1ª edición: Editorial Proyección / Uruguay / 1993, en colaboración con la Universidad de Poitiers.
1ª edición virtual: elMontevideano Laboratorio de Artes /
2020, con el apoyo de la Universidad de Poitiers.
HISTORIA
Y FICCIÓN
V.
UNA BÚSQUEDA INFRUCTUOSA: AMERICANISMO Y HEROICIDAD (2)
Esta áspera humorada nos
retrotrae al punto de partida. Si bien Artigas no puede ser reconocido como el
blanco de las estocadas de Eladio Linacero, el personaje principal de El
pozo no dejará de atacar otro símbolo de la lucha libertaria uruguaya: los “Treinta
y tres Orientales”, héroes de la Independencia y continuadores directos de la
lucha emprendida por Artigas. Es la autoridad moral del jefe derrotado y
ausente la que los impulsa a tomar las armas. En 1825, contra el Brasil (89) ya
independiente, con el cual la “Banda Oriental” había estado integrada en la
llamada “Provincia Cisplatina”. Pero la mera forma en que aparecen enumerados
estos héroes nacionales, basta para despojarlos de toda relevancia política, a
la vez que contribuye a subrayar la inanidad del pasado histórico uruguayo.
Por otra parte, en Tierra
de nadie, uno de los personajes principales, Mauricio, se encargará de
recordarnos que “todo es falso y lo autóctono lo más falso de todo”. Y la galería
de víctimas ilustres se ampliará. Junto al despótico Brausen-Artigas, grotesca
e implacablemente animalizado (89 bis) en las últimas obras de Juan Carlos
Onetti, se ubicará a Latorre, cuyo poder fastuoso es evocado en El astillero.
Pero es sobre todo en Dejemos hablar al viento donde la vida pública del
gran hombre es objeto de un examen cuidadoso y severo. Las alusiones, al
principio vagas, se transforman poco a poco en enfoques precisos. A la reiterada
mención de la avenida que lleva el nombre supuestamente glorioso del Coronel
Latorre, así como a la evocación de los humildes orígenes del Café
Confederación, que fuera otrora una simple “pulpería (donde) dio un baile
Latorre en los meses en que Santa María fue capital” (90), seguirá la transcripción
de una desordenada conversación entre Medina y Barrientos, en la que la
personalidad de Latorre, duramente controvertida, ocupa el primer plano:
Latorre era un hijo de
perra, un ladrón, un gaucho bruto, como fueron todos ellos. Ves la fortuna que
dejó, las leguas que fue comprando por centavos o por prepotencia mientras luchaba
por la libertad y la patria. Ves la lista de fusilados por capricho; y más de
cien gauchos. “Todos fueron iguales. Basta con mandar (91).
La arbritariedad, la
brutalidad y la total ausencia de escrúpulos serán, para Barrientos, las
características de este “caudillo”, cuyo nombre, sin embargo, ocupa un lugar en
la Historia uruguaya (92). La desmitificación de las celebridades locales llega
a su apogeo. La humorada final del comisario Medina marca la radicalización del
proceso crítico y el profundo escepticismo que engendra la Historia nacional en
las últimas obras de Juan Carlos Onetti, donde Dios y Brausen (92 bis) se
transforman en verdaderos símbolos de la tiranía y la injusticia:
Y usted no cree,
Barrientos -dijo lentamente, simulando estar ocupado en chupar del cigarrillo,
¿usted no cree que Latorre era Dios o casi? O tal vez Brausen, más moderno (93)
El cuestionamiento de la
cimentación del edificio social uruguayo que desarrolla Juan Carlos Onetti a lo
largo de numerosos textos termina por transformarse en un original replanteo de
la célebre dicotomía Civilización/Barbarie (93 bis). El concepto de “civilización”
defendido por Sarmiento y estrechamente asociado a la penetración de las ideas
y los hombres llegados de Europa, ya ha sido desplazado -como lo analizamos en
su momento- tras la decepción prontamente generada por el modelo europeo: Pero
la América bárbara de los gauchos continúa siendo objeto de una sistemática
desvalorización. La barbarie aparece condenada en primer lugar desde un ángulo
ético, por no haber sabido generar verdaderos valores y entroncar con el pasado
heroico; y más generalmente desde el ángulo estético, por haberse mostrado
incapaz de construir un compacto edificio específicamente americano, sellado
por la belleza y la grandeza.
