viernes

FRANCISCO "PACO" ESPÍNOLA - DON JUAN, EL ZORRO (135)

 La muerte de los Sargentos y de la Mulita (4)

 

Acá y allá, como de debajo de la tierra, rascaba el silencio algún plácido ronquido.

 

-¡Si no lo hago así, vos ves! -confió el Sargento al Cabo que lo escoltaba-. Con este repelente, es imposible. Pesca una cosa y al rato, mirá, lo saben hasta en la otra Banda.

 

Entonces el Cabo Pato no pudo aguantar más aquella su curiosidad que, como en bandeja, le iba llevando atrás a su superior.

 

-¿Pero pasa algo, mi Sargento?

 

A la manera de latigazo este giró la cabeza sin detenerse, relampagueando los ojos.

 

-¡Pero che, mirá qué lindo! ¿Ahora te vas a poner igual que el Voluntario?

 

Y casi se bolea en la oscuridad al pisar como unos cañutos.

 

-¡Guarde, no pise caray! ¡O está ciego! -protestó alguien desde abajo.

 

El Veterano Avestruz, arrastrándose hecho un ascua para salir de su “bendito”, y luego levantándose de un salto, se quedó frío al reconocer el objeto de su bufido.

 

-¡Hablá despacito, caray, y agachate! ¿Pero por qué no te arrollás un poco al acostarte? ¿O te creés que, porque son tus patas, uno tiene la obligación de verlas a lo oscuro? Decí ¿dónde hace noche el Trompa Tamanduá?

 

-Es allí, ¿ve?, al lado del talita. De los ronquidos más profundos, un poco más acá.

 

-Bueno, mirá, estoy barruntando que…

 

Pero la idea del Sargento Segundo se quedó sin la otra mitad de su frase. De golpe su pensador se había echado al suelo, haciendo con enérgica seña que lo imitaran el Cabo Pato y el Soldado Avestruz, quien se le encimó a su compañero casi por completo porque tenía plantados al ladito los cascos de un viejo tordillo acabado de surgir entre las sombras.

 

-¡No se muevan! -recomendó, la cara sobre el pasto, el Superior-. Yo voy a recular un momento…

 

Pero el Soldado Avestruz se movió, lo mismo. Es que siguió viaje sobre el Cabo, por las dudas, hasta dejarlo bien interpuesto entre él y el mancarrón.

 

En retroceso, el Cuervo se arrastraba ya hacia al ranchejo del recién despertado: luego se puso en cuclillas atrás de él, sacó con sigilo la cabeza, observó la distante mancha blancuzca de la carpa del Sargento Cimarrón… Al momento volvió casi a echarse en el suelo. Y susurró a ras de tierra:

 

-Avestruz… acercatemé…

 

A lo pescado se le vino el viejo Avestruz entre la grama.

 

-Agarrá tus armas. Pero no la carabina. Y no hagás bulla y mantenete en el suelo y ojo con la luna.

 

En efecto: el vasto mundo estaba ahora de un blanco denunciador porque ella, la luna, recién reaparecida en su marcha a todo lo que daba para la Argentina, iba rozando a uno y otro lado del callejón de nuevas nubes de más carbón que cenizas. Aunque era fatal que en cualquier momento se produjera de lleno el encontrón, ahora, en verdad, aquello no parecía día.

 

No pudo más la desesperada curiosidad del Cabo Pato que viboreando se acercaba clarito y que, cuando la distancia permitió que un susurro pudiera llegar a ser inteligible, cuchicheó:

 

-¿Qué hay mi Sargento?

 

Le respondió otro soplo:

 

-¡Lo que a usté no le importa!

 

Y el Cuervo siguió vichando tras el “bendito”, con el Pato ahora como bosta en el suelo, mientras el Avestruz se arrastraba en procura de su sable y de su daga de doble filo, y que se iba diciendo:

 

-¡Qué lo pangarió! ¡Qué misterio más bárbaro! Se ve clarito que vamos a peliar; ¿pero con quién puta?

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