Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola
1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en
colaboración con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.
HISTORIA Y FICCIÓN
VI.
LA DUPLICIDAD DE LA PALABRA MÍTICA (5)
Pero más allá de la
comprobación del fracaso uruguayo y la crítica apenas velada a la supervivencia
del paternalismo “batllista”, más allá del desnudamiento de un lenguaje
mitificador que se las ingenia para vaciar de sus determinaciones históricas a
los signos capturados, es, una vez más, la despiadada degradación de la figura
del Padre lo que revelará con mayor crudeza El astillero. Manipulador,
intrigante, inhumano, sólo el Padre permanece impasible, mientras a su
alrededor sus hijos más sumisos no tienen otro lugar donde caer que la
desesperación (121). ¿Es necesario recordar que el aparentemente momificado
Petrus (122) sobrevivirá a sus empleados? Además de conservar todos sus
privilegios, especialmente la “casa alzada sobre pilares” a la cual Larsen, por
el contrario, no accederá nunca, quedando condenado a frecuentar cotidianamente
la “casilla de perros” o, como máximo, el subsuelo de la mansión patricia.
Tampoco será concebible, en este mundo dominado por la imagen paterna, alguna
comunicación real, como lo ilustran a la perfección los diversos comienzos de
diálogos, todos abortados (123), entre los miembros del astillero y sobre todo
la conversación final, signada por la indiferencia y la incomprensión, entre
Larsen y Petrus encarcelado:
-Ahora todo está perfecto
-dijo Larsen-. Nunca dudé de usted; pero hay que mirar también el aspecto legal
de las cosas. Usted es un caballero No quiero robarle más tiempo; me parece que
cuanto antes esté de vuelta en Puerto Astillero, mejor. Es imposible, sin embargo,
que vuelva a visitarlo para despedirme.
-Tal vez sea inútil
-contestó Petrus-. Deseo aprovechar este descanso para trabajar tranquilamente.
Todavía es necesario ajustar algunos detalles.
-Muy bien. -Larsen no ofreció
la mano ni el viejo tampoco. Desde la puerta se volvió. Petrus parecía haberlo
olvidado; había vuelto a sentarse y distribuía documentos sobre el escritorio-.
Perdone -dijo Larsen alzando la voz-. Me resulta curioso, y halagador, que recuerda
cómo me llamo. Hasta el nombre de pila, o por lo menos la inicial (124)
Así es cómo la búsqueda
de una gratificante imagen paterna desembocará, en El astillero, en una
nueva estafa. Contrariamente a lo que prometían las ilusiones generadas por los
signos vacíos del mito del Progreso, Petrus no es en absoluto un creador; en
definitiva, sólo llevarán su sello el caos económico, la soledad y la muerte.
El incumplimiento absoluto de sus predicciones hará que este falso profeta se parezca
extrañamente al Larsen conquistador del comienzo de la novela, acerca de quien
algunos anunciaron, equivocadamente, un retorno triunfal. Así como la ciudad-pueblo
de Santa María le da la espalda a un verdadero porvenir (125) y se hunde en una
réplica degradada de lo que fue en otros tiempos su destino, Petrus parece
incapaz se asegurar el afincamiento en el tiempo y en el espacio al que aspiran
secretamente los principales personajes de la novela. De ahí la movilidad de
Larsen, sus idas y venidas terrestres o fluviales, y sobre su deseo de asegurarle
a la empresa colectiva una suerte de perennidad a pesar de todos los obstáculos.
O su lucha empecinada contra ese “salirse del tiempo” que representa, más allá
de sus alentadores discursos, el personaje de Petrus. ¿Pero puede esto
sorprendernos si recordamos que la búsqueda de las esencias y especialmente el “salirse
del tiempo”, constituyen los dos componentes principales de todo sistema mítico
(126)? Petrus, la “momia”, tal como lo representa la última imagen que
recibimos de él en El astillero, el Padre todopoderoso del mito inicial -heredero
de la epopeya americana, guía espiritual, conductor de hombres, creador
absoluto- propone de hecho a sus seguidores, a semejanza de Num, el viejo
embalsamador de pájaros de Tierra de nadie, el orden falsamente
tranquilizador a una supervivencia artificial. Ninguno de los falsos atributos
de Petrus corresponde, entonces, con su real actuación: la de un Padre
desnaturalizado, estéril como la piedra, que ha fallado en su misión y abandona
a sus hijos para refugiarse en una lejana soledad.
El mito del Progreso ha
fracasado, pues. Hábilmente demostrado por el narrador de El astillero y
víctima constante de una ironía feroz, su corrosión final parece aniquilar para
siempre todas las representaciones míticas: el pesimista desenlace de la novela
coincide totalmente, en efecto, con las severas conclusiones de Roland Barthes:
Car la fin même des mythes, c’est d’inmobiliser le monde :
il faut que les myhtes suggérent et miment une économie universelle qui a fixé
une fois pour toutes la hiérarchie des possesions. Ainsi, chaque jour et partout, l’homme este arretê par
les mythes, renvoyé par eux à ce prototype inmobile qui vit à sa place, l’étouffe
a la façon d’un inmense parasite interne et trace à son activité les limites
étroites où il lui est permis de souffrir sans bouger de monde : la
pseudo-physis bourgeoise est pleinement une interdiction de l’homme de s’inventer.
Les myhtes ne sont rien d’autre que cette solicitation incesante, infatigable,
cette exigence insidieuse et inflexible, qui veut que tous les hommes se
reconnaissent dans cette image éternelle et pourtant datée qu’on a construit d’eux
un jour comme si ce dût être pour tous les temps (127)
Notas
(121) Ibíd., Santa María
II, p. 92: “Petrus necesita un gerente para poder chicanear probando que no se
interrumpió el funcionamiento del astillero. Usted quiere acumulando sueldos
por si algún día viene el milagro y el asunto se arregla y se puede exigir el
pago. Supongo.
(122) Ibíd., Santa María –
V, pp. 163-164: “Tome asiento, hágame el favor”. “Por qué esto y no otra cosa,
cualquiera. Da lo mismo. Por qué él y yo, y no otros dos hombres. Está preso,
concluido, y la calavera blanca y amarilla me está diciendo con cada arruga que
ya no hay pretextos para engañarse, para vivir, para ninguna forma de pasión o
bravata”. Cf. igualmente las páginas siguientes donde las metáforas del pájaro
y la tortuga contribuyen a acentuar la caracterización de la fosilización de
Petrus.
(123) Ibíd., El astillero
II, pp. 26-29, y aun en el capítulo titulado El astillero IX – La casilla IV,
p. 73.
(124) Ibíd., Santa María
V, p. 170-171.
(125) Cf. el interesante
artículo de Gabriel Saad, “Identidad y metamorfosis del tiempo en El
astillero” en Cuadernos Hispanomamericanos, 292-294, pp. 570-586.
(126) Mircea Eliade, Mythes, rêves et mystères, op. cit., pp. 21-39.
(126 bis) Ver las páginas 166-167.
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