jueves

ESTÉTICA DE LA CREACIÓN VERBAL (91) - M. BAJTIN


 EL PROBLEMA DEL AUTOR (10)

 

4 / 2 Tradición y estilo La crisis de autoría puede seguir una dirección diferente. Se tambalea y se presenta como inesencial la misma intención de la extraposición, del colocarse fuera; al autor se le discute el derecho de estar fuera de la vida y de concluirla. Se inicia la desintegración de todas las formas transgresivas estables (ante todo, en la prosa, desde Dostoievski hasta Biely; para la lírica, la crisis de autoría siempre tiene una importancia menor: Anneski, etc.); la vida se vuelve comprensible y significativa tan sólo desde el interior, únicamente cuando la vivo en tanto que yo, en la forma de la actitud hacia mí mismo, en categorías valorativas de mi yo-para-mí: comprender significa vivenciar el objeto, verlo con sus mismos ojos, negar la importancia de la extraposición con respecto al objeto; todas las fuerzas que constituyen la vida desde el exterior parecen faltas de importancia y gratuitas, se desarrolla una profunda desconfianza a toda extraposición (la inmanentización de Dios relacionada con este fenómeno en la religión, la psicologización de Dios y la religión, la incomprensión de la Iglesia como institución externa, y en general la revaluación de todo lo interior). La vida aspira a ensimismarse, y trata de destruirlas porque no cree en la importancia y la bondad de una fuerza que actúe desde el exterior; la no aceptación del punto de vista desde fuera. Por supuesto, de esta manera se vuelve imposible la cultura de los límites, que es la condición necesaria de un estilo seguro y profundo; la vida justamente no tiene nada que hacer con las fronteras, porque todas las energías creadoras abandonan los límites dejándolos a su propio destino. Una cultura estética es cultura de los límites y por ello presupone una atmósfera de profunda confianza que abraza la vida. La creación y elaboración segura y fundamentada de las fronteras externas e internas, del hombre y de su mundo, suponen una solidez y seguridad de la postura fuera de él, de la posición en que el espíritu puede permanecer largamente en plena posesión de sus fuerzas y actuar libremente; está claro que esto presupone una gran dosificación de la atmósfera de valores; cuando esta no existe, cuando la extraposición resulta casual e inestable, cuando la comprensión valorativa es totalmente inmanente a lo vivenciado (la vida práctica y egoísta, la social, la moral, etc.), cuando el peso valorativo de la vida se vivencia efectivamente al entrar en ella (cuando tiene lugar una empatía), adoptamos su punto de vista viviéndola en la categoría del yo; entonces no puede haber una permanencia valorativamente prolongada y creativa en las fronteras entre el hombre y la vida, entonces tan sólo se puede imitar al hombre y a la vida (utilizar negativamente los momentos transgredientes). La utilización negativa de los momentos transgredientes (excedente de visión, de conocimiento y de evaluación) que tiene lugar en la sátira y en lo cómico (pero, por supuesto, no en lo humorístico), se determina mayormente por la sustancia excepcional de una vida vivida valorativamente desde el interior (vida moral, social, etc.) y por la disminución de la importancia (o incluso por una completa desvalorización) de la extraposición valorativa, por la pérdida de todo aquello que fundamentaba y afirmaba la extraposición y, por consiguiente, de la apariencia de la vida fuera del sentido; esta última se vuelve absurda, es decir, se define negativamente con respecto a un sentido potencial extraestético (en una conclusión positiva, la apariencia que está más allá del sentido adquiere un valor estético). El momento transgrediente de la vida se organiza por la tradición (apariencia externa, maneras, etc., vida cotidiana, etiqueta, etc..) el decaimiento de la tradición pone de manifiesto su falta de sentido, la vida rompe todas las formas desde el interior.  En el romanticismo, la imagen se construye con base en el oxímoron: una contradicción subrayada entre lo interior y lo exterior, entre posición social y esencia, entre un contenido infinito y la encarnación finita. No hay nada que hacer con la apariencia del hombre y de la vida, no hay posición fundamentada para su estructuración. El estilo como un cuadro unitario y concluido de la apariencia del mundo: combinación del hombre exterior, de su vestimenta y modales con el ambiente. La visión del mundo organiza los actos (desde el interior, todo puede ser comprendido como acto), le da unidad a la orientación semántica progresiva de la vida que es unidad de responsabilidad, unidad de la superación propia de la vida; el estilo confiere unidad a la apariencia transgrediente del mundo, a su reflejo hacia el exterior, a su orientación hacia afuera, a sus fronteras (elaboración y combinación de las fronteras). La visión del mundo organiza y une el campo de visión del hombre, el estilo organiza y une el entorno. Un análisis más detallado del uso negativo de los momentos transgredientes del excedente (ridiculización mediante la existencia) en la sátira y en lo cómico, así como la situación del humorismo, rebasa los límites de nuestro trabajo.

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