por Andrew Campbell, Departamento de Italiano de la UCL
Ser maquiavélico es ser un seguidor de los principios de Maquiavelo, o
bien "astuto y engañoso", dice el diccionario de la Real Academia de
la Lengua.
Esta definición a menudo se reduce a la máxima "el fin justifica
los medios" y los periodistas disfrutan de aplicar este epíteto a los
políticos.
Pero, si examinamos la obra y fuentes de Maquiavelo, ¿revelarán que
también se le puede aplicar a él?
Maquiavelo escribió "El príncipe" en 1513
mientras estaba exiliado de Florencia.
Había servido al gobierno florentino en varias posiciones desde 1498,
llegando a ser secretario del segundo canciller, lo que implicó numerosas
misiones diplomáticas.
En el curso de estos viajes al extranjero, Maquiavelo se encontró con
muchos de los personajes que figurarían prominentemente en "El
príncipe", como César Borgia, el hijo del papa Alejandro VI.
La carrera política de Maquiavelo se produjo después de que los Medici
fueron expulsados de Florencia en 1494.
El gobierno de reemplazo inicial, la "teocracia" del fraile
dominico Girolamo Savonarola, terminó con la ejecución de Savonarola en 1498,
antes de que Piero Soderini fuera elegido gonfaloniere (líder)
de por vida en 1502.
Pero en 1512 los Medici, apoyados por las tropas españolas, derrocaron a
Soderini y recuperaron Florencia, y poco después Maquiavelo fue acusado
de conspiración, torturado y encarcelado, antes de ser exiliado en la
primavera de 1513 a su granja en Sant'Andrea en Percussina, en las afueras de
la ciudad.
El 10 de diciembre de 1513, Maquiavelo describió su nueva rutina en una
carta a Francesco Vettori.
Después de la cena, escribió, le gustaba retirarse a su estudio y "conversar"
con antiguos filósofos y pensadores antes de tomar notas de sus
conversaciones.
Esos debates, y sus experiencias como segundo canciller, fueron la base
de "El príncipe", como reconoció Maquiavelo en la dedicatoria de la
obra.
Maquiavelo afirma ahí que el regalo más valioso que le podía ofrecer a
Lorenzo di Piero de Medici, el nieto de Lorenzo el Magnífico (1449-1492), el
famoso gobernante de facto de Florencia, era su "comprensión de
las obras de los grandes hombres".
Una comprensión que, según el autor de "El príncipe", había
ganado a través de "un largo conocimiento de los asuntos contemporáneos y
un estudio continuo del mundo antiguo".
La "verdadera realidad"
Fue esta mezcla de experiencia personal y estudio lo que informó
el 'corazón oscuro' de "El príncipe", es decir, los
capítulos 15 al 19, en los que Maquiavelo delineó las virtudes que necesitaba
un "nuevo príncipe".
La distinción era crucial, pues la única preocupación del nuevo príncipe
era "mantener su estado", tanto en el sentido personal como en el
político, por lo que Maquiavelo adaptó sus consejos en consecuencia.
Como lo dejó claro al comienzo del capítulo 15, no le dedicó mucho
tiempo para las repúblicas o las utopías idealizadas: "dado que mi
intención es decir algo que resulte de utilidad práctica para el investigador,
he considerado apropiado representar las cosas como son de
verdad en la realidad, en lugar de como son imaginadas".
Y el deseo de Maquiavelo de reflejar la "verdadera realidad",
tal como la entendió, lo llevó a alterar o ignorar aspectos de la plantilla
ética clásica y cristiana que había dominado durante siglos la teoría política
medieval y renacentista.
Moral vs. conveniencia
La principal fuente de Maquiavelo para los capítulos sobre virtudes
principescas fue "Sobre los deberes" o "De oficios" (De
officiis), de Cicerón, la obra más popular de la prosa latina clásica en el
Renacimiento.
Una de las obras finales de Cicerón fue una discusión sobre los
principios básicos del deber moral y las reglas prácticas para la conducta
personal, dividida en tres libros, y el tercero de ellos examinó el
conflicto entre la rectitud moral y la conveniencia.
Los enfoques de Cicerón y Maquiavelo a este tema divergieron
marcadamente.
Para Cicerón, no había conflicto: "Nunca es conveniente hacer el
mal, porque el mal siempre es inmoral; y siempre es conveniente ser bueno,
porque la bondad siempre es moral".
En el capítulo 15 de "El príncipe", sin embargo, Maquiavelo
reveló una visión menos monocromática sobre el asunto: "Si un príncipe
quiere mantener su dominio, debe estar preparado para no ser virtuoso,
y hacerlo o no de acuerdo con la necesidad".
Mientras que ciertos vicios podrían traerle al príncipe "seguridad
y prosperidad", ciertas virtudes podían conducir a su caída, advirtió el
florentino.
Fuerza y astucia
Cuando se trataba de engaño, Cicerón era igualmente claro: la verdadera
gloria no provenía de pretextos o engaños, ni siquiera en tiempos de guerra,
cuando a menudo se presentaba un curso de acción deshonroso pero conveniente.
Cicerón describió la fuerza y el fraude como pertenecientes al poderoso
león y al astuto zorro respectivamente, siendo ambos "totalmente
indignos del hombre".
