PLANTEO DEL ASUNTO (10)
El apóstrofe (1)
El apóstrofe es otro de los recursos preferidos del tango. Al recurrir al tú, al dirigirse a otro, el apóstrofe consigue un efecto dramático que ya distinguimos del de aquellos casos en que uno de los actores de una situación dramática dice su parte. En el apóstrofe estamos fuera del diálogo. Se dice a alguien algo que no es respuesta, que no espera contestación y que, sin embargo, está dirigido expresamente, con un requerimiento y una intensidad especiales a ese interlocutor que puede ser o no humano o animado o singular; es un objeto, un barrio, un animal, aunque más a menudo otra persona: la madre, la mujer, el rival, el amigo. Puede acercarse al retrato e incluso confundirse con él, especialmente en aquellos casos en que para enrostrar al sujeto sus fallas o defectos, los enumera, modelando así su figura.
Los tonos y las actitudes
del apóstrofe son diversos y dan lugar a formas literarias también diversas.
Son varias las que usa el tango; sólo veremos por separado las más transitadas.
a) La acusación, el
reproche. En este terreno se dan letras serias, doloridas,
angustiadas. Alcanzaría con citar Tormenta, de Enrique Santos Discépolo,
letra absolutamente inusitada en una canción popular, cercana a algún Salmo por
su tono patético, su sentimiento de desamparo, por su rebelión ante lo
incomprensible de los designios divinos, ante la falta de normas y de justicia:
Aullando
entre relámpagos
perdido
en las tinieblas
de
mi noche interminable,
Dios,
busco
tu nombre.
No
quiero que tu rayo
me
enceguezca en su fulgor
porque
preciso luz
para
seguir.
Lo
que aprendí de tu mano
no
me da para vivir;
yo
siento
que
mi fe se tambalea,
que
la gente mala vive,
Dios,
mejor
que yo.
Si
la vida es el infierno
y
el honrao vive entre lágrimas
cuál
es el bien
del
que vive en nombre tuyo
limpio,
puro, para qué.
Si
la infamia da el sendero
y
el amor mata en tu nombre,
Dios,
lo
que has besao,
si
el seguirte es dar ventajas
y
el amarte, sucumbir
al
mal.
En terreno más
simplemente humano, la protesta más asidua es la del amor despechado, la del
enamorado atado todavía a quien lo desdeña o a quien lo desprecia. En Secreto:
Quién
sos,
que
no puedo salvarme,
muñeca
maldita,
castigo
de Dios.
Se echa en cara su
abandono a la mujer por quien se hizo cualquier cosa, como en Llegué a
ladrón por amarte, en Te odio; se reprocha la traición del tango que
dejó el suburbio, en Reproche; la del amigo infiel, en Yo no sé
llorar:
Habiendo
por ahí
tantas
mujeres, vos venís
a
arrebatarme
la
que Dios me dio
para
que alegre mi vivir
amargo
y triste,
habiendo
por ahí
tantas
que buscan un amor
sincero
y fiel
pusiste
tus ojos
en
la que vos nunca
debiste tus ojos poner.
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