"Lo que hace que los hombres obedezcan o toleren, por una parte, el auténtico poder y que, por otra, odien a quienes tienen riqueza sin el poder, es el instinto racional de que el poder tiene una cierta función y es de uso general.". ('Los orígenes del totalitarismo', página 29). -
Hanna Arendt
Las fuertes tendencias antipolíticas de la temprana cristiandad son tan familiares que la idea de que un pensador cristiano haya sido el primero en formular las implicaciones políticas de la antigua noción política de la libertad, nos parece casi paradójica.
La única explicación que viene a la mente, es que Agustín era romano tanto como cristiano, y que en esta parte de su trabajo formuló la experiencia política central de la Antigüedad romana, que era que, la libertad como comienzo deviene manifiesta en el acto de fundación. Pero estoy convencida de que esta impresión se modificaría considerablemente si lo dicho por Jesús de Nazareth fuera tomado más seriamente en sus implicaciones filosóficas. Encontramos en estas partes del Nuevo Testamento una extraordinaria comprensión de la libertad, y particularmente del poder inherente a la libertad humana; pero la capacidad humana que corresponde a este poder, que —en palabras del Evangelio— es capaz de remover montañas, no es la voluntad sino la fe. El ejercicio de la fe, en realidad su producto, es lo que el Evangelio llama "milagros", una palabra con diversos significados en el Nuevo Testamento, y por lo tanto difícil de comprender. Podemos soslayar aquí las dificultades y referimos únicamente a aquellos pasajes donde los milagros son claramente, no eventos sobrenaturales, sino sólo lo que todos los milagros, aquellos protagonizados ya sea por hombres o por agentes divinos, deben ser siempre interrupciones de alguna serie natural de eventos, o de algún proceso automático, en cuyo contexto se constituyen como lo totalmente inesperado.
No hay duda de que la vida humana,
situada en la Tierra, está rodeada de procesos automáticos —por los procesos
naturales de la Tierra, que a su vez, están rodeados de procesos cósmicos, y
hasta nosotros mismos somos conducidos por fuerzas similares en tanto somos
también parte de la naturaleza orgánica. Más aún, nuestra vida política, a
pesar de ser el reino de la acción, también se ubica en el seno de procesos que
llamamos históricos y que tienden a convertirse en procesos tan automáticos o
naturales como los procesos cósmicos, a pesar de haber sido iniciados por los
hombres.
La verdad es que el automatismo es inherente a todos los procesos, más allá de
su origen; ésta es la razón por la cual ningún acto singular, ningún evento
singular, puede en algún momento y de una vez para siempre, liberar y salvar al
hombre, o a una nación, o a la humanidad. Está en la naturaleza de los procesos
automáticos a los que está sujeto el hombre, pero en y contra los cuales puede
afirmarse a través de la acción, el que estos procesos sólo pueden significar
la ruina para la vida humana. Una vez que los procesos producidos por el
hombre, los procesos históricos, se han tornado automáticos, se vuelven no
menos fatales que el proceso de la vida natural que conduce a nuestro organismo
y que, en sus propios términos, esto es, biológicamente, va del ser al no- ser,
desde el nacimiento a la muerte. Las ciencias históricas conocen muy bien esos
casos de civilizaciones petrificadas y desesperanzadamente en declinación,
donde la perdición parece predestinada como una necesidad biológica; y puesto
que tales procesos históricos de estancamiento pueden perdurar y arrastrarse
por siglos, éstos llegan incluso a ocupar lejos el espacio más amplio en la historia
documentada; los períodos de libertad han sido siempre relativamente cortos en
la historia de la humanidad.
Lo que usualmente permanece intacto en
las épocas de petrificación y ruina predestinada es la facultad de la libertad
en sí misma, la pura capacidad de comenzar, que anima a inspira todas las
actividades humanas y constituye la fuente oculta de la producción de todas las
cosas grandes y bellas.
Pero mientras este origen, permanece
oculto, la libertad no es una realidad terrenalmente tangible, esto es, no es
política. Es porque el origen de la libertad permanece presente aun cuando la
vida política se ha petrificado y la acción política se ha hecho impotente para
interrumpir estos procesos automáticos, que la libertad puede ser tan
fácilmente confundida con un fenómeno esencialmente no político; en dichas
circunstancias, la libertad no es experimentada como un modo de ser con su
propia virtud y virtuosidad, sino como un don supremo que sólo el hombre, entre
todas las criaturas de la Tierra, parece haber recibido, del cual podemos
encontrar rastros y señales en casi todas sus actividades, pero que, sin
embargo, se desarrolla plenamente sólo cuando la acción ha creado su propio
espacio mundano, donde puede por así decir, salir de su escondite y hacer su
aparición.
