57 (3)
Lenny Hill agarró la pelota. Yo miraba a
Kong.
-Me llamo Hank. Hank Chinaski.
Periodista.
Kong me seguía mirando sin decir nada.
Tenía una piel cerosa como la de los cadáveres y en los ojos no le brillaba ni
una chispa de vida.
-¿Vos cómo te llamás? -le pregunté.
Pero él me siguió mirando, mudo.
-¿Qué te pasa? ¿Se te quedó un pedazo
de placenta metido entre los dientes?
Kong levantó lentamente el brazo
derecho, me señaló con un dedo y lo volvió a bajar.
-Chupame la pija, carajo -dije. -¿Qué
quiere decir eso?
-Vamos a jugar de una vez -dijo uno de
los compañeros de Kong.
Lenny se agachó sobre la pelota y la
tiró para atrás. Entonces Kong se me vino arriba. No lo pude enfocar bien.
Cuando me placó alcancé a ver temblar la tribuna y algunos árboles y parte del
edificio de Químicas. Quedé caído de espaldas y él empezó a girar alrededor mío
y agitaba los brazos como si fueran alas. Me levanté, mareado. Becker ya me
había noqueado, y ahora tenía que aguantar a este mono sádico. El hijo de puta
era maligno y olía peor que la mierda.
Stapen todavía no había hecho el pase.
Nos juntamos.
-Tengo una idea -dije.
-¿Cuál? -me preguntó Joe.
-Yo tiró la pelota y vos placás.
-No. Mejor dejalo así -dijo Joe.
Nos
separamos. Lenny le pasó la pelota a Stapen. Kong se me abalanzó. Yo bajé un hombro
y contrataqué. El gorila tenía demasiada fuerza. Me hizo rebotar hacia un
costado y mientras volvía a afirmarme volvió a atacar y a clavarme un hombro en
el estómago. Me caí y me paré enseguida de un salto, aunque me sentía muy ahogado.
Stapen había hecho el pase corto. Íbamos
perdiendo por tres tantos. No volvimos a juntarnos. Cuando volvieron a tirar la
pelota Kong y yo nos abalanzamos uno contra el otro. Entonces le salté arriba
con todo el peso del cuerpo, lo desequilibré y mientras caía le pegué una tremenda
patada en el mentón. Quedamos los dos caídos, pero yo me levanté primero y vi
que a Kong le chorreaba un hilo sangre y tenía un hermoso hematoma en la cara.
Volvimos trotando a nuestras posiciones.
Stapen no había hecho un buen pase, y
ahora perdíamos por cuatro tantos. Después retrocedió un poco, pateó y Kong se
retrasó para cubrir al zaguero, que agarró la pelota y empezó a correr atrás de
él. Los enfrenté. Kong esperaba que le volviera a saltar arriba, pero esta vez
me zambullí a trancarle los tobillos. Cayó pesadamente y se reventó la cara
contra el suelo. Después que lo vi inmóvil y completamente aturdido empecé a
apretarle el pescuezo con la rodilla clavada en su espalda.
-¿Te sentís bien, Kong?
Los demás se acercaron corriendo.
-Me parece que estás lastimado -dije.
-Que alguien me ayude a sacarlo e la cancha.
Lo llevamos hasta la línea del costado
entre Stapen y yo, pero de golpe fingí tropezar y le pisé el tobillo con mi pie
izquierdo.
-Por favor -dijo Kong. -Déjenme solo…
-Te estamos ayudando, compañero.
Al llegar a la línea lo soltamos. Kong
se sentó y empezó a limpiarse la sangre de la boca. Después se agachó para
palparse el tobillo: lo tenía despellejado y se le iba a hinchar pronto. Me le
incliné al lado y dije:
-Mejor terminamos con este partido,
Kong. Nosotros vamos perdiendo y necesitamos recuperarnos.
-Yo tengo que ir a clase.
-No sabía que aquí enseñaran el oficio
de cuidaperros.
-Estoy en Literatura Inglesa, primer
curso.
-Bueno, eso es importante. Si querés te
ayudo a llegar al gimnasio y a darte una ducha caliente. ¿te parece?
-Salí de aquí.
Kong se levantó con los hombros caídos
y derrotados y la cara embadurnada de sangre y tierra. Empezó a renguear.
-Quinn -le dijo a uno de sus
compañeros. -Ayudame…
El otro le sostuvo un brazo y avanzaron
lentamente en dirección al gimnasio.
-¡Oíme, Kong! -aullé. -¡Si podés dar la
clase decile “Hola” de mi parte a Bill Saroyan!
Ahora me rodeaban todos los muchachos,
incluidos Baldy y Ballard, que habían bajado de la tribuna. Yo acababa de hacer
la hazaña más condenadamente buena de mi vida y no había una chiquilina en
varios quilómetros a la redonda.
-¿Alguien tiene un cigarrillo? -pregunté.
-Tengo un Chesterfield
-dijo Baldy.
-¿Todavía fumás esa porquería?
-Yo te acepto uno -dijo Joe
Stapen.
-Bueno -dije. -Ya que no
hay otra cosa, yo también.
Y nos quedamos los tres
parados ahí, fumando.
-Todavía somos unos cuantos
para seguir jugando -dijo alguien.
-Mierda -le contesté.
-Odio los deportes.
-Bueno -dijo Stapen.
-Verdaderamente liquidaste a Kong.
-Sí -dijo Baldy. -Vi
todo. Pero hay algo que no entiendo.
-¿Qué es lo que no
entendés? -preguntó Stapen.
-¿Cuál de los dos es el
sádico?
-Yo me tengo que ir
-dije. -Esta noche dan una película de Cagney y voy a llevar a una conchita.
-¿Querés decir que vas a
llevar a tu mano derecho a ver una película? -gritó unos de los muchachos
mientras empezaba a caminar por la cancha.
-Las dos manos -le
contesté sin mirar para atrás.
Crucé la cancha, pasé frente al edificio de Químicas y desemboqué en el jardín del frente. Allí estaban ellos, los muchachos y las muchachas sentados en los bancos, o bajo los árboles o sobre el césped. Libros verdes, azules, marrones. Hablaban y a veces se reían entre ellos. Llegué hasta la parada la línea del autobús “V”., me subí a uno, saqué el boleto y me senté en el último asiento del fondo esperando, como siempre.
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