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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (47) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

HISTORIA Y FICCIÓN

 

VI. LA DUPLICIDAD DE LA PALABRA MÍTICA (2)

 

Interesarse por las mitologías desarrolladas en estas dos novelas de Juan Carlos Onetti implica considerar el mito como un sistema semiológico cuya formación conviene estudiar. Esto se hace tanto más necesario cuando que a partir del mito del Progreso, nos encontramos confrontados en estas novelas con un mito de segundo grado. O sea: la mitificación de un mito preexistente. En definitiva, y para utilizar una formulación barthiana, asistimos a la elaboración de un “mito artificial” (109), cuyo carácter paródico es expuesto en las primeras páginas de El astillero y, de manera muy clara, en el capítulo 16 de Juntacadáveres. Si el mito puede ser calificado como un sistema semiológico secundario, desfasado en relación al sistema lingüístico básico del cual parte para modificarlo, deformarlo y hacer surgir una nueva significación; si el mito se apropia de una determinada cantidad de signos a los que naturalizará y vaciará de su Historia; si él constituye en esencia un metalenguaje que aspira a la transparencia, el “mito artificial” por excelencia que se crea en El astillero y Juntacadáveres contribuirá, por la acentuación irónica de todos los desajustes y el desvelamiento de estructuras hasta entonces ocultas, a desmitificar contundentemente la actitud de la comunidad “sanmariana”, sojuzgada por sus pretendidos “guías”.

 

De entrada, la palabra mítica se muestra sospechosa. Su multiplicación o, con más exactitud, su desdoblamiento, lejos de reforzarla, la debilita. Así, cuando Larsen tiene la primera entrevista con sus dos subordinados, prácticamente intercambiables salvo por algunos detalles -como lo sugiere la doble oposición “joven-viejo” / “calvo-pelo negro” percibe rápidamente una actitud burlona. Su respuesta, también desdoblada -ellos utilizarán dos términos deliberadamente redundantes- remite al mito de la eficacia que los subordinados pretenden representar a través de un encadenamiento mecánico de expresiones sonoras y huecas.

 

Irónicos, hostiles, confabulados para desconcertar, el joven calvo y el viejo de pelo negro le dieron la mano con indiferencia, miraron en seguida a Petrus y le hablaron.

-Mañana terminamos con la comprobación del inventario, señor Petrus -dijo Kunz, el más viejo.

-La verificación -corrigió Gälvez, con una sonrisa de exagerada dulzura, frotándose las puntas de los dedos-. Hasta el momento no falta un tornillo (110)

 

La falsedad del mito del Progreso y la absurda creencia en una resurrección económica que justificarían las múltiples idas y venidas de Petrus, aparecen más crudamente expuestas en la medida en que no es sólo el viejo empresario el propagador de estas ilusiones funestas, sino también sus cada vez más numerosas víctimas (110 bis). Por otra parte, la diversidad de narradores secundarios y la pluralidad de versiones que se entrelazan a lo largo de toda la novela no hacen más que acentuar la filtración de un fenómeno de desmultiplicación y distanciamiento irónico: Gálvez, su mujer, Kunz, Díaz Grey y Larsen, todos contribuirán, a través de numerosas “menciones” del discurso mítico que implican sus intervenciones, a hacerlo aparecer como un metalenguaje extraño y artificialmente prolongado por la mera voluntad de un jugador tan encarnizado como excéntrico:

 

Está impaciente por saber: entretanto se divierte. Nació para este juego y lo practica desde el día en que nací yo, unos veinte años de ventaja. No soy una persona, así que no es una sonrisa la complicación esa que le impone a la cara; es una pantalla y una orden, una manera de ganar tiempo, de pasar mientras espera entre cartas y apuestas. El doctor estaba un poquito loco, como siempre, pero tenía razón; somos unos cuantos los que jugaban al mismo juego. Ahora, todo está en la manera de jugar. El viejo y yo queremos dinero, y mucho, y también nos parecemos en la falla de quererlo, en el fondo, porque sí, porque esa es la medida con que se mide un hombre. Pero él juega distinto y no sólo por el tamaño y el montón de las fichas (111).

 

El texto no tardará entonces en transformarse en un gigantesco eco irónico. Rezumando el zumbido de las adormecedoras declaraciones de la burguesía local representada por Petrus, y tomando como blanco tanto al emisor como al destinatario del mensaje y más a menudo aun a una entidad abstracta que bien podría ser la Humanidad siempre ávida de ilusiones, el texto desplegará ante los ojos del lector las mútltiples modalidades del “hecho irónico” (112): auto-ironía, sarcasmo e ironía difusa, variantes todas encaminadas a desnudar la falsedad del discurso relatado.

 

Notas 

(109) Ibíd., p. 222: “Il apparâit donc extrêmement difficile de réfuire le mhyte de l’intérieur, car ce mouvement même que l’on fait pour s’en dégager, le voilà qui devient à son tour proie du mythe : la myhte peut toujoues en dernière instance signifier la résistence qu’on lui oppose. A vrai dire, la meilleure arme contre le myhe, c’est peut-être de le mythifier à son tour, c’est de produire un mythe artificiel : et ce mythe reconstitué sera una véritable mythologie. Puisque le mythe vole du langage, pourquoi ne pas voler le mythe ? Il suffira pour cela d’en faire lui-même le pont de départ d’une troisième chaîne semiologique, de poser sa signification comme premier terme d’un second mythe. La Littérature offre quelques grands examples de ces mythologies artificielles ».

(110) El astillero, El astillero II, p. 26.

(110 bis) Cf. al respecto el pasaje referente a los antiguos administradores de Petrus escapados del infierno del astillero (en El astillero, Santa María II, pp. 89-90.)

(111) Ibíd., Santa María II, p. 98.

(112) Cf. Dan Sperber, Deirdre Wilson, “Les ironies comme mentions », en Poétique, nº 36. Este capítulo nos parece de un decisivo interés para el estudio de las nociones de ironía y de humor. A diferencia de las aproximaciones tradicionales, para las que el “fenómeno irónico” implica antes que nada la existencia de dos niveles semántico superpuestos que no deben ocultarse entre sí, el estudio de D. Sperber y D. Wilson aborda los hechos irónicos sin apelar a la noción de sentido figurado. La noción de inversión retórica o antifrase -que puede ser tomada en un sentido estrecho o amplio por los estudios tradicionales, considerándose el sentido subyacente como diametralmente opuesto al literal, o simplemente contrastante- es abandonada. Todas las ironías, tanto las típicas como las atípicas, desde el punto de vista clásico, pueden ser catalogadas como “menciones”. Así, el humor que constituye por lo común, el escollo de los estudios tradicionales -que no arriban a ofrecer una explicación coherente al respecto- también sería una “mención”. Alcanzaría con remitirse a las primeras páginas del estudio de Robert Escarpit sobre L’Humour (“Que sais-je”, nº 877. Presses universitaires de France), que resultan muy sugestivas al referirse a los mismos orígenes de la palabra, para comprobar que el encaramiento del fenómeno humorístico constituye una vieja dificultad. La ventaja de esta nueva aproximación al “hecho irónico”, que analiza todas las ironías sin excepción como menciones, como el eco, más o menos lejano, de pensamientos o de propósitos, reales o imaginarios, atribuidos o no a individuos definidos, es por lo tanto indiscutible. Esta convicción resulta reforzada por las citas ejemplificantes de autores que persisten incluso en la aplicación del estudio tradicional (cf. muy particularmente las páginas 399, 404, 408, 409, 410 y 412). Este artículo constituye entonces un interesante aporte para la renovación de la perspectiva crítica.

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