Cada acto, visto no desde la
perspectiva del agente sino del proceso en cuyo entramado ocurre y cuyo
automatismo interrumpe, es un "milagro", esto es, algo inesperado. Si
es verdad que la acción y el comenzar son esencialmente lo mismo, se sigue que
una capacidad para realizar milagros debe estar asimismo dentro del rango de
las facultades humanas. Esto suena más extraño de lo que en realidad es. Está
en la naturaleza de cada nuevo comienzo el irrumpir en el mundo como una "infinita
improbabilidad", pero es precisamente esto "infinitamente
improbable" lo que en realidad constituye el tejido de todo lo que
llamamos real. Después de todo, nuestra existencia descansa, por así decir, en
una cadena de milagros, el llegar a existir de la Tierra, el desarrollo de la
vida orgánica en ella, la evolución de la humanidad a partir de las especies
animales.
Desde el punto de vista de los procesos
en el Universo y en la Naturaleza, y sus probabilidades estadísticamente
abrumadoras, la aparición de la existencia de la Tierra a partir de los
procesos cósmicos, la formación de la vida orgánica a partir de los procesos
inorgánicos, la evolución del hombre, finalmente, a partir de los procesos de
la vida orgánica, son todas "infinitas improbabilidades", son
"milagros" en el lenguaje cotidiano. Es debido a este componente
milagroso presente en la realidad que los eventos, sin importar cuan
anticipados estén en el miedo o la esperanza, nos impactan con un shock de
sorpresa una vez que han sucedido.
El impacto de un acontecimiento no es
nunca completamente explicable, su facultad trasciende en principio toda
anticipación. La experiencia que nos dice que los acontecimientos son milagros
no es ni arbitraria ni sofisticada es, por el contrario, de lo más natural, en
realidad, en la vida cotidiana, es casi un lugar común. Sin esta experiencia
corriente, la parte asignada por la religión a los milagros sobrenaturales
sería poco menos que incomprensible.
He elegido el ejemplo de los procesos
naturales que son interrumpidos por el advenimiento de una "infinita
improbabilidad" con el propósito de ilustrar que lo que llamamos real en
la experiencia ordinaria ha en general adquirido su existencia a través de
coincidencias más extrañas que la ficción. Por supuesto que este ejemplo tiene
sus limitaciones y no puede ser aplicado sin más al dominio de los asuntos
humanos. Sería pura superstición esperar milagros, "infinitas
improbabilidades", en el contexto de procesos automáticos ya sean
históricos o políticos, aunque tampoco esto puede ser nunca completamente
excluido. La historia, en oposición a la naturaleza, está llena de
acontecimientos; aquí el milagro del accidente y de la "infinita
improbabilidad" ocurre tan frecuentemente que incluso parece completamente
extraño el hecho de hablar de milagros. Pero la razón de esta frecuencia es
meramente que los procesos históricos son creados y constantemente
interrumpidos por la iniciativa humana, por el initium que el hombre es, en
tanto es un ser que actúa. De aquí que no sea en lo más mínimo supersticioso,
es más bien un precepto del realismo buscar lo imprevisible y lo impredecible,
el estar preparado para el esperar "milagros" en la esfera política.
Y cuanto más esté desequilibrada la balanza en favor del desastre, tanto más
milagroso aparecerá el acto realizado en libertad; porque es el desastre y no
su salvación, lo que siempre ocurre automáticamente y que por lo tanto siempre
debe aparecer como irresistible.
Objetivamente, esto es, visto desde
afuera y sin tener en cuenta que el hombre es un inicio y un iniciador, la
posibilidad de que el futuro sea igual al pasado es siempre abrumadora. No tan
abrumadora, por cierto, pero casi, como lo era la posibilidad de que ninguna
tierra surgiera nunca de los sucesos cósmicos, de que ninguna vida se
desarrollara a partir de los procesos inorgánicos y de que ningún hombre
emergiera a partir de la evolución de la vida animal. La diferencia decisiva
entre las "infinitas improbabilidades", sobre la cual descansa la
realidad de nuestra vida en la Tierra, y el carácter milagroso inherente a esos
eventos que establece la realidad histórica es que, en el dominio de los
asuntos humanos, conocemos al autor de los "milagros". Son los
hombres quienes los protagonizan, los hombres quienes por haber recibido el
doble don de la libertad y la acción pueden establecer una realidad propia.
Traducción: Mara Kolesas, Revisión: Claudia Hilb
(BLOGHEMIA / 11-3-2019)
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