimiento y
el progreso hacia la edad adulta. Sin embargo, tanto la planta como el mundo
animal fueron sometidos al control social. De allí que el gran campo del
milagro instructivo se moviera hacia los cielos y la especie humana pusiera en
vigor la gran pantomima del sagrado rey luna, del sagrado rey sol, y del estado
hierático y planetario, y también los festivales simbólicos de las esferas que
regulan el mundo.
Hoy todos estos misterios han perdido
su fuerza; sus símbolos ya no interesan a nuestra psique. La noción de una ley
cósmica, que sirve a toda existencia y ante la cual debe inclinarse el hombre
mismo, hace mucho que pasó a través de las etapas místicas preliminares
representadas en la astrología antigua y ahora es algo que se da por sabido en términos
meramente mecánicos. El descenso de los cielos a la tierra de las ciencias
occidentales (desde la astronomía del siglo XVII a la biología del siglo XIX) y
sui concentración actual, por fin, en el hombre mismo (en el antropología y la
psicología del siglo XX), marcan el camino de una maravillosa transferencia del
punto de enfoque del asombro humano. Ni el mundo animal, ni el mundo de las
plantas, ni el milagro de las esferas, sino el hombre mismo, es ahora el
misterio crucial. El hombre es la presencia extraña con quien las fuerzas del
egoísmo deben reconciliarse, a través de quien el ego debe crucificarse y
resucitar y en cuya imagen ha de reformarse la sociedad. El hombre, entendido no
como “yo”, sino como “tú”: pues ninguno de los ideales o instituciones
temporales de ninguna tribu, raza, continente, clase social o siglo puede ser
la medida de la divina existencia inagotable y maravillosamente multifacética
que es la vida de todos nosotros.
El héroe moderno, el individuo moderno que se atreva a escuchar la llamada y a buscar la mansión de esa presencia con quien ha de reconciliarse todo nuestro destino, no puede y no debe esperar a que su comunidad renuncie a su lastre de orgullo, de temores, de avaricia racionalizada y de malentendidos santificados. “Vive -dice Nietzsche- como si el día hubiera llegado.” No es la sociedad la que habrá de guiar y salvar al héroe creador, sino todo lo contrario. Y así cada uno de nosotros comparte la prueba suprema -lleva la cruz del redentor-; no en los brillantes momentos de las grandes victorias de su tribu, sino en los silencios de su desesperación personal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario