Viaje al cosmos del alma (11)
Un alegre cántico del ser (2)
“El huevo -grande, palpitante, verde brillante- ya estaba allí antes de que
lo descubriera. Sentí que estaba. Estaba suspendido en medio del cuarto.
Yo estaba embelesado con su tremenda belleza, pero temía que pudiera caerse al
suelo y romperse. Pero antes de que pudiera completar este pensamiento el huevo
se disolvió y descubrió una gran flor colorida. Jamás había visto una flor así.
Pétalos de increíble delicadeza se abrían en el espacio y esparcían los colores
más hermosos en todas las direcciones. Sentía los colores y los oía cuando
acariciaban mi cuerpo, frescos y tibios, sonantes y aflautados.
El primer sentimiento de miedo sobrevino después, cuando el centro de la
flor fue comiéndose lentamente los pétalos. Era negro y brillante y parecía estar
formado por las espaldas de innumerables hormigas. Se comía los pétalos con una
lentitud torturadora. Quise gritar que lo dejara o se apresurara. Me daba pena
ver extinguirse lentamente estos hermosos pétalos, como si los devorara una
enfermedad insidiosa. Luego, en una iluminación repentina, reconocí con espanto
que esta cosa negra estaba deglutiéndome a mí. ¡Yo era la flor, y este algo
extraño y reptante estaba devorándome! Grité o chillé; no lo recuerdo exactamente.
La angustia y el asco desplazaron todo lo demás. Oí que mi guía decía: “Tranquilo,
acompáñame, no te apoyes, acompáñame”. Intenté seguir su consejo, pero esta
asquerosa cosa negra me causaba tal repugnancia que grité: “¡No puedo! ¡Por
Dios, ayúdame!”. La voz me calmó y consoló: “Déjalo llegar. Todo está bien. No
tengas miedo. Acompáñame y no te resistas”.
Sentí que me disolvía en esta horrible aparición. Mi cuerpo se derretía en
olas, se unía con el núcleo de este algo negro, y mi espíritu era liberado del
yo, de la vida e incluso de la muerte. En un único momento de claridad total
reconocí que era inmortal. Pregunté: ‘¿Estoy muerto?’. Pero esta pregunta no
tenía sentido. De pronto hubo una luz radiante y la belleza resplandeciente de
la unidad. Todo estaba lleno de esta luz, luz blanca de una claridad
indescriptible. Yo estaba muerto, y había nacido, y todo era un encanto puro y
sagrado. Mis pulmones estallaban en el alegre cántico del ser. Era unidad y
vida, y el amor sagrado que llenaba mi ser era ilimitado. Mi conciencia era
aguda y universal. Vi a Dios y al diablo y a todos los santos, y reconocí la
verdad. Sentí que salía volando del cosmos, ingrávido y sin ataduras, liberado,
para bañarme en el resplandor bienaventurado de las apariciones celestiales.
Quería dar gritos de júbilo, cantar acerca de la nueva vida y el
sentimiento y la forma. Sabía y entendía todo lo que puede saberse y
entenderse. Era inmortal, más sabio que la sabiduría y capaz del amor que
supera a todo amor. Cada uno de los átomos de mi cuerpo y de mi alma había
visto y sentido a Dios. El mundo era calidez y bondad. No había tiempo ni lugar
ni yo. Sólo existía la armonía cósmica. Todo estaba en la luz blanca. Con cada
fibra de mi ser sabía que esto era así.
Incorporé esta iluminación dentro de mí y me entregué a ella por completo.
Cuando comenzó a empalidecer me sentí impelido a retenerla, y me resistí
obstinado a la invasión de la realidad del espacio y tiempo. Para mí las
realidades de nuestra limitada existencia ya no eran válidas. Había visto las
verdades últimas, y no podrían subsistir otras frente a ellas. Mientras me
retornaban lentamente al reino despótico de los relojes, agendas y pequeñas
maldades, intenté informar sobre mi viaje, mi iluminación, el susto, la
belleza, todo. Debo de haber balbuceado como un demente. Mis pensamientos se arremolinaban
con una velocidad impresionante, y mis palabras no lograban guardar el paso. Mi
guía sonrió y dijo que había comprendido”.
La selección anterior de informes sobre “viajes al cosmos del alma”, por
variadas que sean las experiencias que abarca, no permite dar una imagen
completa de toda la amplia gama de reacciones ante el LSD, y que incluye desde
sublimes experiencias espirituales, religiosas y místicas hasta graves
perturbaciones psicosomáticas. Así se han descrito casos de sesiones con LSD,
en las que la estimulación de la fantasía y de la experiencia visionaria, tal
como se expresa en los protocolos e informes sobre el LSD aquí presentados,
quedó totalmente ausente y la persona en ensayo se encontró todo el tiempo en
un estado de horrible malestar físico y psíquico, o tuvo incluso la sensación
de estar gravemente enferma.
También son contradictorios los informes sobre la influencia que el LSD
ejerce sobre la vivencia sexual. Dado que el estímulo de todas las percepciones
sensoriales es un rasgo esencial de los efectos del LSD, la embriaguez de los
sentidos del acto sexual puede sufrir una intensificación insospechada. Pero
también se han descrito casos en los que el LSD no condujo al esperado paraíso
erótico, sino a un purgatorio o incluso al infierno de una terrible extinción
de toda sensación y al vacío mortal.
Sólo en el LSD y los alucinógenos emparentados con él se encuentra tal variedad y contraste en las reacciones frente a una droga. La explicación de este hecho se encuentra en la complejidad y variabilidad de la estructura profunda anímico-espiritual del hombre, en la que el LSD lograr penetrar y llevarla en la experiencia a la imagen.
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