viernes

HACIA UN TEATRO POBRE (27) - JERZY GROTOWSKI

  

 AKROPOLIS: TRATAMIENTO DEL TEXTO (2)

 

LUDWIK FLASZEN

 

(*) Este texto del crítico literario del Laboratorio Teatral ha sido publicado en Pamietnik Teatralny (Varsovia, 3, 1964), en Alla Ricerca del Teatro Perduto (Marsilio Editori, Padua, 1965) y en la Tulane Drama Review (Nueva Orléans, t. 27, 1965).

Akropolis fue producida por Jerzy Grotowski; su colaborador principal en esta producción fue el conocido escenógrafo polaco Josef Szajna, que también diseñó los trajes y la utilería. La arquitectura escénica fue de Jerzy Gurawaki. Principales personajes: Jacob, el arpista, director de la tribu que muere: Zygmunt Molik; Rebecca Casandra: Rena Mirecka; Isaac: Antonio Jaholkowski; Angel Pris: Zbigniew Cynkutis, o Mieczislaw Janowski; Esaú: Ryszard Cieslak.

 

Mito y realidad (1)

 

Durante las pausas en el trabajo la comunidad fantástica se permite tener sueños diurnos. Los desgraciados toman los nombres de los héroes homéricos y bíblicos. Se identifican con ellos y actúan dentro de sus limitaciones sus propias versiones de las leyendas, es la trasmutación dentro del sueño, fenómeno conocido dentro de las comunidades de prisioneros que, cuando actúan, viven una realidad diferente de la propia. Le otorgan un nivel de realidad a sus sueños de dignidad, nobleza y felicidad. Es un juego amargo y cruel que trastorna las aspiraciones de los prisioneros, traicionadas por la realidad.

 

Jacob conduce a su futuro suegro a la muerte mientras le pide la mano de Raquel para casarse con ella. En realidad su relación con Labán no está gobernada por la ley patriarcal sino por las exigencias absolutas del derecho a la supervivencia. La lucha entre Jacob y el Ángel es una lucha entre dos prisioneros: uno se arrodilla y sostiene en su espalda una carretilla en la que otro yace con la cabeza hacia abajo y resbalando hacia atrás. Jacob, arrodillado, trata de sacudirse el pelo, al Ángel que golpea con su propia cabeza en el piso. A su vez, el Ángel trata de aplastar a Jacob golpeándole la cabeza con los pies, pero sus pies en lugar de golpearlo rozan el extremo de la carretilla. Y Jacob lucha con todo su poder para controlar su peso. Los protagonistas no pueden escapar unos de otros; cada uno está clavado a su instrumento; su tortura es más intensa porque no pueden desahogar la ira que aumenta siempre. La famosa escena del Antiguo Testamento se interpreta como la de dos víctimas que se torturan una a la otra bajo la presión de la necesidad, ese poder anónimo que se menciona en su argumento.

 

Paris y Helena expresan el encanto del amor sensual; pero Helena es un hombre. Su dueto de amor es acompañado por la risa sardónica de los prisioneros reunidos. Un erotismo degradado gobierna el mundo donde la intimidad es imposible. La sensibilidad sexual se ha vuelto la de una comunidad monosexual, la del ejército, por ejemplo. Así, Jacob dirige su ternura a objetos compensatorios: su novia es una chimenea de estufa envuelta en un pedazo de harapo a manera de velo. Con este atuendo conduce la procesión nupcial, con solemnidad, seguido por todos los prisioneros que cantan una canción popular. En el clímax de esa ceremonia improvisada, se oye el sonido claro de una campana de altar, sugiriendo ingenua y, en cierta manera, irónicamente un sueño de felicidad sencilla.

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