EPÍLOGO / EL MITO Y LA SOCIEDAD
2 / LA FUNCIÓN DEL MITO, DEL CULTO Y DE
LA MEDITACIÓN (1)
En su forma viva, el individuo es
necesariamente sólo una fracción y una distorsión de la imagen total del
hombre. Está limitado, ya sea hembra o varón; también lo está en cualquier
período de su vida, como niño, como joven, como adulto o como anciano; y no
sólo eso, sino que en su vida está necesariamente especializado como artesano,
comerciante, sirviente o ladrón, sacerdote, líder, esposa, monja o prostituta;
no puede serlo todo. De aquí que la totalidad, la plenitud del hombre, no esté
en un miembro aparte, sino en el cuerpo de la sociedad como un todo; el
individuo puede ser sólo un órgano. De su grupo ha tomado las técnicas de vida,
el lenguaje en que piensa, las ideas por las cuales lucha; los genes que han
construido su cuerpo descienden del pasado de esa sociedad. Si pretende aislarse,
ya sea en hechos, pensamientos o sentimientos, sólo logra romper las relaciones
con las fuentes de su existencia.
Las ceremonias tribales de nacimiento,
la iniciación, el matrimonio, el entierro, la adquisición de un estado social,
etc., sirven para trasladar las crisis y hechos de la vida del individuo a
formas clásicas e impersonales. Estas formas tienen por objeto mostrarlo a sí mismo,
no como esta personalidad o la otra, sino como el guerrero, la desposada, la
viuda, el sacerdote, el jefe; al mismo tiempo se representa para el resto de la
comunidad la vieja lección de las etapas arquetípicas. Todos participan en el
ceremonial de acuerdo con su rango y su función. La sociedad entera se hace
visible como una unidad viva e imperecedera. Pasan generaciones de individuos
como células anónimas de un cuerpo vivo; pero permanece la forma sustentante e
intemporal. Por una ampliación de la visión para abarcar a este superindividuo,
cada uno se descubre a sí mismo engrandecido, enriquecido, apoyado y
magnificado. Su papel, aunque no sea nada impresionante, se ve como intrínseco
a la bella imagen festiva del hombre, la imagen potencial pero necesariamente
inhibida que está dentro del individuo.
Los deberes sociales continúan la
lección del festival en la existencia diaria y normal y se le da más validez al
individuo. Por el contrario, la indiferencia, las revoluciones o el exilio
rompen las conexiones vitales. Desde el punto de vista de una unidad social, el
individuo aislado no es sino una nada, un desperdicio. De aquí que el hombre o
la mujer que puedan decir honestamente que han vivido su papel -ya sea el de
sacerdote, prostituta, reina o esclavo- se refieren al sentido completo del
verbo ser.
Los ritos de la iniciación y de la
adquisición de una situación, pues, muestran la lección de la unidad esencial
del individuo y el grupo; los festivales de las estaciones abren un horizonte
mayor. Así como el individuo es un órgano de la sociedad, así es la tribu o la
ciudad -así es la humanidad entera-, sólo una fase del poderoso organismo del
cosmos.
Ha sido costumbre describir los festivales
de las estaciones de los llamados pueblos primitivos como esfuerzos para
dominar a la naturaleza. Esta es una representación equivocada. Hay mucha voluntad
de dominio en todos los actos del hombre, y particularmente en aquellas ceremonias
mágicas que se supone han de traer la lluvia, curar las enfermedades o detener
las inundaciones; sin embargo, el motivo dominante en el ceremonial de todas
las religiones verdaderas (oponiéndoles a la magia negra) es la sumisión a lo
inevitable del destino, y en los festivales de las estaciones este motivo es
particularmente evidente.
No se ha registrado ningún rito tribal que intente postergar la llegada del invierno; al contrario: los ritos preparan a la comunidad para soportar, junto con el resto de la naturaleza, la estación del frío tremendo. Y en la primavera, los ritos no intentan obligar a la naturaleza a producir de inmediato maíz, frijol y calabazas para la comunidad debilitada; por el contrario, los ritos dedican a todo el pueblo a la obra de la estación de la naturaleza. El maravilloso ciclo del año es celebrado con todos sus contratiempos y períodos de júbilo, y es bosquejado y representado como una continuidad del ciclo vital del grupo humano.
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