por Marta Sanz
Resulta difícil creer que Diario
de una perdida nunca hubiese sido publicado en España. Y ello por
muchas razones: calidad literaria, la fama de su autora a comienzos del siglo XX,
el tema y la polémica que lo envuelve, incluso la brillante adaptación del
texto que en 1929 realizó G. B. Pabst contando con Louise Brooks como protagonista. El rostro de Brooks y su mítico corte de pelo
se superponen a la fisonomía de Thymian, protagonista del libro, no sin
producir ciertos efectos chirriantes: la espesísima cabellera de la Thymian
libresca se escapa del orden del peinado en momentos de sensualidad culminante.
Todo eran buenos motivos para
publicar este “diario”: sexo, expresionismo, trama de formación con tintes
picarescos y retórica autobiográfica, escándalo y las lúcidas palabras con las
que Walter Benjamin aquilató la extravagancia estilística y
conceptual de una novela “que traza la más audaz curva emancipatoria”.
Margarete Böhme, por su inteligencia y audacia, obliga a escurrir del adjetivo
“popular” cualquier cariz despectivo. O quizá obliga a distinguir lo popular de
lo complaciente, lo escandaloso de lo transgresor. El tono reivindicativo de
Böhme, centrado en las miserias de las vidas femeninas, fue castigado en la
Alemania nazi con la purga de sus decenas de novelas.
Diario de una perdida tiene innegables
virtudes literarias y políticas que se producen sinérgicamente en el relato y
que, aún hoy, apabullan por su radicalidad. Radicalidad para recorrer, como ya
señaló Benjamin, las distintas modalidades del comercio sexual: la prostitución
ejercida bajo la protección (explotación) de un proxeneta; las prostitutas “de
medias de seda” que trabajan sin el tutelaje de un chulo; las mantenidas por un
solo hombre; y ese otro tipo de prostituta, no declarada, que asume las reglas
y el carácter subalterno que el matrimonio burgués impone a las mujeres.
La impugnación del orden burgués y
patriarcal es absoluta. En Diario de una perdida, la voz en primera
persona de Thymian reflexiona, en clave de género y clase, sobre los problemas
de la emancipación femenina porque “al hombre le pertenece el mundo”. Thymian le
hace reproches a Dios. Su sensibilidad ante las injusticias le lleva a padecer
un trastorno: compra compulsivamente en una sociedad en la que su carne también
es objeto de consumo y explotación. La somatización del dolor ante la
conciencia social es de una modernidad deslumbrante y da un paso más respecto a
esa mortalidad prematura del cuerpo de las mujeres, usadas y abusadas, con la
que tradicionalmente se dibujó el personaje de la prostituta.
En esta historia la enfermedad de
Thymian no procede de un castigo divino ejecutado a través de la mano de un
escritor moralista, sino que constata un desgaste, una brecha básica de
desigualdad que se hace cuerpo. Las mujeres de esta obra son mujeres violadas,
engañadas, abandonadas; mujeres que se matan por amor; mujeres a las que les
roban los hijos; mujeres conscientes de su exclusivo valor ornamental en una
sociedad reducida a mercado; mujeres carcasa para quienes la belleza juega en
su contra, o mujeres físicamente vulgares que solo son buenas en la medida en que
colaboran, como animales domésticos, al mantenimiento de un hogar “cristiano”.
En el reverso oscuro están las mujeres inclementes que luchan por lo suyo
juzgando a las otras, compitiendo, estigmatizando, mujeres que justifican la
brutalidad que se ejerce contra ellas, mujeres sin empatía o viejas compasivas
como la tía Frieda que reprimen a una joven llena de alegría de vivir: ese
vitalismo, en un lugar marcado por hipocresía religiosa e hipoteca, solo puede
descarriar a una bella niña…
Thymian anhela una amistad femenina
que solo encuentra en Grete, Margarete, la escritora que se encargará de editar
las páginas de sus escritos: en esta afirmación, más o menos fabulosa, radica
la excepcionalidad novelesca de Diario de una perdida. Böhme, dentro de
la tradición del manuscrito encontrado, utiliza el diario de Thymian como
piedra de toque escandalosa. Y lo consigue. Pero a la vez logra construir una
voz que va evolucionando desde la ingenuidad hacia la humillación, el
resentimiento, la esperanza, el cinismo, la serenidad crítica…
Entre el pico y el abismo de la
montaña rusa, una mujer escribe y la acompañamos. La riqueza de los matices
vocales y la posibilidad de creer descansan en que la autora del diario se
encarga de recalcar su formación autodidacta, su interés por la cultura y los
idiomas. Böhme como supuesta recopiladora del texto usa la elipsis —papeles
perdidos— para economizar la explicación de ciertas metamorfosis psicológicas
de la protagonista.
La inocencia folletinesca y sexual del relato se combinan con disertaciones que le conceden una fuerza extraordinaria: “… observo a las muchachas, cómo (…) ofrecen su carne a los hombres y entonces siento una punzada, (…) una repugnancia terrible y a la vez una ira poderosa, en ebullición, contra la terrible injusticia y arbitrariedad del destino que convierte a las personas en animales, y a la vez una profunda y afectuosa compasión por las desdichadas a las que yo también pertenecía y un furioso odio contra los ricos, los moralmente inatacables que pronuncian la palabra puta con una preciosa, inimitable, orgullosa entonación de no-me-toques”. Se puede no estar de acuerdo, pero no se puede decir con mejor pulso literario.
(EL PAÍS España / 10-4-2021)
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