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Después de un rato fui hasta el
gimnasio a vaciar mi casillero. No me interesaba más la gimnasia. La gente siempre
hablaba sobre el olor a limpio que tenía el sudor fresco como si estuviera
pidiendo disculpas, pero nadie hablaba del olor de la mierda fresca. No había
nada tan glorioso como el olor de la mierda que se caga después de haber tomado
veinte o veinticinco cervezas en una noche: permanecía flotando por todos lados
durante una buena hora y media, y te hacía darte cuenta de que estabas vivo.
Saqué mi equipo de gimnasia del
casillero y lo tiré a la basura, junto con dos botellas de vino vacías. Capaz
que el tipo que heredara mi casillero tenía suerte y terminaba siendo alcalde
de Boise, Idaho. Otra cosa que tiré a la basura fue el candado. Nunca me había
gustado su combinación: 1,2,1,1,2. Era poco complicada. La dirección de la casa
de mis padres era 2122. Todo era simple y mínimo. En la Instrucción, la
combinación del candado fue 1,2,3,4; 1,2,3,4. A lo mejor algún día llegarían
hasta el 5.
Al salir del gimnasio corté camino
cruzando por el medio de la cancha. Estaban jugando al rugby y tuve que
desviarme un poco para no mezclarme con los jugadores.
Entonces escuché aullar a Baldy:
-¡Vení, Hank!
Me di vuelta y lo vi sentados en la
tribuna con Monty Ballard. Lo único bueno que tenía Ballard era que nunca
hablaba, a menos que le preguntaras algo. Y yo nunca le pregunté nada. Lo único
que él quería era ser biólogo y te miraba con los ojos escondidos atrás de su
pelo rubio.
Los saludé y seguí caminando.
-¡Vení, Hank! -volvió a aullar Baldy. -¡Es
importante!
Me les acerqué.
-¿Qué pasa?
-Sentate y fíjate en ese tipo cuadrado
que usa el traje de la gimnasia.
Me senté. Había un solo tipo vestido
con el traje de la gimnasia. Usaba zapatos claveteados y era bajo pero ancho,
muy ancho. Tanto los bíceps como los hombros, el cuello grueso y las piernas eran
tan macizos que te asombraban. La cara aplastada bajo el pelo negro parecía
casi plana. La boca, la nariz y los ojos apenas se le notaban.
-Sí. Escuché hablar de este muchacho
-dije.
-Pero fíjate bien -insistió Baldy.
Había cuatro jugadores en cada equipo.
Empezaron a mover la pelota. King Kong Junior jugaba de defensa central. Entonces
uno de los atacantes hizo un pase largo, y el del centro bloqueó al que iba a
recibir la pelota para que pudiera hacer un pase corto. Pero en ese momento
King Kong Junior inclinó los hombros, lo embistió y le clavó el hombro en un
costado hasta dejarlo boqueando. Después volvió trotando a su puesto.
-¿Viste? -dijo Baldy.
-King Kong…
-King Kong no sabe nada de rugby. Pero
lo ponen todos los partidos para que reviente a alguien.
-Pero no se puede embestir a un jugador
antes que reciba la pelota -dije yo. -Eso va contras las reglas.
-¿Y quién se anima decírselo? -preguntó
Baldy.
-¿Vos te animás a decírselo? -le
pregunté Ballard.
-Yo no -me contestó.
Le tocaba sacar al equipo de King Kong.
Ahora podía placar legalmente, pero lo que hizo fue embestir al contrario más débil
y dejarlo tirado con la cabeza entre las piernas. Le costó mucho volver a
pararse.
-Ese King Kong es un subnormal -dije.
-¿Cómo carajo pasó la prueba de entrada?
-En el rugby no hay prueba de entrada.
El equipo de King Kong se volvió a
alinear. Joe Stapen era el mejor de los jugadores contrarios y quería llegar a
ser profesional. Era delgado, medía cerca de dos metros y tenía mucha garra. La
primera vez que chocó con King Kong le fue bastante bien y por lo menos no se
cayó, pero la segunda vez que se embistieron Joe terminó besando un poco el
suelo.
-A la mierda -dijo Baldy. -Joe se está
desinflando.
La tercera vez Kong lo embistió con
tanta fuerza que arrastró a Stapen cinco o seis metros con el hombro clavado en
la espalda.
-¡Esto es asqueroso! ¡Este tipo es un sádico
de mierda!
-¿Será un sádico? -le preguntó Baldy a
Ballard.
-Es un sádico de mierda -lo corrigió
Ballard.
En la jugada siguiente Kong se volvió a
abalanzar sobre el jugador más enclenque y lo aplastó. El enclenque no se pudo
mover durante un rato, y al final se sentó agarrándose la cabeza. Daba la
impresión de estar quebrado. Entonces me paré.
-Bueno, ahora voy yo -dije.
-¡Reventá a ese hijo de puta!
-dijo Baldy.
-Por supuesto -contesté.
Y bajé a la cancha.
-¿Precisan algún jugador, muchachos?
El chiquito ya estaba yéndose, pero al
pasar al lado mío se frenó un momento.
-No entres en el juego. Mirá que lo
único que quiere es matar a alguien.
-Pero esto es nada más que un juego
-dije.
Nos tocaba sacar. Me junté con Joe Stapen
y los otros dos sobrevivientes.
-¿Cuál es nuestro plan de juego?
-pregunté.
-Aguantar como podamos -dijo Stapen.
-¿Y cómo vamos?
-Me parece que nos están ganando -dijo
Lenny Hill, el centrocampista.
Disolvimos del grupo. Joe Stapen se
plantó atrás esperando la pelota. Yo me quedé mirando a Kong. Nunca lo había visto
antes en el campus. Lo más probable es que se pasara merodeando por los retretes
de varones que había en el gimnasio. Tenía pinta de ser un huele-mierda. Y
también un come-fetos.
-¡Tiempo! -grité!
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