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A LA BÚSQUEDA DE UNA IDENTIDAD EN LA OBRA DE JUAN CARLOS ONETTI (46) - MARYSE RENAUD

 Traducción del francés: Hugo Giovanetti Viola 

1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.

1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.

 

HISTORIA Y FICCIÓN

 

V. UNA BÚSQUEDA INFRUCTUOSA: AMERICANISMO Y HEROICIDAD (4)

 

A diferencia de su contemporáneo Eduardo Mallea, Juan Carlos Onetti no percibe soluciones posibles para las deficiencias de la vida nacional. La Argentina “invisible”, provincial, depositaria de un sistema de valores ancestrales dignos de respeto, que Mallea (100) opone por ejemplo, a la Argentina “visible” e inauténtica de los años treinta, no aparece en la obra de Juan Carlos Onetti como un contrapeso posible. Ningún sector de la vida económica y social está en condiciones de oponerse a la degradación progresiva que describen, cada cual a su modo, los principales textos del escritor uruguayo. Porque parecería que los siglos pasados no les han legado ninguna herencia digna a las generaciones actuales. Y el futuro, al no apoyarse sobre ningún patrimonio cultural, no puede ser considerado como un portador de esperanzas. Alcanzaría con evocar una vez más la descripción del Chamamé para percibir lo ilusorio de todo proyecto de reconstrucción: las “mejoras” introducidas recientemente en el negocio se limitan, en efecto, al agregado inútil de un letrero complaciente:

 

Y en un tirante vertical, como cartel: “Prohibido el uso y porte de armas”, grandilocuente, innecesario, expuesto allí como congraciadora adhesión a la autoridad, que era un milico con jinetas de cabo que ataba cada noche el caballo al arbolito de la esquina (101).

 

Lo absurdo gana terreno progresivamente y el viejo “del mango de cuchillo a la cintura”, testigo histórico de la creación del Chamamé, se contenta cobardemente con “trasladarse del mostrador a cualquier punta de mesa donde lo toleran”, con sus recuerdos mentirosos y lastimosos por única compañía. Su aislamiento subraya, una vez más, la falta de interés y de ejemplaridad que genera el pasado nacional:

 

Ahí se estaba, móvil y charlatán, pero sin mayor significado que los objetos que él mismo había manejado antes del bautizo: los tablones, los faroles, las botellas. Astuto e insomne, desde la caída de la tarde a la una de la madrugada, esperando, y sin equivocarse nunca, el momento oportuno para colocar el “esto me recuerda” y alguna de sus sobadas historias mentirosas (192).

 

El sentimiento de lo absurdo de la vida así como el de la insignificancia de la Historia local, ya expresado con agudeza en Tierra de nadie, se expanden ampliamente en El astillero, corroborado por los múltiples comentarios desengañados del narrador-testigo:

 

No hubo de agregar nada más y en realidad lo único que en una discusión podría haber sido defendido como una mejora, aparte de la mayor riqueza en velocidades para emborracharse que ofrecía el estante, eran los músicos, la guitarra y el acordeón, y su natural consecuencia: las mesas contra dos paredes y los metros de polvo regado, libres para bailar (103).

 

Por otra parte, en las obras más recientes de Juan Carlos Onetti, los “progresos” bárbaros y repulsivos de la Historia -la especulación desenfrenada de una minoría, la ruina de la mayoría y los ataques dirigidos contra el precario equilibrio de la ciudad- nos recuerdan la ausencia de toda heroicidad y belleza, tanto en la antigua como en la moderna “barbarie”.

 

El antagonismo Civilización/Barbarie no tiene más razón de ser, en realidad. Sus mismos términos ya no son válidos: el mito se derrumba. De lo único que podría seguirse hablando es de la incontrolable propagación de una nueva “forma de la desgracia” -para utilizar una formulación onettiana-, insidiosa y delicuescente como el pasado sobre el cual ella se funda.

 

Notas 

(100) Cf. Historia de una pasión argentina, donde Eduardo Mallea desarrolla igualmente la idea de la inmadurez argentina. Pero, al contrario que Juan Carlos Onetti, él se detendrá a profundizar el análisis con un espíritu deliberadamente constructivo. “Y si somos todavía un pueblo verde, un pueblo en agraz, no es porque seamos “un pueblo joven” -cándida, inocente mentira, ya que no los hay bajo el sol jóvenes ni viejos y aun se es más viejo en todo caso por ciertas frustraciones de la juventud-, sino porque ella no ha desarrollado desde sus fuentes, desde su hondón, sino quedando sobre sí y como cerrada. Lo que estamos es sin fruto verdadero y sólo nuestras ramas de árbol criollo se han echado a expandirse por el falso espacio de una supercivilización aparencial”. Ediciones Anaconda, Buenos Aires, Agosto 1938, p. 18).

(101) El astillero, La casilla – V, p. 136.

(102) Ibíd., La casilla V, pp. 136-137.

(103) Ibíd., La casilla V, p. 137.

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