No es sorprendente
entonces encontrar muy escasas alusiones al pasado de América en la obra de
Juan Carlos Onetti. La estatua de Brausen-Artigas, destinada a conmemorar los
días gloriosos de la Guerra de la Indepenencia, está ubicada en una plaza. Más
allá, en una calle de “casas sucias y frentes de muros altos y viejos, con
pequeñas puertas” (94), perteneciente a un barrio poblado de negocios pobres y
descoloridos, se pèrcibe un vago eco en que la Nación buscaba afirmar su
unidad: la “horca enana y torcida de un palenque” (95) nos recuerda aquí
fugazmente los modestos orígenes rurales del Uruguay, así como la descripción del
Chamamé, en El astillero, nos transporta “al tiempo de los reseros” (96).
Dondequiera que sea, los
valores propiamente americanos se muestran desvigorizados, mezquinos y
sombríos. Es así como el famoso Chamamé, símbolo del Uruguay rural y sus
costumbres tradicionales, carga desde sus orígenes con los estigmas de la
degradación y la muerte, hacia las que se desliza lentamente, tal vez
contaminado por la proximidad del decrépito astillero:
Podría haber sido
destinado, cuando lo construyeron, a guardar herramientas, aperos y bolsas, a
proteger de la disipación ese olor a humo de leña, a gallinero y grasa
envejecida, mucho más campesino que el de los árboles, las frutas y las
bestias. Uno de esos galponcitos con una o dos paredes de
ladrillo que parecen no haber sido nunca nuevas, alzados por albañiles
aficionados como un remedo de ruina. El resto, vigas, chapas y tablas
acomodadas sin otra noción arquitectónica que la del prisma, sin otra ayuda que
la paciencia. Como la tapera se encontraba aislada, haciendo esquina en
un lote de barro, resultaba evidente que no era la construcción complementaria
de ninguna vivienda (97)
Notas
(89) Cf. Hugo Barbagelata, op. cit., pp. 197-200.
(89 bis) La muerte y
la niña, Cap. 9, p, 77: “Bergner dijo: Hace un tiempo quise preguntarle si
usted notó que algunas veces, al atardecer, la cabeza de un caballo de la
estatua tiene rasgos más de vaca que de equino.
-Puede ser, nunca me fijé -dijo Díaz Grey.
Se asomó a la ventana del
consultorio, pero desde allí sólo podía juzgar el anca húmeda de la bestia
inferior..” Cf. igual p. 78.
(90) Dejemos hablar al
viento, Cap. XXVI, p. 168.
(91) Ibíd., Cap. XXVI, p.
169.
(92) Cf. al respecto los
análisis de Alberto Zum Felde, que destaca con énfasis los avances económicos
obtenidos por el país bajo la dictadura de Latorre (Cap. VII, pp. 194-198, en Evolución
histórica del Uruguay, op. cit.).
(92 bis) Cf.
especialmente La muerte y la niña y Dejemos hablar al viento,
donde la rebelión contra toda instancia superior -principalmente Dios y
Brausen- adquiere una violencia por momentos excesiva.
(93) Dejemos hablar al
viento, Cap. XXVI, p. 169.
(93 bis) Cf. al respecto
los análisis de Paul Verdevoye, especialmente en el Capítulo IV, titulado Civilización
y Barbarie, en Domingo Faustino Sarmiento, educador y publicista (entre
1839 y 1852). Tesis para el Doctorado en Letras, Universidad de París, 1963.
(94) Ibid., Cap. XXVI,
p.168.
(95) Ibíd., Cap. XXVI, p.
168.
(96) El astillero, La
casilla – V, p. 136.
(87) Ibíd., La Casilla – V, p. 135. (El subrayado es nuestro).
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