Los parientes mejicanos del LSD (3)
La seta sagrada teonanacatl (3)
El conocimiento de la existencia de las “setas agradas” amenazó con
perderse definitivamente cuando en 1915 un prestigioso botánico americano, el
doctor W. E. Safford, en una conferencia ante la Sociedad Botánica de Washington
y en una publicación científica planteó la tesis de que jamás había existido
algo así como hongos mágicos; los cronistas españoles habrían confundido el
cactus de la mescalina con una seta. De todos modos, esta afirmación, aunque
falsa, de Safford dirigió la atención del mundo de la ciencia hacia el enigma
de las setas misteriosas.
Fue el médico mejicano Dr. Blas Pablo Reko quien se opuso el primero
públicamente a la afirmación de Safford. Había encontrado indicios de que en
lejanas zonas de las montañas del sur mejicano se seguirían empleando hoy día
setas en ceremonias médico-religiosas. Pero sólo en los años 1936-1938 el
antropólogo Robert J. Weitlaner y el doctor Richard E. Schultes, un botánico de
la Universidad de Harvard, hallaron verdaderamente tales setas en aquella
región, y en 1938 un grupo de jóvenes antropólogos norteamericanos dirigidos por
Jean B. Johnson pudo asistir por primera vez a una secreta ceremonia nocturna
con setas. Sucedió en Huantla de Jiménez, el pueblo principal del país de los
mazatecas, en la provincia de Oaxaca. Pero los científicos fueron sólo
espectadores; todavía no pudieron probarlas. Johnson publicó la experiencia en
una revista sueca (“Ethnological Studies”, 9, 1939).
Luego hubo otro intervalo en el estudio de los hongos mágicos. Estalló la
Segunda Guerra Mundial. Schultes, por encargo del gobierno americano, tuvo que
dedicarse a la obtención de caucho en la zona del Amazonas, y Johnson cayó como
soldado en el desembarco de los aliados en el norte de África. Después fueron aficionados
a la investigación, el ya citado matrimonio Dra. Valentina Pavlovna y R.
Wasson, los que retomaron el problema desde la perspectiva etnográfica. R. G.
Wasson era banquero, vicepresidente de la Banca Morgan Co. En Nueva York. Su esposa,
muerta en 1958, era pediatra. Los Wasson prosiguieron el estudio en 1953, en el
punto en que quince años antes J. B. Johnson y otros habían comprobado la
supervivencia del antiguo culto indígena de las setas, es decir, en la
localidad mazateca de Huautla de Jiménez. Les proporcionó allí informaciones
especialmente valiosas una misionera norteamericana que trabajaba allí desde
hacía muchos años. Eunice Victoria Pike, miembro de los Wycliffe Bible Translators,
(*) gracias a su conocimiento del idioma indígena y su asistencia espiritual a
la población, conocía más que nadie la significación de las setas mágicas.
Durante varias estancias prolongadas en Huautla y alrededores los Wasson
pudieron estudiar en detalle el empleo actual de las setas y compararlo con las
descripciones de las antiguas crónicas. Resultó que la creencia en las “setas
mágicas” está aun muy difundida en aquella zona. Pero ante los extranjeros, los
indios lo mantenían en secreto. Requirió, pues, mucho tacto y habilidad ganarse
la confianza de la población indígena y llegar a conocer esta esfera íntima.
En la forma actual del
culto de la seta las viejas creencias y tradiciones religiosas se mezclan con
ideas y terminología cristianas. Así se habla con frecuencia de las setas como
de la sangre de Cristo, pues crecerían sólo donde hubiera caído una gota de
sangre de Cristo en la tierra. Según otra concepción estos hongos brotan donde
una gota de la saliva de la boca de Cristo haya humedecido el suelo, y por eso
es el propio Cristo quien habla a través de los hongos.
La ceremonia se
desarrolla en forma de una consulta. El que busca un consejo, o un enfermero, o
su familia, consultan, pagando por ello, a un “sabio” o a una “sabia”, también
llamado “curandero” o “curandera” (N. del T.: en castellano en el
original). El sentido de “curandero” es el de un sacerdote que cura, pues su
función es tanto la de un médico cuanto la de un sacerdote; ambos son muy
difíciles de encontrar en esas lejanas regiones. En la lengua mazateca parece
faltar una palabra que corresponda exactamente a la de “curandero”. Se lo llama
co-ta-ci-ne, “el que sabe”. Es quien come la seta en el marco de una
ceremonia siempre nocturna. A las demás personas presentes también se les da
setas, pero al curandero siempre le corresponde una ración mucho mayor. La acción
tiene lugar entre oraciones y conjuros. Antes de consumirlas, las setas se ahúman
brevemente sobre una pila en la que se quema copal (una resina parecida al
incienso). En la oscuridad total, a veces a la luz de una vela, los demás
asistentes yacen tranquilos en sus esteras de paja. El curandero reza y canta
en cuclillas o sentado delante de una suerte de altar, en el que se encuentra
un crucifijo o una estampa de santo y otros objetos de culto. Bajo la
influencia de las setas sagradas ingresa en un estado visionario, del que
participan, en mayor o menor medida, los asistentes pasivos. En el canto monótono
del curandero el hongo teonanacatl da sus respuestas a las preguntas
formuladas. Dice si la persona enferma morirá o sanará, y qué hierbas la
curarán; descubre quién ha matado a cierto hombre o quién ha robado un caballo;
o da a conocer cómo está el pariente que se encuentra lejos, etc.
La ceremonia de las setas no sólo cumple la función de una consulta; para los indios tiene también, en muchos sentidos, un significado parecido al de la Última Cena para los cristianos creyentes. De muchas observaciones de los indígenas se podía inferir que Dios les ha regalado la seta sagrada porque son pobres y carecen de médicos y medicamentos, y también porque no saben leer; sobre todo, porque no pueden leer la Biblia, por lo cual Dios les habla directamente a través de la seta. La misionera Eunice V. Pike señaló precisamente las dificultades para explicar el mensaje cristiano, las Escrituras, a un pueblo que cree poseer medios -las setas sagradas- que le revelan la voluntad divina de modo inmediato, patente, es más: le permiten -así cree- mirar adentro del cielo y entrar en contacto directo con Dios.
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