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Me desperté con una de
mis peores resacas. Normalmente duermo hasta el mediodía. Pero ese día no pude.
Me vestí, fui hasta el baño de la casa principal y me lavé. Salí, subí por el
callejón y bajé hasta la calle por la escalinata de la colina.
El domingo era el día más
jodido de todos.
Caminé frente a los bares
de la Calle Mayor. Las putas se sentaban cerca de las puertas de entrada con
las faldas bien altas, y balanceaban sus grandes tacones.
-Vení conmigo, mi amor.
Calle Mayor, 5.ª Este,
Bunker Hill. Cagaderos de América.
No tenía dónde ir y me
metí en un salón de juegos. Los recorrí todos, pero no me atrajo ninguno.
Entonces vi a un marine agarrado a la máquina del millón, tratando de guiar la
bola con todo el cuerpo. Me acerqué y le agarré el pescuezo y el cinturón.
-Becker, ¡te exijo que me
des la revancha!
Lo solté y se dio vuelta.
-No, no vale la pena.
-Apuesto tres contra dos.
-Las pelotas -dijo.
-Mejor te invito con un trago.
Salimos del calón de
juego y bajamos por la Calle Mayor. Una puta de clase “B” aulló desde adentro
de un bar:
-¿No querés entrar,
marine?
Becker se quedó
mirándola.
-Voy a entrar -dijo.
-No vayas. Son cucarachas
humanas.
-Es que acabo de cobrar.
-Estas minas toman té y
le agregan agua a tu bebida. Las copas cuestan el doble y al final la mina
desaparece.
-Voy a entrar.
Lo seguí. Él se
consideraba uno de los mejores escritores inéditos de América, vestido para
matar y morir. Becker se puso a hablar con una de las putas, que se subió un
poco más la falda, balanceó los grandes tacones y largó una carcajada. Después
entraron en un reservado que había en un rincón. El mozo fue a tomarles el
pedido y la otra muchacha que estaba acodada en la barra me miró:
-¿No querés jugar
conmigo, corazón?
-Sí, pero siempre que se
juegue a mi manera.
-¿Tenés miedo o sos
marica?
-Las dos cosas -le
contesté mientras me sentaba en la punta de la barra.
Había un tipo sentado
entre nosotros con la cabeza apoyada en el mostrador. Le habían robado la
billetera. Cuando se despertara y empezase a quejarse, el mozo lo iba a sacar a
patadas o a llamar a la policía.
Después de atender el pedido
de Becker y su puta de clase “B” el mozo volvió a la barra y se me acercó.
-¿Sí?
-Nada.
-¿Ah sí? ¿Y qué carajo
estás buscando?
-Estoy esperando a un
amigo -señalé con la cabeza el cuartucho del rincón.
-Pero si estás sentado
aquí tenés que tomar algo.
-Bueno. Traeme agua.
El mozo volvió enseguida
con un vaso de agua.
-Son dos centavos.
Le pagué.
La puta de la barra le
comentó al mozo:
-O es marica o está asustado.
El mozo no dijo nada.
Entonces se oyó la voz de Becker y fue a levantar el pedido.
La muchacha me miró.
-¿Por qué no llevás
puesto el uniforme?
-No me gusta vestirme como
los otros.
-¿Esa es la única razón?
-Las otras razones no te
importan.
-Andá a cagar -me contestó.
Al tato volvió el mozo.
-Tenés que tomar otra copa.
-Okey -le dije dándole otros dos centavos.
Después que salimos, Becker y yo empezamos a bajar por
la Calle Mayor.
-¿Cómo te fue? -le pregunté.
-Entre el precio que
cuesta ocupar el reservado y las bebidas, terminé pagando 32 dólares.
-Cristo, yo podría emborracharme durante dos semanas
con esa plata.
-Ella me agarró la pija por abajo de la mesa y empezó
a acariciármela.
-¿Y qué te decía?
-Nada. Me pajeaba, no más.
-Yo preferiría sobarme
solito la pija y guardarme los treinta y dos dólares.
-Pero es que ella era tan hermosa.
-Carajo. Siento que estoy caminando con un perfecto
idiota.
-Pero algún día voy a escribir sobre todo esto. Y me
vas a ver en las estanterías de las bibliotecas: BECKER. Las putas clase “B”
son débiles y precisan ayuda.
-Hablás demasiado de escribir -le dije.
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