viernes

CHARLES BUKOWSKI - JAMÓN Y CENTENO (LA SENDA DEL PERDEDOR) - 98

 57 (3)

 

Lenny Hill agarró la pelota. Yo miraba a Kong.

 

-Me llamo Hank. Hank Chinaski. Periodista.

 

Kong me seguía mirando sin decir nada. Tenía una piel cerosa como la de los cadáveres y en los ojos no le brillaba ni una chispa de vida.

 

-¿Vos cómo te llamás? -le pregunté.

 

Pero él me siguió mirando, mudo.

 

-¿Qué te pasa? ¿Se te quedó un pedazo de placenta metido entre los dientes?

 

Kong levantó lentamente el brazo derecho, me señaló con un dedo y lo volvió a bajar.

 

-Chupame la pija, carajo -dije. -¿Qué quiere decir eso?

 

-Vamos a jugar de una vez -dijo uno de los compañeros de Kong.

 

Lenny se agachó sobre la pelota y la tiró para atrás. Entonces Kong se me vino arriba. No lo pude enfocar bien. Cuando me placó alcancé a ver temblar la tribuna y algunos árboles y parte del edificio de Químicas. Quedé caído de espaldas y él empezó a girar alrededor mío y agitaba los brazos como si fueran alas. Me levanté, mareado. Becker ya me había noqueado, y ahora tenía que aguantar a este mono sádico. El hijo de puta era maligno y olía peor que la mierda.

 

Stapen todavía no había hecho el pase. Nos juntamos.

 

-Tengo una idea -dije.

 

-¿Cuál? -me preguntó Joe.

 

-Yo tiró la pelota y vos placás.

 

-No. Mejor dejalo así -dijo Joe.

 

 Nos separamos. Lenny le pasó la pelota a Stapen. Kong se me abalanzó. Yo bajé un hombro y contrataqué. El gorila tenía demasiada fuerza. Me hizo rebotar hacia un costado y mientras volvía a afirmarme volvió a atacar y a clavarme un hombro en el estómago. Me caí y me paré enseguida de un salto, aunque me sentía muy ahogado.

 

Stapen había hecho el pase corto. Íbamos perdiendo por tres tantos. No volvimos a juntarnos. Cuando volvieron a tirar la pelota Kong y yo nos abalanzamos uno contra el otro. Entonces le salté arriba con todo el peso del cuerpo, lo desequilibré y mientras caía le pegué una tremenda patada en el mentón. Quedamos los dos caídos, pero yo me levanté primero y vi que a Kong le chorreaba un hilo sangre y tenía un hermoso hematoma en la cara. Volvimos trotando a nuestras posiciones.

 

Stapen no había hecho un buen pase, y ahora perdíamos por cuatro tantos. Después retrocedió un poco, pateó y Kong se retrasó para cubrir al zaguero, que agarró la pelota y empezó a correr atrás de él. Los enfrenté. Kong esperaba que le volviera a saltar arriba, pero esta vez me zambullí a trancarle los tobillos. Cayó pesadamente y se reventó la cara contra el suelo. Después que lo vi inmóvil y completamente aturdido empecé a apretarle el pescuezo con la rodilla clavada en su espalda.

 

-¿Te sentís bien, Kong?

 

Los demás se acercaron corriendo.

 

-Me parece que estás lastimado -dije. -Que alguien me ayude a sacarlo e la cancha.

 

Lo llevamos hasta la línea del costado entre Stapen y yo, pero de golpe fingí tropezar y le pisé el tobillo con mi pie izquierdo.

 

-Por favor -dijo Kong. -Déjenme solo…

 

-Te estamos ayudando, compañero.

 

Al llegar a la línea lo soltamos. Kong se sentó y empezó a limpiarse la sangre de la boca. Después se agachó para palparse el tobillo: lo tenía despellejado y se le iba a hinchar pronto. Me le incliné al lado y dije:

 

-Mejor terminamos con este partido, Kong. Nosotros vamos perdiendo y necesitamos recuperarnos.

 

-Yo tengo que ir a clase.

 

-No sabía que aquí enseñaran el oficio de cuidaperros.

 

-Estoy en Literatura Inglesa, primer curso.

 

-Bueno, eso es importante. Si querés te ayudo a llegar al gimnasio y a darte una ducha caliente. ¿te parece?

 

-Salí de aquí.

 

Kong se levantó con los hombros caídos y derrotados y la cara embadurnada de sangre y tierra. Empezó a renguear.

 

-Quinn -le dijo a uno de sus compañeros. -Ayudame…

 

El otro le sostuvo un brazo y avanzaron lentamente en dirección al gimnasio.

 

-¡Oíme, Kong! -aullé. -¡Si podés dar la clase decile “Hola” de mi parte a Bill Saroyan!

 

Ahora me rodeaban todos los muchachos, incluidos Baldy y Ballard, que habían bajado de la tribuna. Yo acababa de hacer la hazaña más condenadamente buena de mi vida y no había una chiquilina en varios quilómetros a la redonda.

 

-¿Alguien tiene un cigarrillo? -pregunté.

 

-Tengo un Chesterfield -dijo Baldy.

 

-¿Todavía fumás esa porquería?

 

-Yo te acepto uno -dijo Joe Stapen.

 

-Bueno -dije. -Ya que no hay otra cosa, yo también.

 

Y nos quedamos los tres parados ahí, fumando.

 

-Todavía somos unos cuantos para seguir jugando -dijo alguien.

 

-Mierda -le contesté. -Odio los deportes.

 

-Bueno -dijo Stapen. -Verdaderamente liquidaste a Kong.

 

-Sí -dijo Baldy. -Vi todo. Pero hay algo que no entiendo.

 

-¿Qué es lo que no entendés? -preguntó Stapen.

 

-¿Cuál de los dos es el sádico?

 

-Yo me tengo que ir -dije. -Esta noche dan una película de Cagney y voy a llevar a una conchita.

 

-¿Querés decir que vas a llevar a tu mano derecho a ver una película? -gritó unos de los muchachos mientras empezaba a caminar por la cancha.

 

-Las dos manos -le contesté sin mirar para atrás.

 

Crucé la cancha, pasé frente al edificio de Químicas y desemboqué en el jardín del frente. Allí estaban ellos, los muchachos y las muchachas sentados en los bancos, o bajo los árboles o sobre el césped. Libros verdes, azules, marrones. Hablaban y a veces se reían entre ellos. Llegué hasta la parada la línea del autobús “V”., me subí a uno, saqué el boleto y me senté en el último asiento del fondo esperando, como siempre.

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