Maquiavelo utilizó la misma analogía del zorro-león en el capítulo 18 de
"El príncipe", aunque de una manera marcadamente diferente.
El nuevo príncipe necesitaba saber cómo comportarse tanto como el zorro
como el león, porque la fuerza sin astucia lo llevaría a la ruina: "Un
gobernante prudente no puede, y no debe, cumplir su palabra cuando lo pone en
desventaja", advirtió.
Su razonamiento era cínico pero perspicuo: "Si todos los hombres
fueran buenos, este precepto no sería bueno; pero como los hombres son
criaturas miserables que no cumplirán su palabra por ti, no necesitas cumplir
tu palabra".
Una doble negativa, en opinión de Maquiavelo, de vez en cuando daba
positivo.
Maquiavelo tomó una postura similar cuando se trataba de crueldad.
Para Cicerón, ninguna crueldad podría ser conveniente, porque "la
crueldad es más aborrecible para la naturaleza humana".
Maquiavelo examinó el tema en el capítulo 8, dando cuenta de las
carreras de dos líderes crueles pero efectivos: Agathocles (361-289 a.C.), el
tirano griego de Siracusa y rey de Sicilia; y Oliverotto de Fermo (circa
1475-1502), un mercenario que asesinó a su tío para tomar el control de su
ciudad natal Fermo.
Después de relatar sus acciones, Maquiavelo concluyó: "Podemos
decir que la crueldad se usa bien (si es permisible hablar así
de lo que es malo) cuando se emplea de una vez por todas, y la
seguridad depende de ello". En otras palabras, puede ser malo, pero el
nuevo príncipe debe usarla para mantener su estado.
Maquiavelo siguió el ejemplo de la naturaleza humana, sólo que no de la
misma manera que Cicerón.
Aunque el florentino no estaba en desacuerdo con Cicerón en todos los
puntos.
Cicerón hizo hincapié en la importancia del mecenazgo pero desaconsejó
dar regalos de dinero, porque el donante pronto agotaría sus recursos y tendría
que tomar la propiedad de otros para financiar una mayor generosidad.
En el capítulo 16, Maquiavelo recomendó un enfoque similar, afirmando
que era mejor tener fama de parsimonioso que de generoso,
porque con el tiempo los súbditos de un príncipe se darían cuenta de que él es
capaz de vivir dentro de sus posibilidades, lo cual es una forma de generosidad
hacia ellos.
Evitar el odio
Por lo demás, Maquiavelo nunca alentó el comportamiento inmoral por sí
mismo.
Además, para él había un límite último que no podían rebasar los
nuevos príncipes cuando debían comportarse inmoralmente: no debían
incurrir en el odio de sus súbditos.
"Evitar el odio era el límite de cualquier conducta desviada, un punto
que Maquiavelo enfatizó en varias ocasiones en "El príncipe":
es mejor ser temido que amado, pero evitar el odio es preferible a cualquiera de los dos (capítulo 17);
mientras que la fortaleza más efectiva no es odiada por tus súbditos (capítulo 20).
Como dejó en claro Maquiavelo, su consejo reflejó las circunstancias de
sus lectores previstos.
Desafortunadamente, al menos para la reputación de Maquiavelo, esas
circunstancias cambiaron entre 1513, cuando escribió "El
príncipe", y 1532, cuando se publicó. (Solo una de las obras de
Maquiavelo, "Del arte de la guerra" fue publicada durante su vida, en
1521).
En los 19 años transcurridos, la Reforma se extendió por Europa, por lo
que las palabras bonitas que Maquiavelo le dedicó a la religión en el texto
-ser religioso era una de las cualidades que el príncipe debía aparentar tener-
adquirieron un significado que no pudo haber imaginado.
De hecho, algunas de las primeras y más violentas reacciones a "El
Príncipe" -como la del Cardenal Reginald Pole (el último arzobispo
católico de Canterbury), que afirmó en 1539 que estaba "escrito por
el dedo de Satanás", o la del abogado francés Innocent Gentillet
"Contra Maquiavelo"de 1576- fueron desencadenadas por eventos
religiosos: la Reforma anglicana y la Matanza de San Bartolomé, en 1572 .
La crítica de Gentillet a "El Príncipe" fue posiblemente la
responsable de la difusión popular de "maquiavélico" en su
sentido moderno y negativo.
Y a fines del siglo XVI, Maquiavelo se había convertido en una figura
retórica, el maquinador del drama isabelino y jacobeo, más que una figura de autoridad.
Sin embargo, muchos de los detractores de Maquiavelo no
leyeron "El príncipe" ni trataron de "conversar"
con él de la manera que Maquiavelo había hecho con los antiguos.
Como muestran los breves extractos anteriores, Maquiavelo no merecía tal
demonización.
El único fin que justificaba "astucia, intriga y duplicidad",
en opinión de Maquiavelo, era el mantenimiento del estado de un nuevo príncipe.
Si toleraba la "conveniencia en preferencia a la moralidad",
era solo porque los hombres eran "criaturas miserables" que
se comportaban despreciablemente.
El espejo del nuevo príncipe de Maquiavelo reflejaba las imperfecciones de sus súbditos y tiempos, tanto como las cualidades positivas del gobernante.
(BBC / History Magazine 11-3-2018)
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