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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (51) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

QUINCUAGESIMOTERCERA ENTREGA         

 

PRIMERA PARTE

 

UN IMPERATIVO ESTÉTICO Y MORAL: LA CREACIÓN DE LA NOVELA URBANA

 

CAPÍTULO SEGUNDO

 

HISTORIA Y FICCIÓN

 

VI. LA DUPLICIDAD DE LA PALABRA MÍTICA (6)

 

Sin embargo, los textos posteriores a El astillero -Juntacadávertes, La novia robada, La muerte y la niña y Dejemos hablar al viento- reactualizarán, en forma más o menos vigorosa, ciertos temas míticos. Lo que sitúa a Juan Carlos Onetti en un terreno diferente al de Roland Barthes quien, en Mytthologies, en su calidad de mitólogo, rechaza el status de mero consumidor pasivo, para sacar a luz más eficazmente las trampas ideológicas del mito. Porque la lucidez de Juan Carlos Onetti -reveladora de la negatividad de esas ideologías naturalizadas y propuestas como modelo único- no se mostrará en modo alguno excluyente del ambiguo placer proporcionado por la contemplación y aproximación lúdica del objeto mítico. ¿Cómo podría desviarse totalmente la producción onettiana, tironeada entre exigencias contradictorias -como lo demuestra la complacida utilización del oxímoron, que signa ostensiblemente El astillero- de las representaciones míticas masivas, compactas y plenas? ¿O no es una larga y fantástica búsqueda de la homogeneidad lo que caracterizará, en definitiva, a todos sus personajes? Por otra parte, ¿cómo podría un escritor -que es esencialmente un creador de símbolos (128)- prescindir de los mitos?

 

No es entonces extraño que, después de El astillero, Juan Carlos Onetti haya vuelto a sondear -especialmente en Juntacadáveres- la figura del Padre, asociado esta vez a otra faceta, inesperada, del mito: la utopía fourierista (128 bis). A pesar de ocupar un lugar relativamente reducido de la novela (el capítulo XVI, esencialmente), el insólito episodio del Falansterio reviste una importancia decisiva. (Señalemos de paso que también se hallan alusiones al Falansterio en otros textos onettianos, como La novia robada o Dejemos hablar al viento.) La utopía fourierista permitirá, en efecto, precisar las relaciones entre la Historia y la comunidad de Santa María, y sobre todo confirmará la desnuda soledad con que los principales personajes de Juan Carlos Onetti enfrentan su destino. Aquí, como en El astillero, todo proyecto se degenera inevitablemente: el Progreso y la Felicidad no son más que palabras huecas utilizadas para enmascarar el inmovilismo social.

 

Por otra parte, la empresa llevada a cabo por Marcos Bergner, padre espiritual del Falansterio “sanmariano”, resulta de entrada sorprendente. Su objetivo es oponer al metódico empuje de lo que de pronto se convertirá en la colonia suiza las fuerzas de Santa María, la abigarrada:

 

La Colonia de suizos empezaba recién a organizarse. Cada seis meses llegaban familias con baúles de hojalata, vestimentas raras y endurecidas, Biblias y voluntades. Pero no había Colonia todavía. Más o menos por aquí aparece el retrato (de Marcos Bergner) (129).

 

Dicha empresa podría entonces aparecer a primera vista como una manifestación de un espíritu cívico loable y excepcional, como una verdadera “patriada” (130) destinada a reafirmar y reforzar las bases de la comunidad y la cohesión nacional. Pero el lijado inicial aplicado en El astillero, en 1961, permanecerá a la orden del día, en 1964, en Juntacadáveres. El discurso irónico reaparece y la confrontación de las diferentes versiones relativas a la instauración del Falansterio crea efectos cómicos, conduciéndose así al lector a considerar prudencialmente las maniobras de Marcos Bergner. Aunque en algún aspecto, la actitud de este hijo de la burguesía “sanmariana” no deja de resultar extremadamente original: ¿acaso no es insólito en pleno siglo XX, tomar como modelo una utopía de las primeras décadas del siglo pasado? Este deliberado anacronismo se constituye de inmediato, dentro del particular contexto de las ficciones onettianas, en un inquietante indicio:

 

-En aquel tiempo, en aquellas noches, las tres parejas iniciales se reunían a comer en el Club del Progreso o se turnaban invitando en sus casas. También, algunos sábados, en la casa del vasco Insurralde. La idea, reitero, era tan sencilla como infalible; marcharse de Santa María, afincar en la estanzuela, recoger cosechas, alegrarse con el crecimiento y la multiplicación de los animales. Primera etapa. La segunda incluía la compra de más tierras, la importación de bestias de raza, la inexorable acumulación de millones de pesos. El proyecto estaba bien y bendito, vuelvo a decir, en teoría (131).

 

Efectivamente, las numerosas ambigüedades del proyecto se perfilan enseguida. Fundado aparentemente con la generosa intención de restablecer la unidad nacional interpuesta aquí a todo, al igual que en El astillero -fomentando un retorno bíblico a la tierra y los valores auténticos y simples, el Falansterio no dará cabida, paradójicamente, más que a un número muy restringido de “sanmarianos”. Todos sus miembros formarán parte de la burguesía acomodada de Santa María, de la élite criolla, ya que se especifica que “todos los pioneros contaban con un respaldo económico para ayudar en el no admitido caso de sequías, pestes, golpes de granizo (y) época de vacas flacas” (132). Y en base a una singular variante aportada a la doctrina fourierista, además, las excesivas diferencias sociales que Fourier buscaba precisamente atenuar se agudizarán aquí por completo: el Falansterio de Marcos Bergner perpetúa, sin la menor vacilación, las viejas estructuras, en especial en lo atinente a la cruel desigualdad entre patrones y peones:

 

Habría peones, por supuesto, para que los hombres pudieran concentrarse en la tarea intelectual de dirigir y planear. Chinitas humildes para que los niños no molestaran demasiado (133).

 

También se produce una verdadera caricaturización de la sociedad cooperativa que prendía crear Charles Fourier. El reparto de las ganancias se realizará sólo entre los patrones, mientras que el trabajo de la tierra le corresponde exclusivamente a la peonada. La degradación espiritual del Falansterio proseguirá -como veremos a continuación- de manera implacable, provocando descontentos y deserciones:

 

Aceptamos que a los seis meses y veintitrés días la vasquita Insurralde disparó del Falansterio en un caballo robado, tocó Santa María para descansar, y se fue a la Capital buscando un barco que la llevara a Europa. Algunos meses después el padre vendió a buen precio lo que tenían y nunca más supimos de ellos. Pero quedaba ignorada la verdad y todos nosotros intentamos rellenar con honradez y decoro la cáscara vacía. ¿Sólo que quién iba a decirnos la verdad? Porque, poco a poco, se fue despoblando el Falansterio, se interrumpieron proyectos, se dejaron morir las siembras y las cosechas, se remataron casi todos los animales (134)

 

Notas

 

(128) Maryse Renaud. “Fervor del mito: algunas reflexiones fragmentarias sobre los avatares del mito en la literatura rioplatense”, en Río de la Plata, Publications du C.E:L:C.I.R.P:, nº 2, 1986.

(128 bis) Fernando Ainsa, Los buscadores de la utopía, Monte Ávila, Caracas, Venezuela, 1977.

(129) Juntacadáveres, Cap,. XVI, p. 139.

(130) Ibíd., p. 142.

(131) Ibíd., pp. 140-141.

(132) Ibíd., p. 141.

(133) Ibíd., p. 141.

(134) Ibíd., pp. 141-142.

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